Este microrrelato nace de esas pequeñas contradicciones que vivimos en la adultez, cuando el cuerpo pide descanso, pero el alma aún quiere aventuras. Con humor, con honestidad y con mucho calor oriental… Aquí les dejo una escena cotidiana que, quizás, también es la tuya.
Mamá solía decir que, con la vejez, todo se vuelve contradicción. Y ahora le creo. De muchacha, yo no necesitaba excusas para lanzarme a la aventura. No me importaba no tener dinero, ni tiempo, ni hacer el ridículo. Mucho menos me molestaba ser el centro de atención. Desde la calle, mis amigos me llamaban o silbaban, y al salir ya sabía que no regresaría pronto... no hasta haber vivido la aventura iniciada. Inventábamos travesuras, desafíos, competencias… y eso era lo que más me motivaba. Todavía hago cosas por tan solo competir. Con los años, uno empieza a antojarse justo de lo que le falta. Si hay tiempo, no hay plata. Si hay plata, falta el tiempo... o las ganas. Con Cari cobramos unos trabajitos extras. —¿Salimos?- me pregunta. Miro al gato antes de responderle... le envidio ese empoderamiento absoluto. —¿Salir? No lo sé. ¿Hace calor, no?-Respondo como si existiera alguna posibilidad de que esa condición climática fuera variar en Cumaná. -sí, dale, vayamos por unos helados.-Me tienta con mi debilidad más grande.. Pero mi cuerpo grita: “¡No pises el palito! ¡Hace calooooooor!” Siento una flojera inmensurable que seguro pasará... luego de las 3 p.m cuando baje el sol.
Tomada con Redmi14C P.D. Saludos de Rino,
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