Escribo como habitante febril de una isla difícil. Alguien que vive en uno de esos pueblos perdidos o encontrados dentro de ella. Otro peregrino de la literatura que, por la fermentación de los años, por sus dramas individuales que chocan y, al chocar sufre o goza él con lo cotidiano; otro, en fin y con la necesidad de manifestarse.
De manera que a los amigos que por aquí transiten y lean con los ojos del alma les ofrezco mi nuevo día y mi nueva publicación que a diario dice, con libertad absoluta, lo que la poesía dispone con su facultad y su sentido.
A pie y descalzo por los versos camino. Me queda la alegría de lo vibrante. El testimonio de los días salta como liebre que huye del cazador. Y entonces...
Los castigados cargarán las cruces (las propias, las ajenas, las siguientes). Alguien se afila sus menudos dientes. Y tú dices: no abuses más, no abuses. Yo y el otro y aquella y varias luces apagándose y barro en los balcones, maldad en los extintos corazones, piedra negra (Vallejo) y piedra blanca. Y otra muerte a la orilla o a la zanca de un corcel que no admite rebeliones.