Llegué a la casa de Álvaro Villegas por recomendación de Marcos Villegas; la idea era atender a su esposa Elizabeth, en su recuperación física, pero casi de inmediato se incorporó su hija Analiz, y el mismo Álvaro.
Álvaro y yo
Lo que sucedió con este trío fue amor a primera vista, nos entendíamos solo con la mirada, y los entrenamientos eran un noventa por ciento de risa que, en el caso de Elizabeth, casi no había forma de detener.
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Hacíamos ejercicios, un poco de teatro, leíamos poemas y nos los aprendíamos de memoria.
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Con Álvaro la relación tomó un curso más profundo, quizás porque éramos orientales, y llevamos las aguas del golfo en la sangre; así mi interés por el cerebro humano encontró en él a un maestro genial, con una didáctica impecable y una experiencia académica magistral.
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Todos los entrenamientos terminaban con un café o con algún whisky, del que también heredé algún conocimiento.
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En noviembre, Álvaro fue al médico, le dijeron que tenía cáncer de páncrea, y que solo le quedaban tres meses de vida. Ningún brujo fue tan certero como este médico, pues Álvaro falleció el viernes 7 de febrero, en horas de la madrugada. Él trató de mantenerse entrenando hasta el último momento y me decía: "Solo haz tu trabajo".
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Como me hubiese gustado que esa cofradía de miradas que tuve con él, en los últimos días, hubiese bastado para ganarle la pelea al cáncer; él hizo el mejor de los esfuerzos y fue mi cómplice en la búsqueda del milagro, pero no se pudo.
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Me queda su ejemplo en el corazón, el compromiso de seguir aprendiendo, el entregar amor en cada sesión de trabajo, y el estudiar mucho, mucho, para algún día parecerme, aunque sea un poquito a él.
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Me duele la muerte de Álvaro, como duele la muerte de un familiar muy cercano.
Gracias por leer