En medio de la ruidosa ciudad, donde cada vendedor trata de defender su pequeño negocio, cuando el sol está en su punto más resplandeciente y dan ganas de hidratarse con un vaso de panelada con bastante hielo. Tanto el vendedor como el comprador buscan protegerse debajo de la sombra que brindan las matratadas sombrillas; todo ese ambiente agitado lo viene a complementar el ruido de las potentes cornetas.

Personas de todas las edades caminan por las aceras, unas con bolsas y otras con sus manos libres de peso, pero con alguna preocupación por la situación económica. Llama la atención el señor vestido de blanco; claramente hay un contraste. A pesar del intenso calor, el señor parece no estar sofocado por el clima; todo lo contrario, se ve tranquilo, sereno, de manos sujetadas entre sí, con su mirada perdida hacia un lugar que a lo mejor le traerá recuerdos a la mente, en medio de tantas personas, su soledad está dibujada en su rostro. Sin ánimo de entrar en polémicas, hay muchas personas que están padeciendo alguna condición mental, que no juzgo porque respeto la vida de cada quien. El señor vestido de blanco, con su andar lento, recorre la ciudad; pienso que no busca que lo comprendan, pero sí que lo respeten como persona. Así como este señor, hay muchísimos más que andan en condición de calle, con ideales que solo ellos comprenden. Pienso que los mercados informales, también llamados buhoneros, ofrecen gran cantidad de artículos populares; son un retrato de la vida urbana.