

Muy temprano, todos los habitantes del circo se levantan y comienzan con sus quehaceres diarios. Mientras unos limpian los otros organizan los boletos y alimentan a los animales encerrados. Las tareas se desarrollan tranquilamente, sin ningún retraso, porque el tiempo que llevan haciéndolo ha sabido obrar en ellos una puntualidad que resultaría exquisita a cualquier jefe. Así, el día transcurre con bastante regularidad, pero mientras se acerca la noche las caras que se van cubriendo con maquillaje empiezan a adquirir un aspecto desolado.


Cuando ya no queda público todos proceden a hacer lo mismo, limpian la carpa de la suciedad humana, guardan a los animales, y entregan al jefe malhumorado el dinero recolectado por las entradas. Este con una petulante expresión les grita, los reprende por no haber llenado por completo los asientos, los llama buenos para nada, ineficaces, idiotas.
Los hombres y mujeres con rostros pintados van a sus correspondientes habitaciones y se quitan el maquillaje, revelando debajo un rostro hostigado, reprimido y frustrado. Salen las lagrimas y marchitan todo a su alrededor. Algunos piensan en acabar con su vida, otros planean irse cuando tengan suficiente dinero. Y los payasos... los payasos siempre sueñan con poder quitarse la mascara que impide a la gente ver que son simples hombres a quienes les duele en el alma ser motivo de burla.

Fuente de las imágenes
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