Capítulo 49 | Alma sacrificada [Parte 2]

@aimeyajure · 2018-06-02 22:53 · spanish

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Colgó y me dejó con miles de preguntas. De inmediato apareció la dirección en la pantalla. Andrea se acercó y me quitó el teléfono de las manos. Observó la dirección y la duda apareció en su mirada. Ella no entendía la razón por la que Maximiliano enviaba la dirección de un lugar inhabitado, a las afueras de la ciudad. —¿Qué quiere? —Hablar —comencé mintiendo. De inmediato supe que no podría mantener la mentira, así que dije la verdad, aunque me doliera como meterme un hierro caliente por la garganta—. Me dijo que tiene una propuesta para ti… y que tiene a tu madre. —¿Qué? —La pregunta de Andrea sonó más alto de su tono normal de voz. Ella parpadeó y formó una línea con sus labios—. ¿Cómo que tiene a mi madre? Eso no es posible. Ella no esta al alcance de sus manos… Ella. ¡Debo llamarla! Andrea, temblando, marcó el número del hogar de retiro. Me comentó que su madre perdió su teléfono algunas semanas atrás y que se comunicaban por el teléfono del lugar. Andrea llamó varias veces, pero nadie respondió. Comenzó a alterarse, a maldecir y a golpear el mueble con la punta de sus botas. La detuve por los hombros y le pregunté dónde quedaba ese lugar. Ella respondió. Le dije que fuéramos y que llamáramos a la policía, sin embargo Andrea respondió que no era buena idea. Ella me aseguró que Maximiliano era lo bastante listo como para ocultarse en un lugar al que no llegaríamos sin invitación. Andrea lo conocía mejor de lo que yo alguna vez lo hice y confié en ella. Estaba destrozada por su madre, aunque fue una desgraciada con ella en la juventud. Andrea me aseguró que Maximiliano guardaba demasiados ases bajo la manga, y que su madre solo era uno de muchos. Por más que quería ser el héroe de la historia, ella tenía razón. De igual forma, no dejamos de intentarlo. Andrea siguió llamando hasta que la señal de su teléfono murió. Busqué el mío y lo encontré igual. Les preguntamos a las personas en la tienda y dijeron que tampoco tenían comunicación. La iluminación se desvaneció de pronto y el sonido de un accidente en el semáforo adyacente, nos hizo salir y ver el caos de la ciudad. No había electricidad en ninguna parte y los teléfonos no funcionaban. Andrea me abrazó y me preguntó qué haríamos. Todo era un caos, un infierno en la tierra. Mi taheña me preguntó de nuevo las palabras específicas de Maximiliano y lo que quería con nosotros. Yo recordé lo poco que él dijo y lo traspasé a Andrea. —No me dijo mucho. Solo me amenazó diciéndome que si no nos reuníamos, mataría a tu madre. —Repetir que una persona moriría si no nos reuníamos con él, era extremadamente escalofriante—. Tenemos que ir. Nos envió la dirección. Andrea asintió, corrimos al estacionamiento y subimos a la camioneta. Andrea encendió la radio y ninguna emisora funcionaba. Observé el tic en su pierna derecha y la forma en la que contorsionaba el rostro. Coloqué mi mano sobre su rodilla y repetí que su madre estaría bien. No hice una promesa o un juramento. Solo haría lo que estuviese en mis manos para protegerlas, aunque era una mujer que nunca conocí. Condujimos por más de cuarenta minutos. Evitamos en lo posible los accidentes y los embotellamientos. Andrea no dejó de intentar llamar, aun cuando el teléfono no funcionó durante todo el camino. Una parte de mí quería creer que esa no era obra de Maximiliano, pero la otra parte estaba decidida a culparlo de todo lo malo que nos sucedía. Andrea me proporcionó una buena dosis de su miedo. Una vez llegamos al lugar, descendimos y hurgamos la propiedad. Cercano a la playa, sobre un acantilado, se encontraba una antigua casa de madera. El clima era gélido, la brisa azotaba y el aroma del mar entraba por mis fosas nasales. Tiré de la mano de Andrea para que no se alejara de mí. Detrás de la propiedad, al rodearla para buscar la puerta abierta detrás de tantas tablas en las aberturas, encontramos