La Sombra de la Muerte
e me fue notificado por orden del presidente de la republica que recibiría varias medallas de honor debido a mi desenvolvimiento en el campo de batalla, lo que significaba un glorioso avance dentro de mi carrera militar ***(Después de tantas guerras, ya era hora)***. Mi nuevo rango sería el de capitán de un pelotón de soldados estrategas que cumplían su labor en la clandestinidad. Nos hacíamos llamar: ***“La sombra de la muerte”.***
ara poder ingresar a esta orden debías cumplir con una difícil lista de aptitudes, capacitación y, para finiquitar, se le agregaba una última tarea, una prueba de fe; esta anunciaba tu bautismo y el inicio a una nueva vida. Aquella tarea era una tentativa a tu valor y deseos de pertenecer a esta fraternidad:
us cuerdas vocales serían arrancadas de tu garganta, por un medico que también sería un prospecto para ocupar un puesto dentro de las filas, este debía realizar la operación con un cuchillo de combate, todo el proceso se hacía sin anestesia. En el instante que ya no pudieras emitir sonido alguno, era la señal, tu bautismo y bienvenida estaban confirmado. A pesar de lo abrumadoramente doloroso de ese estado, toda esa sensación quedaba reducida a un segundo plano, ya que vislumbrabas el honor de pertenecer a esta gloriosa familia de suicidas silenciosos.
i acenso se realizaría hoy, un día después de ser notificado. Tenía marcadas las costillas por unos hematomas que surgieron posterior al estallido de una granada de mano que impactó detrás de una pared de donde yacía recostado para aquel momento. Eran simples rasguños en comparación al poder destructivo que una explosión como esta puede acarrear en un simple cuerpo mortal; agradezco a la vida de seguir en este plano de la exsistencia.
e alisté con mi uniforme de gala. La emoción me invadía. Las medallas otorgadas tenían una simbología única y, para cada capitán era diferente, pero todas poseían representaciones alusivas a una calavera.
(No entiendo porque concebía tanta conmoción por un simple objeto metálico como ese. El ser humano siente felicidad por cosas muy insustanciales).
a celebración se realizaría en una fragata de guerra, ubicada en algún puerto desconocido para el mundo. Mi esposa Clarisa se me acercó y dijo que habían dos hombres vestidos con trajes elegantes de color negro, esperándonos a la entrada de nuestro recién adquirido hogar. Saqué una bufanda del interior de mi saco de gala, le hice señas para que se voltease y acto seguido le vende los ojos. Ella se encontraba arreglada con un hermoso vestido de color negro preparado para la ocasión.
El vestido poseía una abertura por un costado, la cual, iba desde la cadera hasta el final del mismo con lo que daba a relucir una de sus hermosa piernas, algo sexy, un poco atrevido, pero no vulgar, y para hacer juego con él, unas sandalias de tacón alto, del mismo color. Todo la ayudaba a verse sin ninguna duda, como una Diosa. Su cabello ondulado y suelto ***(siempre me gustaba que lo llevase de esa manera)*** le daba ese toque último de perfección.
a tomé de la mano y comenzamos a caminar, la guié hasta donde nos estaban esperando aquellos individuos; ellos nos hicieron señas para que entrásemos al vehículo aparcado al frente de la casa. El auto comenzó su marcha. Mientras íbamos de camino Clarisa se recostó de mi hombro, tomó y apretó fuertemente mi mano, ***(yo también apoyé mi cabeza en la de ella)***. En ese preciso momento un recuerdo invadió mis pensamientos y mi vista se perdió en el paisaje que relucía desde la ventana del auto.
Aquella maldita explosión.
i mejor amigo Z ***(Cuyo nombre verdadero nunca supe, ya que entre nosotros no existen nombres, sólo letras)*** y yo, nos encontrábamos en Bagdad ***(En el fulgor de una batalla)*** justo en el segundo piso de un edificio casi en ruinas. Entramos a un cuarto que se compartía con otro a través de una puerta ubicada en el centro de la pared que separaba a ambas habitaciones. Z se dirigió al cuarto adjunto, firmando así su sentencia. Aquella granada sorpresivamente apareció en la escena cuando él se encontraba dentro, solo iba a realizar una rutinaria visualización de campo a través de la ventana de la habitación.
Maldita sea ¿Por qué el destino es tan cruel?
Momentos después que la granada estalla, me levanté dando tumbos y con una sordera extrema, estaba aturdido, el polvo levantado y los escombros esparcidos no me hacían el camino fácil y, sumergido en ese espeluznante acontecimiento pude ver el brazo de mi amigo que sobresalía del costado de una viga de madera, me acerqué, y tiré a un lado el enorme madero, pero todo mi esfuerzo fue en vano, un pedazo de madera que pertenecía al marco de la ventana ***(Juzgué)*** se encontraba incrustado justo donde debería ir su ojo izquierdo, toqué su pulso, no tenía… Mi amigo… Había muerto.
entí una punzada en una de mis costillas, el dolor me trajo de vuelta a la realidad. Clarisa giro con vista hacia a mí y me dijo que, si me encontraba bien, a lo que respondí acariciando su rostro, esa era una señal particular que ella interpretaba como: “Todo está bien”.
No me había percatado que un manto de lluvia nos envolvía desde hacía varios minutos.
