Uno podría creer que lo que hace callejero a un perro o gato es la cantidad de pulgas, garrapatas, la sumatoria de veces que come al día o de días que pasa sin comer, las enfermedades que pueda tener o el hecho de no dormir dentro de una casa, pero la realidad es que lo que los categoriza como tal, es el hecho de ser particularmente vulnerables.
Es estar a la merced de la maldad o bondad de otros, indefensos y desprotegidos, viviendo bajo un sistema de justicia desbalanceado.
Cuando hemos perdido el control de nuestra situación y la ~~creencia de no tener~~ capacidad de obrar por nuestra cuenta para cambiarla.
El momento en el que otro está decidiendo sobre nuestro destino, cuando está condicionando nuestra acciones o nuestro próximo paso a dar.
No tener la libertad de ser lo que somos cuando queremos serlo, porque no somos dueños de nosotros mismos, solo parecemos estar dispuestos en el mundo sin mayor propósito o planificación.
La vulnerabilidad es lo que nos equipara con ellos en algún momento de nuestras vidas.
La gran diferencia, es que la mayoría estamos destinados a despertar un día sabiendo que tarde o temprano, todo será diferente y es en esa nueva ruta (irregular, nítida, rocosa pero ligera) trazada, donde recuperamos nuestra humanidad, eventualmente, recuperamos también el control de nuestra vida.
Redescubrimos que estamos destinados a lograr cosas importantes con nuestra existencia y nuestras acciones, no volvemos a permitir que nada ni nadie frustre nuestros sueños y empezamos a vivir en función de cumplirlos y nos mantenemos en una interminable lucha por mantener en nuestras manos el control de nuestra situación.
Es entonces, cuando no podemos olvidar lo que fuimos una vez y podemos tenderle una mano a los que nunca van a dejar de ser lo que son, e intentar hacer en ellos, la transformación que por sí solos nunca van a lograr.
Imagen editada con Canva.