un auto. No había rastro de personas, sin embargo el motor estaba caliente. Andrea insertó las manos en su chaqueta y dio un paso a la única puerta que no estaba clavada al marco con tablas y clavos. Yo respiré profundo y sentí el frío congelante en mi nariz. Tiré del codo de Andrea antes de cruzar el umbral y me adelanté. La madera del piso crujió bajo mis pies y las bisagras de la puerta chirriaron al moverla. El interior estaba igual de abandonado que el exterior. Hojas secas cubrían el suelo sin color, la poca luz se colaba entre las tablas de las ventanas, el techo contenía más huecos que madera y los vidrios rotos se esparcían por todo el suelo. Un aroma a humedad, rancidez y encierro inundaba la pequeña casa. Nos detuvimos en lo que alguna vez fue una sala, sujetos de la mano, con el corazón en los oídos. No hubo necesidad de llamar su nombre. El hombre que nos amenazó por teléfono, apareció detrás de una puerta manchada. Mis ojos no creían lo que veían. El hombre frente a nosotros no era el Maximiliano que conocí doce años atrás o el hombre en los carteles de se busca. Su cabello era color ceniza, portaba un pantalón de mezclilla y una chaqueta de jean. Dentro tenía una franela de una banda poco conocida y las solapas de sus botas se salían del pantalón. Ese no era el hombre de traje que una vez conocí. Andrea quedó igual de estupefacta que yo, cuando Maximiliano despegó sus labios y dejó al descubierto sus dientes. Sonreía con esa mirada de psicópata que nunca observé en sus ojos. Ese hombre no era la sombra de lo que alguna vez fue. Todos sus sentidos, incluyendo el de la moda, murieron al convertirse en prófugo. Ya no estaba ante el hombre de prestigio o el que me amenazó por teléfono. Estaba ante alguien que se ocultaba detrás de una fachada de adolescente rebelde, y con una mente de sociópata. Cuando Andrea intentó dar un paso adelante, la detuve. No sabía si en ese lugar tendría más suerte con la señal, así que tanteé mi teléfono dentro de la chaqueta y marqué el número de la policía. Maximiliano dio un paso adelante y rasgó el silencio. —Bienvenidos —pronunció. —¿Qué pasó contigo? —preguntó Andrea. —¿Te refieres a mi cabello y mi ropa? Sufrieron un cambio radical. No sé si saben, pero me busca la policía. —Movió los hombros como si se tratase de una búsqueda por una multa y no por un asesinato—. De hecho, sé que lo saben y por eso Ezra intenta marcar el número de la policía justo ahora, y se enteró que no puede porque hay un bloqueador de señal que inactiva por completo el teléfono. Déjalo, niño. No funcionará. Debía tener a alguien con él; una persona que le advirtiera nuestros movimientos. Dejé el teléfono en mi bolsillo y saqué la mano de la tela caliente. Andrea se soltó de mi agarre y dio varios pasos adelante. Era la mujer valiente de la que me enorgullecía, aunque el momento para ser una guerrera no era el que yo quería. —Vinimos por mi madre. Por nada más. —Ay sí, tu madre. —Inspiró profundo y guardó sus manos en los bolsillos del pantalón—. La mujer esta bien, mientras cumplas con tu parte del trato. —¿De qué trato hablas? —le pregunté al caminar y detenerme junto a ella. Maximiliano movió su mirada de Andrea a mí. Él estaba tan seguro de sí mismo, que eso me erizó la piel. Maximiliano no era un hombre que pisaba en falso, y lo que fuera que planeaba era algo tan grande de lo que no saldríamos vivos… o no todos. —Quiero que te vengas conmigo, Andrea —emitió al final—. Te amo, preciosa. Quiero que seamos los esposos que nunca fuimos. Te estoy dando la oportunidad del siglo, mi amor. Solo tienes que dejarlo todo y fugarte conmigo. ¿Qué dices? —¡Digo que estás loco! —refutó Andrea de inmediato—. ¿Por eso secuestraste a mi madre? Si es que la tienes, porque la verdad no te creo. Andrea intentó mover a su reina de lugar, pero Max fue más listo. Él miró sus zapatos y, al elevar sus ojos, mostró una sonrisa de superioridad. —Tú mamá no tiene teléfono. Lo perdió hace unas semanas. Por eso no te pudiste comunicar