Que bueno volver, un saludo a todos. Es un placer estar aquí.

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@damarysvibra de manera muy certera nos pone un tema bien importante en nuestro desarrollo como ser humano a través del camino de la vida.

Después de haber vivido medio siglo, se adquiere la certeza de que la vida no se teje solo con grandes hazañas, sino con el constante intercambio de reconocimientos invisibles. A lo largo de los años y en disímiles momentos, he recibido todo tipo de caricias. Y quede claro, no hablamos de caricias físicas, sino de esos actos de atención que, cual nutrientes o toxinas, moldean nuestro paisaje interior.

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El reconocimiento positivo sobre nuestra persona o nuestros actos es, sin lugar a dudas, el motor más fino para vivir con plenitud y conformidad con uno mismo. Las caricias positivas, siempre que no se degraden a mera adulación, poseen una virtud transformadora. Son las que nos hacen ver la vida de manera óptima, con ganas de hacer, de crear, de continuar adelante incluso cuando el camino se nubla. Su poder va más allá de lo anímico; al hacernos sentir bien, estimulan la producción de hormonas benévolas como la serotonina y la endorfina, que cargan de positivismo el organismo. Esta química de la felicidad no solo eleva el espíritu; podría ayudarnos a regular funciones corporales e incluso a fortalecernos ante las enfermedades. Son el sol psicológico bajo el cual mejor crecemos.

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Pero la vida, en su equilibrio también nos brinda sus sombras. No pocas veces, sino muchas, he recibido caricias negativas. Es cierto que nos hacen sentir mal y producen todo lo contrario a las otras pues agudizan el estrés, provocan depresión y ansiedad, siembran una sensación de frustración y fomentan el aislamiento. Sin embargo, he aprendido que estas deben ser tomadas con un espíritu práctico y dejarlas ir. Aferrarse a ellas es envenenarse por dentro. Curiosamente, a veces una de estas caricias ásperas, si se examina sin pasión, nos hace reflexionar y tal vez cambiar el modo de actuar, interactuar y enfrentar conflictos. Es el único provecho que conceden.

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Y luego están las más insidiosas, esas caricias mixtas con trasfondo oscuro de crítica camuflada. Esas, sin duda, son peores porque generan en nosotros una incertidumbre corrosiva. La duda de si fuimos elogiados o atacados nos deja en un limbo dañino. Esas caricias necesitan de respuestas certeras y contundentes. Debemos reconocerlas con lucidez y cuando se responde de manera inteligente y firme, quien las lanza pensará dos veces antes de volver a hacerlo. Poner un límite claro es desactivar su poder.

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Todas ellas, positivas, negativas y mixtas, pululan en nuestro día a día. La sabiduría, esa que se cosecha con los años, no reside en esquivarlas todas, sino en saber cuáles abrazar y cuáles soltar. Las positivas nos harán más felices y fuertes; las demás, simplemente, tenemos que dejarlas ir sin permitir que la respuesta que les demos active en nosotros sentimientos que nos autodestruyan.

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Eso se aprende con el tiempo. No se trata de construir un muro rígido, sino de tejer, como he hecho yo, un escudo flexible. Un escudo que deje pasar la luz y detenga la ponzoña. Y he encontrado un filtro infalible para ello, si una caricia no va a mejorarme como persona, si no viene a sumar, a construir o a sanar, entonces no merece habitar en mí. Se va, sin drama ni rencor, directa por la alcantarilla de la vida.

Así es amigos.

Les dejo un abrazo y toda la energia positiva para enfrentar los días hermosos que vendrán.

Soy Médico Microbióloga, amante de la naturaleza, las letras, la música, la cocina y la vida en sí. Férrea defensora de la familia y los niños

Los textos son creados por mi, sin uso de IA

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ENGLISH

How wonderful to be back; greetings to everyone. It's a pleasure to be here.

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@damarysvibra very accurately presents us with a very important topic for our development as human beings on the path of life.

After having lived half a century, one acquires the certainty that life is woven not only with great feats but with the constant exchange of invisible recognitions. Throughout the years and in dissimilar moments, I have received all kinds of strokes. And let it be clear, we are not talking about physical caresses, but rather those acts of attention that, like nutrients or toxins, shape our inner landscape.

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Positive recognition of our person or our actions is, without a doubt, the finest engine for living with fulfillment and in harmony with oneself. Positive strokes, as long as they do not degrade into mere flattery, possess a transformative virtue. They are the ones that make us see life optimally, with a desire to do, to create, to move forward even when the path becomes cloudy. Their power goes beyond the emotional; by making us feel good, they stimulate the production of benevolent hormones like serotonin and endorphin, which load the organism with positivity. This chemistry of happiness not only elevates the spirit; it could help us regulate bodily functions and even strengthen us against illness. They are the psychological sun under which we grow best.

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But life, in its balance, also offers us its shadows. Not a few times, but many times, I have received negative strokes. It is true that they make us feel bad and produce the complete opposite of the others, as they sharpen stress, provoke depression and anxiety, sow a feeling of frustration, and foster isolation. However, I have learned that these must be taken with a practical spirit and let go. Clinging to them is to poison oneself from within. Curiously, sometimes one of these harsh strokes, if examined dispassionately, makes us reflect and perhaps change our way of acting, interacting, and facing conflicts. It is the only benefit they grant.

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And then there are the most insidious ones, those mixed strokes with a dark background of camouflaged criticism. Those, without a doubt, are worse because they generate a corrosive uncertainty in us. The doubt of whether we were praised or attacked leaves us in a damaging limbo. Those strokes require certain and forceful responses. We must recognize them with lucidity, and when one responds in an intelligent and firm manner, the person who launches them will think twice before doing it again. Setting a clear limit is deactivating their power.

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All of them—positive, negative, and mixed—swarm in our daily lives. Wisdom, the kind that is harvested with the years, does not lie in dodging them all, but in knowing which ones to embrace and which ones to release. The positive ones will make us happier and stronger; the others, simply, we have to let them go without allowing the response we give them to activate self-destructive feelings within us.

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That is learned with time. It is not about building a rigid wall, but about weaving, as I have done, a flexible shield. A shield that lets the light through and stops the venom. And I have found an infallible filter for this: if a stroke is not going to improve me as a person, if it does not come to add, to build, or to heal, then it does not deserve to dwell within me. It goes, without drama or resentment, straight down the drain of life.

That's how it is, my friends.

I leave you with a hug and all the positive energy to face the beautiful days to come.

I am a Doctor of Microbiology, a lover of nature, literature, music, cooking, and life itself. A staunch defender of family and children.

The texts are written by me without the use of AI.

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