Mi informe de Actifit: agosto 11 2025

Hola amigos de Actific y Hive, espero que todos estén muy bien. Hoy quiero compartirles un pequeño reporte —aunque en realidad más que un reporte, es una historia— de lo que fue el último entrenamiento nocturno de mi clan. La idea surgió casi de manera espontánea. Entre mensajes y bromas en el grupo, alguien lanzó la propuesta: “¿Y si entrenamos esta noche?”. No hizo falta mucho para que todos estuviéramos de acuerdo. La noche siempre tiene ese toque especial: el aire más fresco, menos ruido, y esa sensación de que el mundo se apaga un poco, dejando espacio para que uno se concentre en lo que realmente importa. Llegamos uno a uno al punto de encuentro, con nuestras mochilas, botellas de agua y la motivación bien cargada. Lo primero, como siempre, fue calentar. Entre estiramientos, saltos y movimientos de activación, las conversaciones iban y venían. Nos poníamos al día, reíamos por anécdotas de la semana y ya sentíamos que el espíritu de equipo estaba encendido. Cuando el cuerpo empezó a entrar en calor, decidimos que el entrenamiento de esa noche se enfocaría en dos movimientos clave: el handstand (o “hanstang” como algunos le dicen entre risas) y la plancha. Dos disciplinas que, aunque parecen simples cuando las ves, requieren una mezcla perfecta de fuerza, equilibrio y paciencia. Primero, nos agrupamos para practicar el handstand. Algunos ya tienen una postura casi perfecta: firmes, alineados, como si desafiaran la gravedad sin esfuerzo. Otros todavía estamos afinando detalles, tratando de mantener el equilibrio sin que los pies se nos vayan hacia cualquier lado. Entre intento e intento, siempre había alguien para corregir la postura, dar un consejo o simplemente animar con un “¡Eso es, casi lo tienes!”. Esa energía de apoyo mutuo es lo que más me gusta del clan. Después pasamos a la plancha, que exige no solo fuerza en los hombros y brazos, sino un control absoluto del cuerpo. Aquí la competencia sana se hizo presente: cada uno tratando de aguantar un poco más que el otro, aunque siempre en un ambiente de buena onda. Incluso hubo momentos de broma, cuando alguno no aguantaba más y se desplomaba al suelo con una sonrisa. Mientras entrenábamos, el parque se iba quedando en silencio. Solo se escuchaba el sonido de nuestras respiraciones, algún que otro grillo y el golpe suave de las manos contra el suelo. Esa calma nocturna hacía que todo se sintiera más intenso, más enfocado. Al final, nos quedamos un rato más, ya sin tanta exigencia física, conversando y planificando los próximos entrenamientos. La noche se volvió cómplice de nuestras metas, y cada uno se fue a casa con la satisfacción de haber entrenado duro, pero también de haber compartido momentos que fortalecen no solo el cuerpo, sino la amistad y el espíritu del clan. Entrenar juntos, sobre todo en este horario, no es solo ejercicio: es construir recuerdos. Y eso, para nosotros, vale tanto como cualquier progreso físico.

Calistenia, Entrenamiento callejero