Hola Hive, espero que todos anden muy bien. Yo acá, tratando de hacer memoria y continuar con el relato de este proceso, de este vínculo tan apasionante con Otoño, donde hemos tenido muchos aprendizajes los dos.
Para seguir con la narración, voy a retomar desde lo que conté en mi último post: cómo superamos los inconvenientes que surgieron al pasar del bocado al freno de hierro.
El problema más grande que tuvimos —porque no fue solo uno— fue que él empezó a mostrarse rebelde, creo yo por la incomodidad de la nueva embocadura. Les cuento que en este proceso, con los pocos recursos que tenemos, hemos tenido que recurrir a la creatividad y la improvisación. Otoño manifestaba su rebeldía cuando lo montaba: se quedaba duro, sin avanzar en ninguna dirección. Eso lo solucioné con mucha paciencia, dándole cuerda y manejándolo desde abajo, acompañándolo de un lado y del otro. Primero con el bozal para guiarlo, y después con las riendas en la boca.
Antes de llegar a esa solución intenté otra cosa que en un principio parecía funcionar, aunque creo que me engañé a mí mismo. Lo que hacía era, cuando él no quería moverse, aplicar quiebres hacia un lado y otro desde el bozal, para no lastimarle la boca. Otoño tiene una boca muy sensible y hay que cuidarlo mucho. Como dice mi amigo @Meno, un día él estaba demasiado rebelde y yo, con poca paciencia. Ese día aprendí una gran lección que jamás olvidaré, porque todavía tengo la cicatriz en el dedo mayor de mi mano derecha. Me recuerda que siempre debo actuar con calma y pensando.
En ese momento yo estaba montado en Otoño, intentando hacerlo girar con los quiebres. A veces funcionaba: giraba, daba unos pasos y luego caminábamos recto. Pero ese día no había forma, yo insistía demasiado, y en un momento nos caímos los dos al suelo. Solté la presión del bozal rápidamente, y él se reincorporó conmigo aún montado. Instintivamente trató de librarse corcoveando. En el primer salto quedé sentado detrás de la montura, casi en la grupa. Aguanté solo con la fuerza de mis piernas porque las riendas se me escaparon por completo. Fueron unos 5 o 6 saltos en los que logré volver a acomodarme y recuperar las riendas.
Cuando lo conseguí pensé: listo, ahora sí ya es mío. Pero enseguida, en los siguientes saltos, al apoyarme en los estribos para resistir la inercia, se me cortó la estribera del lado izquierdo. Otoño tenía la cabeza agachada entre las manos, y si alguien vio alguna vez un caballo hacer esto sabrá entender mejor la situación. Como dice mi amigo @Meno, pasé literalmente por arriba de su cabeza y caí parado delante de él, con la mala suerte de que mi dedo mayor de la mano derecha quedó atrapado entre las riendas y la parte delantera de la montura. El golpe me reventó el dedo. Por suerte no me lo amputó, aunque quedó marcado para siempre.
Después de varias curaciones que me hizo mi amigo @Meno, volví a montarlo. Acá les muestro a Otoño saltando en otra ocasión distinta a la que acabo de relatar.
Además, quiero contarles que ese mismo día, después de andar un rato, logramos regresar a la calma y terminar todos tranquilos.
Bueno, querida comunidad, ya seguiré con este relato de doma y aventuras. Un saludo, David.