Liderar no es fácil, y mucho menos siendo joven y mujer. Lo vivo como Gerente de Mejora Continua y como coordinadora Arciprestal de la Pastoral Juvenil (y de la Carpa Ntra. Sra. del Valle). Dos mundos distintos —empresarial y espiritual—, pero con desafíos similares: decidir, guiar procesos, acompañar personas y velar por un propósito.
Me gusta mucho resolver problemas. En mi trabajo, optimizo procesos, superviso automatizaciones y aplico Lean Manufacturing para transformar ideas en soluciones reales. Pero hacer tantos cambios también implica cierta incertidumbre: ¿Será esta la mejor decisión?
En lo pastoral acompaño jóvenes, visito parroquias, me reúno, planifico actividades, y sobre todo velo por el bien de la juventud.
Sin duda algo clave en ambos contextos es que es necesario contar con el respaldo de los líderes, a nivel gerencial, a nivel de coordinadores, y sobretodo comunicar claramente cuáles son los beneficios de los cambios a aquellos que esperamos los reciban.
Afortunadamente, nunca me sentí subestimada por ser mujer, aunque estoy en entornos "dominados" por hombres, y es que creo que mi presencia acá enriquece el trabajo porque la mirada femenina aporta detalle, empatía y muchas cosas más.
Por otro lado, la fe trasciende mi trabajo pastoral. Guía mis decisiones en la oficina y en cada reunión. Ser coherente entre lo que creo, defiendo y soy me da dirección. Hasta en el trabajo evangelizo: escuchando, aconsejando con amor o mostrando otra perspectiva del mundo.
De la pastoral aprendí a liderar con propósito, acompañar y celebrar logros. De lo profesional, llevo gestión, visión estratégica y organización —que incluso aplico en mi labor pastoral—. Mis decisiones se basan en datos, pero también en intuición, oración y serenidad. Y cuando todo se complica, me sostienen dos certezas: estoy dando mi mejor versión, y Dios no me abandona.