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A Fateful Day
The rain fell in torrents that recalled endless waterfalls, tears from the sky perhaps to hide a forgotten sorrow, a silence never broken, a trauma from a childhood of deprivation and absence. The sky was a cat and dog fight, threatening with lightning and thunder that made the heart pound in the chest. No one would dare go outside under these conditions. There was no better place than the warmth of home to seek protection from such a voracious and insane weather as that day. The sidewalks on the main streets were completely flooded with water, and there he was walking without an umbrella, only his wet suit stuck to his skin and his black shoes soaked with water. Since the funeral, he had refused to walk down that street, that place so flooded with memories, the old café and the house he had visited so many times. But that day, under that rain, something was different, something a different color appeared, something different smelled in the air, something beyond the characteristic smell of wet asphalt.
Three years had passed, and they flew by like an eagle soaring through the skies. Three years that seemed like yesterday, three years since the accident, three years since the pain, three years in which she hadn't been able to erase images and sounds from her memory.
Without realizing it, she arrived at the place, at the end or the beginning, depending on who was telling the story. The bench was still broken, the paint peeling. They hadn't bothered to repair it, but since the bench was still broken, her memory remained intact. There she sat every morning drinking her coffee, clutching her red metallic thermos and listening to her headphones, music blasting, a sacred ritual unto death never so literal.
She sat down, unaware that the seat was wet, but that she was wetter. The world began to move at a different speed, the water flowed faster through the streets, and gray clouds gathered above her head. Everything moved differently, but she was indifferent to everything. She closed her eyes. He closed his eyes and let the rainwater join his tears and run down his cheeks, melting into the sidewalk.
Then he heard it. It was a voice, soft and calm, but above all familiar:
"Sir, are you okay?"
He opened his eyes and saw small feet and a large umbrella. In front of him was a boy, a boy with sad eyes but a pure and innocent heart. He was perhaps 12 years old, wearing a school uniform from a school that had disappeared years ago. The boy looked at him without fear and with concern.
"I'm fine," he lied.
The boy hesitated and sat down next to him, while he searched his backpack for a plastic bag containing two sandwiches and an apple.
"You know," the boy said, "my mom always says that sometimes people feel lonely because they're remembering someone..."
The man nodded.
"You're right," he said.
They both remained silent as the rain eased. The boy took one of the sandwiches from the bag and offered it to the man. They both ate in silence.
The sun's rays began to filter through the clouds, and dusk had begun.
"I have to go," the boy said.
"Is your house too far? Aren't you afraid of going alone?" the man replied.
"No, my house is right here on this street." The boy said goodbye and walked away.
Then he saw him enter the house he had avoided. The man in the gray suit began to cry again, although there was no longer any rain to hide his tears. That night in his house, he opened the wooden box that had remained closed. As he opened it, he silently asked for forgiveness.
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The Inkwell Fiction Prompt #235▶ https://ecency.com/category/@theinkwell/the-inkwell-fiction-prompt-235
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Un Día Fatídico
La lluvia caía en torrentes que hacían recordar infinitas cascadas, lágrimas del cielo quizás para ocultar un pesar olvidado, un silencio nunca roto, un trauma de una infancia de carencias y ausencias. El cielo era una pelea de perros y gatos amenazantes con rayos y truenos que hacían vibrar el corazón en el pecho, nadie se atrevería a salir a la calle bajo estas condiciones, no había mejor lugar que la calidez del hogar para buscar protección de un tiempo tan voraz y demencial como el de ese día. Las aceras en las calles principales estaban completamente inundadas de agua, y ahí estaba él caminando sin sombrilla solo el traje mojado pegado a la piel y los zapatos negros enchumbados en agua. Desde el funeral se había negado a pasar por esa calle, por ese lugar tan inundado de recuerdos, por el viejo café y por la casa que tantas veces visitó. Pero ese día, bajo esa lluvia algo era distinto, algo se dibujaba de otro color, algo olía distinto en el ambiente, algo más allá del característico olor a asfalto mojado.
Tres años habían pasado, y pasaron veloces como águila surcando cielos, tres años que parecía que fueron ayer, tres años desde el accidente, tres años desde el dolor, tres años que no había logrado borrar de su memoria imágenes y sonidos.
Sin darse cuenta llegó ahí al lugar, al final o al principio dependiendo de quien contara la historia, la banca seguía rota, la pintura descascarada, no se habían tomado la molestia en repararla, pero como la banca seguía rota, su recuerdo seguía intacto. Ahí se sentaba cada mañana a tomar su café, aferrada a su termo rojo metálico y a sus audífonos con música a todo volumen, un ritual sagrada hasta la muerte nunca tan literal.
Se sentó ignorando que el asiento estaba mojado, pero más mojado estaba él. El mundo comenzó a avanzar a una velocidad distinta, el agua corría más veloz por las calles y las nubes grises se amontonaban sobre su cabeza. Todo se movía distinto pero todo le era indiferente. Cerró los ojos. Cerró los ojos y dejó que el agua de la lluvia se uniera en sus lágrimas y bajara por sus mejillas, hasta fundirse en la acera.
Entonces la escuchó, era una voz, suave y tranquila pero sobre todo familiar:
-¿Señor está bien?
Abrió los ojos y vio unos pies pequeños y un paraguas grande, frente a él había un niño, niño con una mirada triste pero un corazón puro e inocente, acaso tendría unos 12 años el niño y usaba un uniforme escolar de una escuela que había desaparecido hacía años. El niño lo miró sin miedo y con preocupación.
-Estoy bien -mintió
El niño dudó y se sentó a su lado, mientras buscaba en su mochila una bolsa de plástico con dos sandwiches y una manzana.
-Sabes-dijo el niño- mi mamá dice siempre que a veces la gente se siente sola porque está recordando a alguien...
El hombre asintió con la cabeza:
-Tienes razón-dijo
Ambos se quedaron en silencio mientras la lluvia amainó, el niño tomó uno de los sandwiches de la bolsa y se lo ofreció al hombre. Ambos comieron en silencio.
Los rayos del sol comenzaron a filtrarse entre las nubes y el crepúsculo había comenzado.
-Me tengo que ir-dijo el niño
-¿Es muy lejos tu casa? ¿No te da miedo ir solo? -le respondió el hombre
-No, mi casa es aquí mismo en esta calle- el chico se despidió y se fue caminando.
Entonces lo vio entrar a aquella casa que había evitado. El señor de traje gris volvió a llorar, aunque ya no había lluvia para ocultar sus lágrimas, aquella noche en su casa abrió la caja de madera que había permanecido cerrada, mientras la abría pedía perdón en silencio.
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