Llegamos a nuestro destino.
Uno de los agentes me entregó una sombrilla, ellos se bajaron del auto, nos abrieron las puertas, salimos.
a tempestad hacía sentir su furor contra aquel muelle; las olas desgarraban la orilla con furioso deseo de poseerla. El paraguas no cubría por totalidad mi cuerpo y mucho menos a mi esposa (mi calzado comenzaba a mojarse). Clarisa quien iba a mi lado tomada del brazo, me halo del mismo y comenzamos a correr en dirección a la fragata que nos esperaba encima de un mar agitado. Una ráfaga de viento hizo que la sombrilla quedará inservible, Clarisa reía debido aspecto de la misma y de cómo nos habíamos arreglado para nada.
ara mí esa tormenta no representaba una bendición sino al contrario, sentía un desfortunio en nuestro porvenir. Clarisa me soltó y comenzó a danzar bajo la lluvia, no paraba de dar vueltas, y de un momento a otro estiró sus brazos de par en par, cerró sus ojos e inclino su cabeza hacía el cielo.
e acerqué a ella, le di un toque en su hombro derecho, ella abrió sus ojos, yo le hice una pequeña reverencia como señal para invitarla a bailar un vals bajo la lluvia.
Me complacía el hecho de ver a Clarisa, feliz.
El almirante nos saludó, sonriendo. (Él había visualizado todo el espectáculo)
Nos reafirmó.
Clarisa se me adelantó y le dijo que no hacía falta, que debes en cuando una ducha bajo la lluvia no estaba nada mal, y más cuando pretendes llegar glamuroso a una reunión tan importante como esta.
Añadió el almirante.
Comentó Clarisa.
Fruncí el ceño como señal de estar en desacuerdo.
n ese momento, en ese maldito instante, Clarisa pierde el equilibrio, trata de aferrarse como puede de la cadena que funcionaba como posa mano del puente, pero no logra estabilizarse, el tacón de su calzado la traiciona y resbala del puente, mis reflejos hicieron que la sujetará de aquel vestido, específicamente de la parte de abajo ***(Clarisa gritaba y luchaba para aferrarse a la nada)*** sin embargo, la abertura de este, cede por el peso y ella cae, el vestido queda entre mis manos.
ara mi desgracia y desconcierto, Clarisa impacta su cráneo contra muelle de concreto, el impacto daba por claridad que ella había muerto, parte de sus sesos quedaron esparcidos y pegados del filo del mismo.
o quedé en shock, se me fue el mundo, el universo en vista de un mar que se teñía de color sangre, mi amada, la única mujer que había amado en toda mi existencia había fallecido de una manera inesperada.
s difícil describir todo lo que sientes en ese preciso momento, en cuestiones de segundo toda tu vida pasa delante de tus ojos: tu pasado, tu presente y hasta tu futuro, sientes perderlo todo.
lgo me poseyó, reaccioné descargando un grito desgarrador que salió de las profundidades de mis entrañas, uno, que trataba de decir el nombre de Clarisa.
El almirante me sujetó con fuerza y me aparto del puente.
Me gritó.
o no atendía a su voz de mando, no me importaba nada, las ordenes solo eran suspiros lanzados al aire. Estaba cegado de la rabia y la impotencia. Le di un codazo al almirante, le revente la nariz y parte del labio superior, del improvisto me soltó.
orrí en dirección al puente, bajé lo más rápido que pude. Y desde la orilla observaba en cuerpo inerte de quien era mi esposa.
is lágrimas comenzaron a brotar tan intensamente como el vacío que con cada segundo se acrecentaba. Mi alma, mi cuerpo y mi espíritu lloraban aquella cruel despedida. Y en un instante un recuerdo se apodero de mí, un papel que me había entregado Clarisa momentos antes de salir de la casa, colocado en el bolsillo derecho de mi saco. Inmediatamente lo saqué, aquel papel decía:
l terminar de leer, caí arrodillado. Ese era el motivo por el cual Clarisa vaciló en el puente, un síntoma común en pleno desarrollo de un embarazo (Mareos).
uando entras en este mundo una de las exigencias es abandonar todo por el bien de la nación, eres borrado de todo sistema, para todos dejas de existir. No obstante, se nos concede tener una pareja, siempre y cuando ese alguien mantenga el secreto y se ponga al servicio del ente al que pertenecemos.
o cierto era que ya no tenía a ese alguien quien era el eje de mi diario vivir, y aunque dejé mi vida normal en los escombros de un pasado no existente, Clarisa ahora formaba parte de una nueva vida para mí, por consiguiente, haberla perdido significaba haber muerto junto con ella.
e coloqué de pie, saqué mi arma y apunté a mi sien, mis lágrimas no paraban de salir.
Me gritó el almirante desde la proa.
Comenzó a correr en dirección a mí.
Segundos después, empezaron a aparecer desde la proa, soldados, tenientes, almirantes y coroneles, entre ellos, reconocí a varios de mi pelotón.
Me puse firme, los saludé a todos como lo hacemos los pertenecientes a La Sombra de la muerte con: “La mano cornuda”, pero pegado a nuestros corazones.
Acto seguido, halé del gatillo y disparé.
Fin.
Lector: Gracias por el tiempo dedicado al leerme. Feliz día, tarde o noche.
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