Milagro es una palabra con muchas connotaciones, demasiadas. Una palabra con mucha historia, gran parte de la cual me hace sentir bien incómodo, pero nada de eso es motivo para que renuncie a su uso. Es un como la poesía, uno de mis milagros preferidos: no hay lugares comunes si el poeta tiene la audacia de proponer miradas frescas, propias, viscerales.
Yo no creo que pueda articular una visión realmente nueva de qué son los milagros. Pero sí puedo presentar la mía, que no tiene nada que ver con dioses, hechos sobrenaturales ni personas que se escudan tras aspiraciones irreales. Los míos son los milagros de la cotidianidad, del mundo que me rodea, de la realidad comportándose de maneras poco probables.
¿Es solo la luz en un charco o un reflejo del universo?
El primero de mis milagros reside en las personas, aunque bueno creo que todos ellos residen en el mismo lugar. Me parece un milagro encontrar personas capaces de librarse de las trampas de auto confirmación y auto negación. Estadísticamente hablando las personas simplemente no pueden y las excepciones a la regla parecen ser cada día más raras.
Ver a una persona capaz de erguirse sobre los estrechos límites de la experiencia personal a la hora de articular la validación o negación de sus actos me parece algo sorprendente, milagroso. Sobre todo porque tenemos las estadísticas en contra y con frecuencia superar lo que se halla justo delante de nuestros ojos resulta extremadamente complejo. Para empeorar las cosas, está de moda creerse el ombligo del mundo y la causa última de todo lo que nos sucede.
Vivo en un pueblo donde a alguien se le ocurrió que adornar su casa con una calavera de vaca pintada de azul era una buena idea. Por lo menos pintoresco sí resulta.
Otro de mis milagros preferidos es la búsqueda de coherencia, me parece aterrador comprobar una y otra vez la infinita capacidad humana para aceptar, dar por sentado e incorporar lo contradictorio y lo incoherente cuando resulta conveniente. A veces la situación llega a ser ridícula e incluso hilarante, pues con una frecuencia pasmosa quien señale la disonancia será el que reciba todo el peso del disgusto grupal.
A veces estamos tan atrapados en el flujo habitual de nuestro pequeño mundillo que detectar lo incoherente no es una prioridad. La inmensa mayoría de las ocasiones seguir arrastrando con ello es más fácil y gasta menos tiempo, provoca menos disgustos y menos contrariedad. Por ello nos habituamos a situaciones carentes de la más mínima lógica, cosas verdaderamente kafkianas, bajo el peso de la rutina y la comodidad. Presenciar la rebelión (demasiadas veces personal) contra lo incoherente me parece algo realmente milagroso.
Hay días en que hasta la felicidad familiar me parece un milagro, o mejor, me parece un milagro que la llama no se apague a pesar del viento.
La poesía es otra maravilla que me parece tan brillante y profunda que muchas veces termino contemplándola como si se tratara de algo de otro mundo. La misma idea del progreso y sus vías, sus consecuencias y posibilidades, todo eso, todo lo que entendemos ahora como humano, está predicado sobre una sola herramienta y sus dos soportes principales. Creo que como especie, como fenómeno vivo y en evolución, todavía no hemos presenciado todas las consecuencias de la comunicación, la palabra hablada y la palabra escrita.
No es gratuito que las primeras inteligencias artificiales comenzaran su evolución como modelos de lenguaje. He ahí el verdadero poder de las palabras, el de construir la inteligencia, primero la nuestra y luego la artificial. Qué descubrimiento e invención tan fundamental, tan poderoso y terrible que transformó a unos pocos primates intrépidos pero sin futuro en lo que somos hoy. Es en esa luz que miro la poesía, belleza que nace del fango mismo del que estamos hechos, luz que viene de las cenizas sedimentadas de miles y miles de generaciones.
Un colibrí me mira intrigado a dos pasos de distancia.
