🇪🇸 Mensaje diario de 5 minutos | Auténtico • 🇬🇧 5 Minute Daily Message | Authentic

Mateo llevaba tres meses en la cocina del restaurante más exigente de la ciudad. Entró con esa emoción de quien esta cumpliendo su mayor sueño, pero ahora parecía vivir una pesadilla con forma de chef demente. El Chef Arturo no gritaba, rugía. Era famoso por dos cosas, la primera por sus platos y la segunda por sus gritos. Esa noche, la cocina estaba a punto de reventar, los pedidos estaban acumulados, los camareros corrían de un lado a otro… y Mateo estaba ahí, en su estación, intentando concentrarse para lograr hacer la ensalada perfecta, mientras trabaja en las peras caramelizadas, cortaba el queso de cabra y elegía las hojas de lechuga romana fresca, le temblaban las manos y sentía que todo estaba saliendo mal. ¡Mateo...! gritó el Chef, con su acento francés… ¿Qué es eso? ¿Estás haciendo una ensalada o un monumento al desastre? Mateo, se quedó inmóvil, no supo qué decir, miró el plato y sí, era aburrido, estructurado, correcto y sin alma. El Chef se acercó, le arrebató el bol de las manos, lo miró, hizo una mueca de juicio y lo tiro con rabia a la basura. **¡Sacrifica la lechuga!** le grito, con una mezcla entre rabia y decepción, estás fingiendo, solo estas siguiendo al fórmula de un libro. ¿Qué quieres decir con tu plato? ¿Eh? ¿Qué? Mateo se quedó con esa frase le partió en el pecho en dos. ¿Sacrifica la lechuga? No era literal, o tal vez sí, lo cierto es que fue una sentencia, debía dejar de intentar hacer lo que los demás esperaban, tenia que dejar de tener miedo y poner una parte de su alma en cada plato que debía servir. Respiró hondo, tomó otro plato y empezó de nuevo. Esta vez usó espinaca, unas láminas de mango, pedacitos de pan tostado con ajo y un aderezo que improvisó con mostaza y miel. Eso ni siquiera estaba en el menú. Cuando el Chef probó el plato, cerro los ojos de placer, y aunque no dijo nada, lo miró y le dio una palmada en el hombro junto a una sonrisa de satisfacción. Mateo, primera vez, se sintió cocinero de verdad. Y es que esa noche, no solo sacrificó la lechuga, sacrificó el miedo a la perfección que dictan los demás… **Y eligió la libertad de ser auténtico**.

Mateo had been in the kitchen of the most demanding restaurant in the city for three months.

He entered with the excitement of someone fulfilling their greatest dream, but now he seemed to be living a nightmare in the form of a demented chef. Chef Arturo didn't shout, he roared.

He was famous for two things: first, his dishes, and second, his shouts.

That night, the kitchen was bursting at the seams, orders piled up, servers were running around… and Mateo was there, at his station, trying to concentrate on making the perfect salad. While he worked on the caramelized pears, cut the goat cheese, and selected the fresh romaine lettuce leaves, his hands were shaking, and he felt like everything was going wrong.

"Mateo..." the chef shouted, with his French accent. "What is that? Are you making a salad or a monument to disaster?"

Mateo froze, not knowing what to say. He looked at the plate, and yes, it was boring, structured, correct, and soulless.

The chef approached, snatched the bowl from his hands, looked at it, made a judgmental face, and angrily threw it in the trash.

"Sacrifice the lettuce!" I yelled at him, with a mixture of anger and disappointment. "You're faking it, you're just following a formula in a book. What do you mean by your dish? Huh?" What?

Mateo's heart sank in two as that sentence tore through his chest.

Sacrifice lettuce?

It wasn't literal, or maybe it was. It was actually a statement. He had to stop trying to do what others expected. He had to stop being afraid and put a part of his soul into every dish he served.

He took a deep breath, grabbed another plate, and started again. This time he used spinach, some mango slices, bits of toasted garlic bread, and a dressing he improvised with mustard and honey.

That wasn't even on the menu.

When the Chef tasted the dish, he closed his eyes in pleasure, and although he didn't say anything, he looked at him and patted him on the shoulder with a satisfied smile.

For the first time, Mateo felt like a real cook.

And that night, he didn't just sacrifice lettuce; he sacrificed his fear of the perfection dictated by others...

And he chose the freedom to be authentic.