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𝓞𝓯 𝓛𝓸𝓿𝓮 𝓪𝓷𝓭 𝓣𝓲𝓶𝓮
Suddenly, without knowing the exact moment, perhaps behind a ragged breath, the line between days began to break, as if the hours didn't know how to flow. Lucie lived in a strange way, yet it seemed as if she had always lived this way, in her completely white room, with smooth tiles that reached the ceiling and smelled of rain. The clocks inside seemed to tire and began to mark hours that weren't hers. One afternoon in January, Lucie was folding a letter she had received, a letter with no return address, and there she found him: not in flesh and blood, only in voice, a voice that came from nowhere, but which was also an open window through which a wind decided to tell her a secret.
"Do you hear the clocks too?" the voice asked.
And for the first time, Lucie saw him. He was a tall man, dressed in old-fashioned clothes—not worn or torn, but old-fashioned, like something from another era, like the clothes you saw in history books. He wore a black coat that reached almost to his feet, and his shoes shone a perfect black. Lucie didn't just see a stranger; she saw a possibility. However, when the initial shock subsided, she felt she had always been waiting for him. In the somewhat stern features of his face, there was something that conveyed a terrifying confidence and certainty. The man continued speaking:
"Sometimes I think time is a poorly sewn stitch; it mends and unravels without warning."
"Your name is Mateo," Lucie said. "How can I remember you if I don't know you?"
Mateo smiled with a touch of sadness, and they began to talk. They never asked each other's ages or the year; there was no need. Time was redundant, and it had already betrayed them several times. They spoke of a market Lucie had never been to, but she could recall the scent of cotton candy on Sundays and various spices.
So the days passed, with Mateo telling Lucie about places he remembered but had never experienced, about emotions and events he knew only from books, about colder seasons... There were no reasons on the calendars; the dates moved forward and backward for both Mateo and Lucie. Between them, they had silently accepted that throughout the centuries they had met again and again, and had tried to be happy but had failed. They pursued each other time and again through the ages.
"Are you from a time that is yet to come or one that no longer exists?" Lucie asked him one afternoon, as the rain pattered outside her cold room.
"I could ask you the same thing. I've known many Lucies, and you many Mateos. I no longer know who I am or if I'm real. I only know that I truly love you."
For days, their lives continued with the truth of dreams and the voraciousness of those who love the impossible, of those who want to contain the flow of a river within a bottle. Lucie tried to treasure every hour with Mateo, and Mateo had the calm of someone who knew all possible goodbyes. Kisses between lips with the tastes of before and after, but above all, with the fear that the clocks would stop being wrong.
But time, sooner or later, returns to its course, and the goodbye, Mateo's fear, arrived almost as if foretold, first with vague forgetfulness, then with the pills that were difficult to swallow and blurred Lucie's vision. One afternoon, the sky opened in an almost blinding clarity, and beside Mateo, a man dressed in modern clothes and disguised as a healer swung a pocket watch before Lucie's eyes.
"You have to come back, Lucie," said the man with the clock.
"I don't want to," was the reply.
"It's not real, but I can't convince you otherwise. Deep down, you already know," said the man with the clock.
Lucie felt her heartbeat slow, and the world shrank to just her heartbeat and the constant ticking. The objects in her house disappeared, leaving only walls of white tiles. She sighed as if her past and future were being ripped away. Suddenly, she opened her eyes.
Mateo had vanished, as he had hundreds of times before, and she was beginning to forget.
"This is the last session. You're cured," said the doctor.
