De todos los hermanos él fue el que dio más problemas, mientras los otros eran tranquilos y dóciles, Manuel tenía mal carácter.
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En la escuela discutía con las maestras; en el bachillerato terminó muchas peleas a puño limpio y nunca se dejó amedrentar por nadie.
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Ya en la universidad, como estudiante de derecho, fue madurando y moldeando su carácter.
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Sin ser el mayor comenzó a ejercer el liderazgo de su familia, todo se lo consultaban y no era un secreto para nadie que era el preferido de su mamá.
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Cuando le dijeron de la necesidad urgente que ella tenía de un marcapasos se movió con mucha diligencia y lo consiguió rápidamente, pero tenía que trasladarla a la capital de su provincia.
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—La válvula mitral está fallándole —dijo el médico, sin un marcapasos simplemente su corazón dejará de funcionar; el asunto es de urgencia.
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Se trataba de un viaje de unas dos horas, ella se veía muy débil, todo estaba preparado; al llegar le harían la intervención.
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Era temprano, el sol aún no mostraba sus más fuertes garras, ella venía acuñada con algunas almohadas, él la miraba de reojo; en algunos momentos la recordaba cuando era joven, alegre y enérgica, ahora lucía como una paloma blanca, tierna y asustada.
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Llevaban una hora de camino cuando tuvo que detener la marcha, a unos treinta metros de ellos habían colocado barricadas, y no permitían transitar a los vehículos.
—Dios mío, una tranca —se dijo.
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—¿Qué pasa? —preguntó la madre al rato.
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—Una maldita tranca —dijo Manuel.
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—Tranquilo, mijo, tranquilo, paciencia —dijo la madre tomándole la mano.
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El sol comenzaba a calentar, Manuel observó que su madre se ponía cada vez más pálida.
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—Voy a hablar con la gente de la tranca —le dijo a la madre cuando se disponía a abrir la puerta del vehículo.
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—No vayas a pelear, Manuel, por favor —dijo la madre acariciándole el hombro.
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El calor comenzaba a adueñarse de la escena, el pavimento ya quemaba, había mucha gente entrelazándose entre los vehículos, vendedores ambulantes, muchachas vestidas provocativamente pidiéndole dinero a los conductores; el amarillo de los araguaneyes y el rojo de los framboyanes se abrazaban al azul del cielo.
Habían atravesado el tronco de un árbol muy grande, viejos neumáticos y muchas piedras.
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Estaban cuatro policías motorizados, los líderes de la tranca mostraban una gestualidad agresiva y retadora.
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Manuel era un hombre blanco, alto y fuerte, estaba elegantemente vestido, y tenía gran facilidad para comunicarce.
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Primero se dirigió a los policías.
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La respuesta fue decepcionante:
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—Disculpe, pero nosotros no podemos hacer nada en este caso, esto es asunto del Consejo Comunal, hable con ellos.
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Manuel captó al que le pareció el líder del grupo.
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—Escuche, ciudadano, esta es una situación difícil, mi madre es una mujer mayor, y la llevo de emergencia a ponerle un marcapasos, le agradecería que hiciera una excepción y nos dejara pasar, es cuestión de vida o muerte.
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El líder de la tranca no tendría más de 20 años, estaba descalzo, con pantalones cortos y una franelilla de baloncesto que decía atrás Jordan.
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—Mire, mi don —le dijo mirándolo a los ojos y con sorprendente facilidad de expresión —lo lamento mucho, pero aquí no pasa nadie hasta que la Alcaldía no mande los camiones cisterna, nosotros tenemos tres meses secos; nos tienen engañados, que hoy y que mañana, ya nosotros sabemos que hay que trancar para que nos traigan el agua, asimismo fue con la luz, si lo dejo pasar a usted, tengo que dejar pasar también a los demás.
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Los policías se acercaron a escuchar, gente del sector, y otros conductores que ya tenían rato discutiendo.
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—Escúcheme, por favor, —dijo Manuel, suavemente, tratando de mantener la calma —entiendo que la problemática de ustedes es muy grande, pero no pueden impedir la libertad de tránsito de la gente; por otro lado, puede convertirse en un atentado contra la vida, así como vengo yo con mi mamá, quién sabe cuántas personas pueden venir con una emergencia; estarían violentando nuestro derecho a la seguridad y a la vida y, sobre todo, ustedes (dirigiéndose a los policías) están en la obligación de hacer valer esos derechos, que no solo están en nuestra constitución, sino que son derechos fundamentales de la humanidad.
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El líder de la tranca dio un paso al frente y habló en voz alta como el que da un discurso político:
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—¿Y la falta del agua no es también un atentado contra la vida?
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Cómo van nuestros hijos a clase sin agua, cómo hacemos comida sin agua, nos estamos muriendo de sed.
La gente comenzó a gritar y a aplaudir: “Agua, agua, agua”.
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El líder dio media vuelta y se fue en busca de más cauchos, la gente siguió gritando con más fuerza.
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Manuel sintió que alguien lo tomó por el brazo:
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—Señor —le dijo una mujer joven —a mí me pasó una vez lo mismo que a usted, mire lo que tiene qué hacer: Los carros que vienen de la capital se devuelven desde aquí, deje su carro guardado en cualquier parte, no pierda tiempo y lleve rápido a su mamá.
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Manuel corrió hasta su vehículo, lo estacionó en una casa donde le permitieron hacerlo, tomo con delicadeza a su madre, y comenzó a caminar con ella hacia la tranca.
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—Es muy lejos —le dijo ella.
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—Fuerza, mamá, que sí llegamos —le respondió Manuel, viéndola palidecer.
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Al llegar a la tranca un carro los esperaba.
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—Déjame descansar un rato primero —dijo la madre.
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Estaba tan delgada, tan frágiles sus huesitos, que Manuel sintió ganas de llorar cuando la ayudó a sentarse en el tronco.
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—No vayas a pelear —le dijo la madre con una voz que se iba apagando —prométeme que no vas a pelear, hijo.
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—Sí, mamá, te lo prometo, no voy a pelear —le respondió Manuel sentándola en sus piernas.
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El cuello de la madre se flexionó suavemente hacia atrás, los brazos cedieron a la fuerza de la gravedad, y su corazón, pegado a la indignación contenida de Manuel, ante la mirada indiferente de la tranca, dejó de latir.
Gracias por su lectura