Un día de pesca/Por @acostacazorla

@acostacazorla · 2021-12-17 00:24 · Literatos
Tomás tomó su bote en la madrugada, solo bebió un poco de café, caminó desde la pequeña colina donde vivía con su mujer hasta la orilla que lo recibió con un poco de limo y con el jugueteo de las algas en sus pies; el sol se anunciaba como una luna grande, la brisa era fría, el bote bailaba preso por el ancla, y Tomás subió a él con gran equilibrio, como un acróbata, levó ancla, prendió el motor y tomó rumbo a mar adentro.

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Gustaba de pescar solo, conocía como nadie los puntos buenos donde los peces picaban sin ningún problema; pero la mar es impredecible y él lo sabía, así que siempre había el temor, el respeto a esa inmensidad de agua salada, a ese mundo de espuma, olas y sal que lo rodeaban desde que nació. Por eso rezaba, apretaba con fuerza la virgencita que colgaba en su cuello y se sentía seguro, fuerte y poderoso.

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Lanzó la pequeña red a babor, la cuerda del rezón le decía que estaban muy profundo; a duras penas pudo subirla, el peso y el revoloteo de los peces exigieron al máximo de sus brazos, la lanzó tres veces más, y se dio cuenta de que ya era suficiente, el sol ahora cubría todo el cielo, el bote apenas si podía flotar, el motor se arrodillaba de cansancio, el retorno era lento, la brisa también se oponía; tenía hambre y sed, se comió un mango, su padre lo enseñó siempre a tener mangos en el bote; ya la orilla se asoma a lo lejos, una hilera de gente levanta los brazos saludándolo, se acerca y se acerca, ya está en la orilla apaga el motor y toma los remos, unos niños de ojos achinados, cabellos dorados y brillantes terminan de empujar el bote; algunos tienen cuñetes, otros carretillas, bolsas plásticas, exigiendo su parte de la pesca, de una pesca en que no pusieron nada; y Tomás sonríe, les da los peces pequeños, mete los más grandes en un saco de unos cincuenta quilos, se lo monta en el hombro como si no pesara nada, camina con pasos largos y firmes hacia la colina donde queda su casa, el sol ya cae, las nubes corren a esconderse detrás de la montaña, los hijos de Tomás le quitan el saco con los pescados, la mujer le trae agua, y él se va directo a la mesa a comer, pensando ya en el próximo día, cuando se dará otra vez a la mar.

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