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𝓓𝓮𝓵 𝓐𝓶𝓸𝓻 𝔂 𝓭𝓮𝓵 𝓣𝓲𝓮𝓶𝓹𝓸
De un momento a otro, sin saber el momento exacto, quizás detrás de una respiración agitada, la línea entre los días comenzó a quebrarse, coso si las horas no supieran como fluir. Lucie vivía de una forma extraña, pero a la vez parecía que siempre había vivido así, en su cuarto completamente blanco, con azulejos lisos que llegaban hasta el techo y olían a lluvia, los relojes en el interior parecían cansarse y comenzaban a marcar las horas que no le pertenecían. Una tarde de enero Lucie se encontraba doblando una carta que había recibido, una carta sin ningún remitente, y ahí lo encontró: no en carne y hueso, solo en voz, una voz que salía de ningún lado, pero que a la vez era ventana abierta por donde un viento decidía contarle un secreto.
-¿Tú también escuchas los relojes?- dijo la voz
Y por primera vez Lucie lo vio, era un hombre alto, de ropas antiguas, no desgastadas ni rotas, antiguas como las de otra época, como las que se veían en los libros de historia, un abrigo negro casi hasta los pies, y unos zapatos que brillaban en negro perfecto. Lucie no solo se vio ante un extraño, se vio ante una posibilidad. Sin embargo cuando el susto pasó sintió que siempre había esperado por él, en las facciones de su cara algo dura, había algo que le transmitía una confianza y una seguridad aterradora. El hombre continuó hablando:
-A veces creo que el tiempo es una costura mal hecha, se arregla y se deshace sin aviso alguno.
-Te llamas Mateo -le dijo Lucie- ¿cómo puedo recordarte si no te conozco?
Mateo sonrió con cierta tristeza y comenzaron a hablar, nunca se preguntaron la edad o el año, no hacia falta, el tiempo era redundante y ya los había traicionado varias veces. Hablaron de un mercado donde Lucie nunca había ido pero podía recordar el olor a algodón de azúcar de los domingos y a especias diversas.
Así pasaron los días donde Mateo le hablaba a Lucie de lugares que recordaba pero no había vivido, de emociones de sucesos que conocía solo por libros, de estaciones más frías... No había razones en los calendarios, las fechas iban hacia adelante y hacia atrás tanto para Mateo como para Lucie. Entre los dos habían aceptado en silencio, que durante los siglos se habían encontrado una y otra vez, y habían intentado ser felices pero no lo habían logrado. Se persiguieron una y otra vez a través de los tiempos.
-¿Eres de un tiempo que aun viene o de uno que ya no existe?- le dijo Lucie una tarde, mientras la lluvia sonaba afuera de su habitación fría. -Te pudiera preguntar lo mismo, he conocido muchas Lucie y tú muchos Mateos, ya no sé quien soy y si soy real, solo se que en realidad te amo.
Durante días la vida de ambos continuó con la veracidad de los sueños y la voracidad de quienes aman lo imposible, de quien quiere contener el caudal de un río dentro de un frasco. Lucie trataba de atesorar cada hora junto a Mateo y Mateo tenía la calma de conocer todas las despedidas posibles. Besos entre labios con sabores de antes y de después, pero sobre todo con el temor de que los relojes dejaran de equivocarse.
Pero el tiempo tarde o temprano vuelve a su cauce, y la despedida, temor de Mateo llegó casi anunciada, primero con el olvido vago, después con las pastillas difíciles de tragar que nublaban la vista de Lucie. Una tarde, el cielo se abrió en una claridad casi segadora y junto a Mateo un hombre con ropas de este tiempo y con disfraz de sanador balanceaba un reloj de bolsillo frente a los ojos de Lucie. -Tienes que volver , Lucie- dijo el hombre del reloj -No quiero- fue la respuesta -No es real, pero no puedo convencerte, en el fondo ya lo sabes- dijo el hombre del reloj
Lucie sintió como sus latidos se relentizaron, y el mundo se reducía solo a sus latidos y el tic tac constante. Los objetos de su casa desaparecieron, y eran solo paredes de blancos azulejos. Ella suspiró como si le arrebataran su pasado y su futuro. De pronto abrió los ojos.
Mateo se había desvanecido como cientos de veces antes y ella comenzaba a olvidar.
-Esta es la última sesión, estas curada -dijo el doctor.
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