¡Hola a todos en esta comunidad! Regreso por acá en esta ocasión para reflexionar sobre el rencor, como parte de la iniciativa propuesta por @iriswrite. Teniendo en cuenta la complejidad propia del tema, preferí pensarlo bien primero antes de traerles mis palabras.
Después de mucho analizar cuál analogía pudiera ser la más efectiva, me incliné por la más simple de todas: el rencor es un lastre. No es que dude ni por un segundo de su capacidad corrosiva, es solo que sus efectos los sufre ante todo quien lo siente. Casi siempre la vida continúa su flujo normal excepto para la persona que padece el rencor, que se va quedando atrapada en su propia incapacidad para salir de la esquina a la que se confinó.
El rencor puede aparecer inadvertido, casi como el musgo sobre los objetos.
En la inmensa mayoría de los casos, las formas en que podemos influenciar nuestro entorno son bien limitadas. En muchas ocasiones, más que influenciar el mundo que nos rodea, la cuestión es cómo asumirlo y enfrentarlo. Con una frecuencia abrumadora, todo lo que podemos decidir es cómo nos relacionamos con los eventos y procesos a nuestro alrededor. Visto de esa forma, el rencor limita severamente nuestras posibilidades de interacción, reduciéndonos a una mentalidad negativa en lo fundamental.
Esa mentalidad negativa es peligrosa en extremo, pues conduce a situaciones de las que luego es difícil salir. ¿Quién no conoce a esas personas que son capaces de soportar cualquier inconveniente, de asumir con soltura cualquier sacrificio con tal de hacer daño a otro? ¿Y luego? Cuando esa otra persona se vea perjudicada y reaccione ante la agresión: ¿será ese un nuevo motivo para el rencor? Si la regla es el ojo por ojo, tarde o temprano todos terminamos ciegos.
Creo que es sano asumir que todos hemos sentido rencor en algún momento de nuestras vidas. En ese sentido, la principal diferencia radica en qué decidimos hacer con él. Yo elijo dejarlo atrás, sin que eso implique olvidar lo que sucedió. Prefiero continuar el camino con una mente libre de negatividad, de malos deseos y vibraciones que en un final me afectarían más a mí que a cualquier otra persona.
Es una emoción negativa que a la mínima oportunidad lo cubre todo.
El rencor ciega y ensordece, pero sobre todo, nos lleva a actuar de formas que sin duda alguna le reprocharíamos a otros. Hay personas capaces de rechazar oportunidades muy buenas solo por estar concentrados en dañar a otros. Hay quienes se van encerrando en su propia amargura y resentimientos, para terminar alejados incluso de los seres queridos. Francamente no le veo sentido ninguno a ese tipo de actitudes, prefiero seguir con mi vida libre de ese lastre y sus consecuencias.
La cuestión no radica en consignarlo todo al olvido y tropezar mil veces con la misma piedra, volver siempre a la misma situación y por ende al mismo resultado. La solución está en aprender de los baches y evitarlos en el futuro, la mejor respuesta que he encontrado es evitar el pantano del todo si el camino lo permite.
Odiar a alguien lo hace importante, pero guardarle rencor lo hace presente en cada espacio, en cada instante de nuestras vidas. La paradoja radica en que nadie capaz de hacernos daño se merece que le demos esa importancia y presencia en nuestras vidas. Mejor aprender de la mala experiencia, pero aprender para desterrarla doblemente: de forma que deje de afectarnos y que no se repita en el futuro.
El problema es que ante una vida marchita por el rencor, todos preferirán tomar distancia, no sea que ellos se marchiten también.
El rencor es en definitiva un lastre que disminuye las posibilidades, un ladrón de fuerza emocional, un peso que cargamos en el camino a nuestros objetivos y metas. Existen demasiados obstáculos académicos, económicos y de cualquier otra índole como para que añadamos el de una mentalidad negativa y cargada de rencor. Por eso es mejor dejarlo ir, de los problemas se aprende (como decía mi abuela materna) pero en algún momento hay que dejarlos ir.
Al cruzar el río de nuestras emociones y pensamiento no necesitamos ningún tipo de lastre, no sea que jamás lleguemos a la otra orilla.
Hello everyone in this community! I’m back here this time to reflect on resentment, as part of the initiative proposed by @iriswrite. Considering the inherent complexity of the topic, I preferred to think it through carefully before sharing my thoughts with you.
After much deliberation about which analogy might be the most effective, I settled on the simplest one of all: resentment is dead weight. It’s not that I doubt for a second its corrosive capacity, it’s just that its effects are suffered first and foremost by the one who feels it. Life almost always continues its normal flow, except for the person burdened by resentment, who becomes trapped in its own inability to escape the corner they’ve confined themselves to.
Resentment can appear unnoticed, almost like moss creeping over objects.
In the vast majority of cases, the ways we can influence our surroundings are quite limited. Often, rather than shaping the world around us, the real challenge lies in how we confront and adapt to it. Overwhelmingly, the only thing we can decide is how we relate to the events and processes around us. Seen this way, resentment severely limits our possibilities for interaction, reducing us to a fundamentally negative mindset.
That negative mindset is extremely dangerous because it leads to situations that are hard to escape. Who hasn’t met people who can endure any inconvenience, who willingly make sacrifices just to harm someone else? And then what? When that other person is hurt and reacts to the aggression: will that become yet another reason for resentment? If the rule is an eye for an eye, sooner or later, we all end up blind.
I believe it’s healthy to acknowledge that we’ve all felt resentment at some point in our lives. In that sense, the key difference lies in what we choose to do with it. I choose to leave it behind, not by forgetting what happened, but by moving forward with a mind free of negativity, ill wishes, and toxic energy that, in the end, would harm me more than anyone else.
It’s a negative emotion that, given the slightest chance, spreads over everything.
Resentment blinds and deafens, but above all, it leads us to act in ways we would undoubtedly condemn in others. Some people reject great opportunities simply because they’re fixated on hurting someone else. Others become imprisoned in their own bitterness and grudges, eventually pushing away even those they love. Frankly, I see no sense in such attitudes, I’d rather live my life free of that dead weight and its consequences.
The issue isn’t about forgetting everything and stumbling over the same stone a thousand times, returning to the same situation and thus the same outcome. The solution lies in learning from the pitfalls and avoiding them in the future. The best response I’ve found is to steer clear of the swamp entirely, if the path allows it.
Hating someone makes them important, but holding onto resentment makes them present in every space, every moment of our lives. The paradox is that no one who harms us deserves that level of importance and presence in our lives. It’s better to learn from the bad experience, but learn in a way that banishes it twice over: so it stops affecting us and doesn’t repeat in the future.
The problem is that when faced with a life withered by resentment, everyone will prefer to keep their distance, lest they wither too.
Resentment is, ultimately, dead weight that diminishes possibilities, a thief of emotional strength, a burden we carry on the path to our goals and dreams. There are already enough academic, economic, and other obstacles in life without adding the weight of a negative, resentment-filled mindset. That’s why it’s better to let it go. We learn from problems (as my maternal grandmother used to say), but at some point, we must release the issues and let them go.
When crossing the river of our emotions and thoughts, we don’t need any extra weight, lest we never reach the other shore.
Texto original en español libre de IA, traducido al inglés con ayuda de Google Translate y luego revisado por mi.
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