con ella, ya que en el hogar de retiro nadie te contestó el teléfono. Seguro entraste en pánico, pero Ezra te calmó. —El hombre sabía cómo mover sus piezas y atisbar los movimientos de su contrincante—. Esta jugada, Andrea, de pruébame que la tienes, la he jugado muchas veces, y el noventa y nueve porciento de las veces pierden. Hurgó en su bolsillo y sacó el teléfono. Después de unos segundos, alzó la pantalla y observamos un video de la madre de Andrea. Estaba amarrada a una silla, con una mordaza en la boca y lágrimas en sus ojos. La persona que la grababa reía más alto de lo normal y jugaba con el cabello de la mujer. Atisbé ira en la mirada de Andrea y la forma en la que apretaba sus manos. Entendía que se sintiera enojada con él. —Aquí tienes a tu madre. —Dejó que el video terminara antes de regresar el teléfono a su bolsillo—. ¿Ahora me crees? Yo nunca he jugado, Andrea. —¿Por qué a ella? —Las madres siempre son debilidades, al igual que los hijos, y la tuya no es excepción. —Socavó una sonrisa de malicia y triunfo. Él pensaba que con engatusar a Andrea con la idea de ver morir a su madre, ella accedería a cualquiera de sus pedidos, incluyendo irse con él a alguna parte recóndita donde nunca pudieran encontrarlos. Maximiliano estaba loco por Andrea, al punto de matar por estar con ella—. Por eso te ofrezco un trato, bella. Vente conmigo y todos vivirán. Andrea estaba indecisa. No podía creer que fuese a caer en el juego de Maximiliano. No soportaba la idea de que ella se marchara con ese hombre que no la amaba como yo lo hacía, y que haría con ella todo lo que quisiera con el pretexto de matar a las personas que ella amaba. La simple idea de verla alejarse con él hacía que mi sangre hirviera. Antes muerto que permitirle llevársela. Sobre mi cadáver, Andrea era de Maximiliano. Acorté la distancia que nos separaba y sujeté la solapa de su chaqueta con ambas manos. Lo arrastré hasta la pared y escuché el crujir de la madera, junto a unos trozos caer sobre nosotros. La sonrisa en el rostro de Maximiliano desapareció al verse arrinconado por mí, pero él no era un ratón fácil de cazar. En lugar de cambiar a una actitud defensiva, sonrió de nuevo y bajó la mirada a las manos en su chaqueta. —Tú actitud de troglodita tampoco es novedad —emitió—. Para ti también tengo un juego. Si me sueltas, te explicaré cómo funciona el juego que planeé para ti. Maximiliano pensaba que todo era un maldito juego de mesa al que todos nos sentaríamos gustosos a participar. Desvié la mirada a Andrea y ella asintió. De igual forma no se marcharía sin una respuesta de nosotros, así que lo mejor era dejarlo hablar. Lo que debí haber hecho fue buscar una patrulla y que nos siguiera hasta ese lugar. Debí llevar a la policía para que lo arrestaran, pero cuando él nos explicó su juego macabro, agradecí no tomar esa decisión. Más personas estaban involucradas en su locura. Al soltarlo, Maximiliano arregló su chaqueta y limpió su franela. Tras elevar la mirada y rodar sus ojos de uno al otro, inhaló una bocanada de aire y prosiguió. —Creo fielmente en los finales felices. Soy un amante de las historias con finales acordes, y siento que esta no esta pareja. Hay tantas cosas que no sabes, Nicholas Eastwood, que necesito que las sepas para que la historia termine sin baches. —No entendía qué pretendía Maximiliano con revelar las cartas bajo su manga, ni cada bajeza que hizo en esos quince años. Él era un psicópata y lo trataría como uno. Con esas personas no se mediaba, aun cuando eso buscaba el loquito—. Quizá tú no entiendes todo lo que intentaré decirte, pero es justo para igualar las piezas del ajedrez. Soltó un suspiro y frotó su cuello con ambas manos. —Supongo que Andrea te puso al tanto sobre mi obsesión por ella y los años que llevo detrás de esa mujer. Suponiendo que te lo contó todo, es tiempo de contar lo que ninguno de ustedes sabe. —Fruncí el ceño—. Toda su historia fue escrita por mí. Hicieron lo que yo quería la mayor parte del tiempo y siguieron