Durante el mes de junio les conté por aquí que me iba a Roma al Jubileo, y hoy regreso para decirles que sí se cumplió: fui, viví la experiencia y ahora estoy aquí para compartirla.
Estoy profundamente agradecida con Dios por cómo se dieron todas las cosas. Lograr un viaje como este, en medio de una Venezuela tan llena de dificultades, parecía al inicio casi imposible o, al menos, muy difícil de costear.
Yo también lo creía así. Sin embargo, en el camino se fueron abriendo oportunidades y muchas personas colaboraron con nosotros. A todos ellos les estaré siempre agradecida, pues gracias a su apoyo pudimos llegar a esta peregrinación, donde había jóvenes de todas partes del mundo.
Sentirse pequeño frente a un mar de gente de tantos países, tener que hablar en hasta tres idiomas para hacerse entender, compartir la fe en un Dios cercano y amigo, cantar en lenguas desconocidas, dormir en un colchón sabiendo que alrededor había más de 20.000 personas... todo eso es simplemente incomparable.
Además, conocer la Roma Antigua, esa que tantas veces había visto en libros o fotografías, fue una experiencia única: ver el lugar desde donde salió el Papa tras ser elegido, recorrer la Capilla Sixtina, tomarse fotos en el Coliseo o en la Fontana di Trevi... son recuerdos que aún me parecen un sueño.
Y no solo eso: al inicio una amiga me propuso viajar con su grupo misionero y recorrer también varias ciudades de España. Yo pensé que estaba loca, que era imposible, si ya iba con lo justo para la Jornada.
Pero Dios se encargó de sorprenderme. Mi viaje resultó incluso mejor de lo que había planeado: no solo conocí Roma, también visité Asís, Valencia, Alicante y Madrid. Tuve la oportunidad de viajar en avión, tren, tranvía, metro y autobús; de disfrutar mis tres comidas al día, de tener siempre un lugar donde descansar y de contemplar paisajes hermosos que guardaré para siempre en mi corazón.
Pónganse cómodos y prepárense para viajar a través de mis ojos porque mis próximos posts van a ser sobre este súper viaje que duró 20 días.
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