Buenas noches amigos hivers, hoy les cuento que salí a rodar después de un buen tiempo y he aquí mi día.
Hoy fue un día especial de pedaleo, de esos que dejan recuerdos en la memoria y satisfacción en el corazón. Con mi bicicleta recién ajustada, estrenando cadena y una pacha mucho más grande con monoplato, salí junto a mis amigos de la manada hacia una ruta que tenía en mente desde hace tiempo: el alto de Boquerón y el corregimiento de San Sebastián de Palmitas. Desde el inicio, el ambiente se sintió distinto; el sol brillaba con fuerza, el cielo estaba despejado y nos acompañaban paisajes hermosos que hacían más llevadero el esfuerzo de cada pedalazo.
La ruta tuvo de todo: alegría, retos, cansancio, risas y hasta tropiezos. Empezamos con buen ritmo, disfrutando del paisaje montañoso que se desplegaba a cada kilómetro, esos verdes intensos y las curvas que parecían invitar a seguir avanzando. Llegar a Palmitas fue un deleite, un lugar que parece detenido en el tiempo, lleno de vida, con ese aire fresco que solo las montañas saben regalar. Allí compartimos un rato agradable, comimos, conversamos y recargamos energías, sabiendo que lo más duro aún estaba por venir: el regreso por el desnivel positivo hacia el alto de Boquerón.
Ese tramo fue el verdadero reto del día. A pesar de llevar la bicicleta más ligera con la nueva relación de cambios, las piernas no respondieron como esperaba. El más de un mes de pausa pesó, y cada metro de subida me recordó que la resistencia se gana con constancia. Sentí la fatiga acumulada y por momentos la mente me pedía parar, pero la determinación pudo más. Con la compañía de mis amigos, que animaban a seguir adelante, logré superar ese ascenso que parecía interminable. Al coronar el alto de Boquerón, la sensación de satisfacción fue indescriptible: el cansancio se transformó en orgullo y el esfuerzo valió cada gota de sudor.
El día también tuvo sus anécdotas que hacen de estas rodadas algo único. Algunos de mis compañeros tuvieron caídas leves, esas típicas de los pedales automáticos cuando se enclochan en el momento menos esperado. Por suerte, no pasó de un susto y unas risas compartidas. También hubo pinchazos que nos obligaron a detenernos, a sacar herramientas y manos a la obra, pero eso hizo parte de la experiencia y dio más motivos para conversar y bromear en el camino. El sol estuvo intenso durante gran parte de la jornada, y con él llegó el sudor que nos acompañó como recordatorio de la exigencia de la ruta.
Al final, más que kilómetros, sumamos momentos. Conocí y disfruté de lugares hermosos, compartí comida, pedaleadas y carcajadas con la manada, y confirmé una vez más que lo importante no es solo llegar a la meta, sino disfrutar del recorrido, con todo lo que trae: lo bueno, lo duro y lo inesperado. Hoy la bicicleta me enseñó de nuevo que la pausa no borra la pasión, que la resistencia se recupera, y que cada salida es una oportunidad para crecer, reír y vivir intensamente sobre dos ruedas.
English
Good evening, Hivers friends. Today I'm going to tell you about my day out riding after quite a while.
Today was a special day of cycling, one of those days that leaves memories in your mind and satisfaction in your heart. With my bike freshly tuned up, a brand new chain, and a much larger chainring with a single chainring, I set off with my friends from the pack on a route I had had in mind for a long time: the Boquerón pass and the village of San Sebastián de Palmitas. From the start, the atmosphere felt different; the sun was shining brightly, the sky was clear, and we were accompanied by beautiful landscapes that made the effort of each pedal stroke more bearable.
The route had everything: joy, challenges, fatigue, laughter, and even stumbles. We started at a good pace, enjoying the mountainous landscape that unfolded with every kilometer, the intense greens and the curves that seemed to invite us to keep going. Arriving in Palmitas was a delight, a place that seems frozen in time, full of life, with that fresh air that only the mountains can provide. There we shared a pleasant time, ate, talked, and recharged our batteries, knowing that the hardest part was yet to come: the return trip up the steep slope to the top of Boquerón.
That stretch was the real challenge of the day. Despite riding a lighter bike with a new gear ratio, my legs didn't respond as I had hoped. The month-long break took its toll, and every meter of the climb reminded me that endurance is gained through consistency. I felt the accumulated fatigue and at times my mind told me to stop, but my determination prevailed. With the company of my friends, who encouraged me to keep going, I managed to overcome that seemingly endless climb. When I reached the top of Boquerón, the feeling of satisfaction was indescribable: fatigue turned into pride and the effort was worth every drop of sweat.
The day also had its share of anecdotes that make these rides unique. Some of my companions had minor falls, the kind that typically happen with clipless pedals when they lock in at the most unexpected moment. Luckily, it was nothing more than a scare and a few shared laughs. There were also flat tires that forced us to stop, get out our tools, and get to work, but that was part of the experience and gave us more reasons to talk and joke along the way. The sun was intense for most of the day, and with it came sweat, which accompanied us as a reminder of the demands of the route.
In the end, more than miles, we added moments. I got to know and enjoy beautiful places, shared food, rides, and laughter with the pack, and confirmed once again that what matters is not just reaching the goal, but enjoying the journey, with everything it brings: the good, the hard, and the unexpected. Today, the bicycle taught me once again that a break does not erase passion, that endurance can be regained, and that every ride is an opportunity to grow, laugh, and live intensely on two wheels
Translated with Deepl Fotos propias: Xiaomi note 13 pro Edición: Cristianm
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