Eran los días en que todos los hombres murieron luego de irse tras una cruzada a Marte, llenos de codicia y convencidos de que en ese planeta se harían ricos por los grandes yacimientos de oro que allí había.
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Ya para el año 5500 la gente dudaba de la veracidad de que los hombres realmente existieron.
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Pero la verdad era que en la lejana tierra de Carúpano, en el oriente venezolano, escondido en su conuco, estaba Iguano Macho, hombre admirado por el vecindario debido a las grandes proporciones de su órgano reproductor.
Pero nada se escapaba a los cuerpos de inteligencia de rusos, chinos y norteamericanos, quienes de una manera agresiva y constante emprendieron campañas para capturar a este especimen y usarlo como semental.
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Iguano Macho XXII pensó que nunca lo encontrarían, vivía feliz en su pueblito fornicando con cuadrúpedos y despreocupado de todo, pero un dron israelí lo descubrió; así fue detenido y llevado a Washington DC donde le hicieron muchos exámenes y le comenzaron a dar comidas afrodisíacas, masajes eróticos, bebidas espirituosas y le complacían todos sus caprichos, menos uno: fornicar con cuadrúpedos.
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Le fueron trayendo las sementales femeninas de mejor calidad, bellas, fuertes y sanas; y su tarea era ponerlas encinta.
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Aunque algunas se quejaban del gran tamaño del órgano de este, aceptaban contentas porque recibían una gran paga y eran consideradas heroínas de la humanidad.
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Cuando consideraron que ya había Iguano Macho concluido su trabajo, le dijeron que pidiera lo que quisiera, que sería complacido. Iguano no lo pensó dos veces, sonrío feliz, y pidió ser llevado a Carúpano con su amada cuadrúpeda, la única capaz de hacerlo feliz.
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