mi libreto. Desde que se conocieron en esa manga, ideé un plan para que no pudieran estar juntos. Andrea tenía que ser mía, y conocerte solo fue una desgracia para ella. Lo dejé que hablara, que se expresara en total libertad. Él comenzó a contarme cosas que desconocía, en busca de la parte salvaje de mi alma. Maximiliano solo quería ver arder el mundo, y cada persona que lo rodeaba. Él no buscaba equidad tal como sus palabras lo mostraban. Él necesitaba revolcarse en la desgracia que provocaba. Cuando todos a su alrededor fuésemos infelices, él bailaría de la mano de Andrea. —Todo comenzó por la historia de la muerte de tu madre —comenzó como si me estuviese contando la historia de un libro leído— Primero pensé que eso los alejaría, pero luego surgió lo de tu padre. Andrea le ocasionó un infarto, tú le buscaste un corazón. ¿Cuál era la solución para que nunca la perdonaras? Matar a tu padre. Cuando de su boca brotó “tu padre”, mi mundo se desplomó. Mi familia era parte sagrada de mí ser, una que no permitía que cualquiera tocara. Maximiliano comentó que la solución era matarlo, pero la verdadera pregunta era si él lo mató. Sabía que mi padre murió en el quirófano, después de no aceptar el corazón. Eso me dijo el doctor, no que mi padre murió por manos ajenas. Tragué y cerré los ojos. No podía dejar que la ira que sentía por esa muerte me cegara. Primero debía aclarar las palabras de Maximiliano. —¿Qué estás diciendo? —Yo maté a tu padre —respondió de inmediato, sin pestañear, como su habláramos de un perro sacrificado—. Le dije a uno de mis colegas que le inyectara un líquido en su corazón y lo paralizara. La culpa recaería en Andrea y se separarían para siempre. Miré atrás y vislumbré el pálido rostro de Andrea. Ella estaba igual de anonadada que yo. Sentía la ira nacer en mi pecho y expandirse por todo mi cuerpo. Apreté mis dientes y regresé la mirada a Maximiliano. Él tenía su rostro relajado, sonriente, como si fuera algo de que vanagloriarse y no un homicidio. Apreté mis manos y respiré profundo. No podía abalanzarme sobre él y matarlo. Eso no era yo. En su lugar, carraspeé mi garganta y tartamudeé un par de veces antes de pronunciar la pregunta. —¿Mataste a mi padre? —Así como tú quieres matarme ahora —respondió sonriendo. —¿Qué evita que lo haga? —Skyler. —Mi puño se había elevado un poco cuando pronunció el nombre—. Ella esta en casa, con una bomba en el microondas. Si me matas, ella y Steven morirán. ¿Era en serio? ¿Maximiliano me ponía a elegir entre las dos personas que más odiaba? Si ese era el caso, matarlo sería un deleite para mí. La ira me impedía pensar con claridad, aun cuando la petición de Maximiliano era lo bastante clara. Si atentaba contra su vida, él acabaría con la vida de dos personas más. Sabía que no era un juego de ajedrez. Eso era un juego de poder. Maximiliano quería mostrarnos lo poderoso que era y como todo estaba perfectamente calculado. Él sabía que no dudaría en matarlo, pero al tener a dos personas más evitaba que una masacre se propiciara. No tenía la sangre de un asesino corriendo por mis venas, aun cuando acabé con la vida de Ellie. —Creo en la justicia, Ezra Wilde. Creo firmemente en que las personas deben pagar lo que hacen. Ellos hicieron una bajeza tan grande como la que hice, y todos merecemos un castigo. —Sus palabras eran decididas. Si yo estaba dispuesto a matarlo, él lo aceptaría sin más, como si quitar una vida fuera igual a desenvolver un dulce—. La madre de Andrea fue una desgraciada cuando ella era una adolescente, así que ninguno esta libre de pecados. Aquí la pregunta es: ¿estás listo para cobrar venganza? Pestañeé más veces de las requeridas y me convertí en una estatua. Tenía tantos pensamientos al mismo tiempo, que no sabía a cuál sucumbir. Por una parte, mi sed de venganza se enaltecía ante la posibilidad de acabar con las personas que tanto daño me hicieron. Y mi otra parte, la que me madre educó, me recriminaba tener esos pensamientos y me repetía que no era esa