Si mis ojos pudieran rasgar el velo.

@amigoponc · 2025-06-24 10:02 · EmpowerTalent


Mi mundo es una geografía de texturas, temperaturas y ecos. Reconozco el universo no por su apariencia, sino por su vibración. El suelo bajo mis pies me habla del camino: si es liso y constante, estoy en un lugar seguro y conocido; si se vuelve áspero e incierto, sé que me adentro en lo desconocido. Las personas, para mí, no son rostros, son melodías. Cada voz tiene su propio timbre, su cadencia única que dibuja en mi mente un retrato mucho más íntimo que el que podría ofrecer una fotografía. Sé quién se acerca por el ritmo de sus pasos, distingo la alegría en el ascenso casi imperceptible de su tono de voz, y siento la tristeza en la forma en que el aire parece pesar más a su alrededor. El perfume de mi madre fue un abrazo antes de que sus brazos me rodeen; la colonia de mi mejor amigo es la antesala de una confidencia. Mi realidad está tejida con hilos invisibles para la mayoría, una red de sensaciones que me ha enseñado a confiar en lo que no se ve. ![](https://images.ecency.com/DQmQ6ERZYSycT4YgE7DXT1heDRpFrjBJjs9wu4bm1ToZMPj/miradas.jpeg) [AISTUDIO](blob:https://aistudio.google.com/a95fbd85-11c1-46eb-ae3f-2241cf60e0a8) Pero a menudo, en el silencio de la noche, juego a un juego prohibido. Imagino que poseo unas gafas. No unas cualquiera, sino unas lentes forjadas en el material del que están hechos los sueños. Un artefacto mágico que, al posarse sobre el puente de mi nariz, desataría el milagro. Lo primero, lo más abrumador, sería la luz. No esta claridad difusa que a veces percibo, sino la luz en su estado más puro y violento. Imagino que dolería, como un grito silencioso que inunda el cerebro. Y después, los colores. ¿Cómo sería ver el azul del que tanto hablan los poetas? ¿Sería frío, como el metal de una barandilla en invierno, o vasto, como el eco en una catedral vacía? ¿Y el rojo? Me han dicho que es el color de la pasión y la sangre. En mi mundo, la pasión es un acelerón del pulso y el calor en la piel. ¿Ver el rojo sería sentir eso con los ojos? Me aterra y me fascina a partes iguales. Reconozco ue soy discapacitado visual. Con las gafas puestas, mi primer impulso sería buscar un espejo. No por vanidad, sino por un acto de presentación formal. ¿Quién es este extraño que me devuelve la mirada? ¿Coincidiría la imagen con el mapa que he construido de mí mismo a través del tacto, de los contornos de mi cara explorados con la yema de mis dedos? ¿O descubriría a un desconocido, rompiendo en mil pedazos la identidad que tanto me ha costado edificar? Luego, saldría a la calle. Y por primera vez, las caras de los desconocidos no serían solo un murmullo pasajero. Podría ver la arruga junto a una boca y preguntarme cuántas sonrisas la dibujaron. Vería el cansancio en unas ojeras y sentiría una punzada de empatía. Las personas que amo… ah, eso sería el verdadero vértigo. Ver el rostro de mi hijo a lo lejos, no solo escuchar su voz. Ver los ojos de mis hermanos, que brillan cuando se ríen. ¿Sería capaz de soportar tanta belleza de golpe? ¿O me quebraría ante la evidencia de todo lo que, sin saberlo, me estaba perdiendo? Pero estas gafas, mis gafas soñadas, irían mucho más allá. Una vez acostumbrado a la nitidez del mundo físico, a la danza de las hojas en el viento y al vuelo geométrico de un pájaro, activaría su segunda función, la visión de lo intangible. Entonces, el mundo se transformaría de nuevo. Las personas ya no serían solo cuerpos con rostros, sino constelaciones de energía. Podría ver las intenciones como un velo de color flotando a su alrededor. Una intención pura y generosa quizás brillaría con una luz dorada y cálida, mientras que la envidia o el engaño se manifestarían como una neblina gris y pegajosa, casi un aceite sucio manchando el aire. Vería los prejuicios no como palabras hirientes, sino como grietas oscuras en el aura de una persona, fracturas que impiden que su luz interior se expanda por completo. Qué doloroso y qué liberador sería. Por un lado, confirmaría muchas de las intuiciones que mi mundo de sombras ya me ha regalado. Sabría al instante en quién confiar y de quién alejarme. No más dudas, no más interpretaciones. Pero, por otro lado, ¿qué pasaría al ver una de esas fisuras oscuras en alguien a quien amo? ¿Podría seguir queriéndole igual sabiendo que una parte de su alma está rota o contaminada por un prejuicio que desconocía? ¿Es mejor la verdad cruda y afilada que la cómoda ignorancia del afecto? Y el mayor regalo de todos, ver el aura de esas almas bellas que siempre han estado a mi lado. Imagino que el aura de mi madre fue como un sol de mediodía, un espectro de colores vibrantes y envolventes que nutren todo lo que tocan. La de mi mejor amigo sería quizás de un azul eléctrico, llena de chispas de creatividad y lealtad inquebrantable. Vería su luz, la prueba irrefutable de la bondad que siempre he sentido, pero nunca he podido "ver". Sería como escuchar su canción interior, si, su canción interior. Pero habría una última mirada, la más importante, la que justificaría la existencia de tan imposible artilugio. Alzaría el rostro, no hacia las nubes o al sol, sino más allá, hacia ese mítico lugar del que nadie regresa. Buscaría a mi hija Sofía. Hace quince años que partió, con sus once recién cumplidos, y desde entonces, no hay día que no la sienta. A ella no necesito verla para saber que está; la siento como un calor constante en el pecho. Su recuerdo tiene la fragancia de la colonia Chichi que tanto le gustaba y el eco de su tierna voz resuena en mi memoria como la melodía más dulce. Pero con estas gafas, mis ojos buscarían su estrella. La vería, no como una figura fugaz, sino nítida y real, con la sonrisa que guardo en el alma, saludándome desde ese lugar sin tiempo. Su aura no sería un color, sino la luz misma de la que nacen todas las estrellas, pura e intacta. Sería la confirmación visual de la fe más profunda que poseo; que el amor trasciende la ausencia. Y en ese instante, en ese puente de luz entre mi mirada y su saludo, el universo entero cobraría sentido. Te amo tanto Sofía. Antoine de Saint-Exupéry escribió en El Principito -¿lo ecuerdan?-: «Lo esencial es invisible a los ojos». Durante toda mi vida, he vivido esa frase como una verdad absoluta, como un consuelo. Mi mundo se basa en lo esencial, en lo que solo se percibe con el corazón y los otros sentidos. Pero con estas gafas, lo esencial se volvería visible. Y ahí reside la paradoja que me quita el sueño. Si tuviera esas gafas, ¿las usaría todo el tiempo? ¿O solo a ratos, para no volverme loco con la abrumadora verdad del universo? ¿Me convertiría en un ser más sabio o en un cínico? Si pudieras ver la arquitectura invisible del alma humana, ¿te atreverías a seguir mirando? ¿Qué harías si, al final, descubrieras que la visión más clara no te trae la paz, sino la más profunda de las soledades?




𝗘𝗻𝗰𝘂𝗲𝗻𝘁𝗿𝗼 𝗱𝗲 𝗧𝗮𝗹𝗲𝗻𝘁𝗼𝘀: «Miradas»

AKbFPcSEaiwsBF8sWf2p2XbWL87KnE6SYHkKRtAEnuMbETADZg8p6FpKh7ViU3B.jpg Portada de la convocatoria.



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