Cada palabra tiene una historia que merece ser contada. También arrastra una carga que influye nuestra manera misma de entender y razonar lo que nos rodea. Cada palabra es el sedimento de incontables generaciones previas, saltando de un idioma al otro de una cultura a las demás, avanzando desde la oscuridad hacia un futuro que no necesariamente es más luminoso pero que sí está por descubrir todavía. Y esa, precisamente esa es la materia con que juega la poesía, con la que construye su salto y asalto a la belleza.
Qué materia tan terca, tan terrible, tan prometedora. Tan nuestra, tan ajena, tan yunque y martillo, tan espejo y reflejo. El milagro de milagros, el más humano de todos: la mano tendida desde el yo fractal hacia el infinito que se va fracturando en lo posible, lo asible, lo real y lo cotidiano.
Miracle is a word with many connotations, too many. A word with a long history, much of which makes me feel quite uncomfortable, but none of that is a reason for me to renounce its use. It's like poetry, one of my favorite miracles: there are no clichés if the poet has the audacity to propose fresh, personal, visceral perspectives.
I don't believe I can articulate a truly new vision of what miracles are. But I can present my own, which has nothing to do with gods, supernatural events, or people who hide behind unrealistic aspirations. Mine are the miracles of everyday life, of the world around me, of reality behaving in improbable ways.
Is it just light in a puddle or a reflection of the universe?
The first of my miracles resides in people, although, well, I think they all reside in the same place. I believe it a miracle to find people capable of freeing themselves from the traps of self-confirmation and self-denial. Statistically speaking, people simply cannot, and the exceptions to the rule seem to become rarer every day.
Seeing a person capable of rising above the narrow limits of personal experience when articulating the validation or denial of their actions seems something surprising, miraculous to me. Especially because the statistics are against us, and often overcoming what is right in front of our eyes is extremely complex. To make things worse, it's fashionable to believe oneself is the center of the world and the ultimate cause of everything that happens to us.
I live in a town where someone thought that decorating his house with a cow skull painted blue was a good idea. At the very least, it is picturesque.
Another of my favorite miracles is the search for coherence. I find it terrifying to verify again and again the infinite human capacity to accept, take for granted, and incorporate the contradictory and the incoherent when it is convenient. Sometimes the situation becomes ridiculous and even hilarious, because with astonishing frequency, the one who points out the dissonance will be the one to bear the full weight of the group's displeasure.
Sometimes we are so caught up in the usual flow of our little world that detecting incoherence is not a priority. The vast majority of the time, continuing to put up with it is easier, takes less time, causes less displeasure and less annoyance. That's why we become accustomed to situations lacking the slightest logic, truly Kafkaesque things, under the weight of routine and comfort. Witnessing the rebellion (too often a personal one) against the incoherent seems something truly miraculous to me.
There are days when even family happiness seems like a miracle to me, or rather, it seems like a miracle that the flame doesn't go out despite the wind.
Poetry is another marvel that seems so brilliant and profound to me that I often end up contemplating it as if it were something from another world. The very idea of progress and its paths, its consequences and possibilities, all of that, everything we now understand as human, is predicated on a single tool and its two main supports. I believe that as a species, as a living and evolving phenomenon, we still have not witnessed all the consequences of communication, the spoken word and the written word.
It is no coincidence that the first artificial intelligences began their evolution as language models. Therein lies the true power of words: that of constructing intelligence, first our own and then the artificial one. What a fundamental discovery and invention, so powerful and terrible, that transformed a few bold but futureless primates into what we are today. It is in that light that I look at poetry, beauty born from the very mud we are made of, light that comes from the sedimented ashes of thousands upon thousands of generations.
A hummingbird looks at me intrigued from two steps away.
Every word has a history that deserves to be told. It also carries a burden that influences our very way of understanding and reasoning about what surrounds us. Every word is the sediment of countless previous generations, jumping from one language to another, from one culture to the others, advancing from darkness towards a future that is not necessarily brighter but is still yet to be discovered. And that, precisely that, is the material with which poetry plays, with which it builds its leap towards (and assault on) beauty.
What stubborn, terrible, promising material. So ours, so alien, so anvil and hammer, so mirror and reflection. The miracle of miracles, the most human of all: the hand extended from the fractal self towards the infinite that fractures into the possible, the graspable, the real, and the everyday.
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