clase de persona: yo no era un asesino. —Skyler esta embarazada —mascullé. —De tu mejor amigo. Serás padrino. —El tono de su voz fue jocoso—. Es tiempo de que paguemos nuestros errores todos juntos, o nos perdones a todos. Solo te diré algo más. Piensa en el corazón de tu padre. Él no merecía eso. Piensa en la mentira de tu esposa por ocho años. Piensa en ese hijo que no es tuyo. Y piensa en que a tu amada la trataron como a una prostituta durante dos años, porque su madre no intercedió por ella. Maximiliano era como Satanás tentando a Eva. Me rodeaba con su maldad y quería que me comportara como él, que fuera un homicida a sangre fría. Él me pulsaba en la dirección que creía correcta, hasta llegado el punto en el que no toleré una palabra más. —Merecemos un castigo —emitió—. ¿Estás listo para ejecutarlo o te acobardarás? Me abalancé sobre él y estampé mis puños en su rostro de hombre prepotente. Descargué toda mi furia sobre él, como el maldito Espíritu Santo. Con cada golpe que estampaba en su rostro, más me enfurecía. Mis nudillos se rompieron sobre su carne, en su pómulo apareció una herida y un ligero hilillo de sangre por su nariz. Maximiliano no se defendió. Dejó que lo moliera a golpes y lo arrojara contra el suelo. Me posicioné sobre él y golpeé de nuevo, con más fuerza. Cuando Andrea gritó que lo mataría, divisé un tubo de metal a unos metros de mi lugar. Me abalancé sobre él, lo sujeté con ambas manos y elevé al aire. Sentí como las voces en mi cabeza me decían que lo hiciera, que acabara con él. Maximiliano fijó sus ojos en mí, uno abierto y uno cerrado. Tenía indicios de moretones en todo su rostro, la ropa arrugada y tierra en su cuerpo. Mis manos temblaron al ver la bestia en la que me convertí. —¡Quiero matarte! —vociferé con la voz quebrada—. Por mi padre. —Hazlo. Si no llamo en diez minutos, todo esto habrá termino. —Escupió un poco de sangre y abrió los brazos—. Si no me matas ahora, todo será peor mañana. —No te tengo miedo —gruñí entre dientes. —Deberías. No descansaré hasta que Andrea sea mía. Maximiliano permaneció acostado, con sangre manando de sus heridas. El tubo lo mantuve en mis manos. Lo sujeté con tantas fuerzas, que las heridas en mis nudillos comenzaron a palpitar. En cuanto estampara ese tubo contra Maximiliano, la vida que pensaba tener se iría al caño. Ya no sería el Nicholas Eastwood que mi madre crio, y tampoco sería Ezra Wilde. En cuanto la vida abandonara su cuerpo, me convertiría en otra persona. Lágrimas brotaron de mis ojos y mi pecho se trancó. Debía vengar la muerte de mi padre, debía salvar a Andrea, pero ese hombre no era yo. —Tú decides, Eastwood —pulsó de nuevo—. ¿Viven o mueren? El mundo a mí alrededor se difuminó. Solo estábamos nosotros dos, en medio de una ira que me cegó por completo, hasta que la mano de Andrea sobre mi hombro me regresó a la realidad. Sin apartar la mirada de Maximiliano, ella me susurró que no lo hiciera, que así no era yo. Andrea tenía razón y yo lo sabía. Parte de mí no quería escucharla, quería venganza, quería gritar hasta que la justicia llegara por mi mano. Fue una de las mayores decisiones que tomé en toda mi vida. El solo pensar que mi padre estaría vivo, que de esa forma yo no habría matado a nadie, no habría ido a prisión, no habría tenido mi nombre, me enfurecía de una manera que nunca antes experimenté. Todo fue una maldita cadena consecutiva, como una fila de dominós. Maximiliano fue la persona que cambió mi vida, y ahora su vida estaba en mis manos. ¿Qué podía hacer? ¿Matarlo? Esa era la solución más oportuna. ¿Y después de eso qué sería de mí? ¿Me sentiría mejor? ¿La muerte me regresaría a mi padre? De nada valía estampar el tubo en su pecho y traspasarle la carne. La imagen de verlo agonizando con el tubo enterrado en su pecho fue reconfortante por unos segundos, hasta que las palabras de mi padre regresaron a mí: la violencia solo genera más violencia, Nicholas. Nunca arregles tus pro
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