El mal de páramo no es un fantasma, es de verdad.

@eleidap · 2025-06-10 03:21 · Literatos

En Venezuela, el páramo es un paisaje que se respira con los huesos. Esta anécdota la escribí como parte de mi proceso de autoformación, explorando el cuerpo como memoria viva. Lo que parecía una simple excursión en teleférico se convirtió —dos veces— en una historia de cuerpo, vértigo y afectos congelados… o quemantes.

Dos veces en mi vida he subido en el teleférico de Mérida hasta el pico Bolívar. Y, pese a estar advertida sobre lo escurridizo que es el mal de páramo, en ambas oportunidades caí en sus fauces. Me devoró el aliento, endureció mis manos y la cordura… salió de paseo.

Es una sensación extraña, engañosa. Porque la sabes, pero no la ves. No te das cuenta de que te sientes mal hasta que te desmayas. Es como un viaje narcótico: ves tus manos tiesas, congeladas, llenas de pinchazos, y aun así, sudas un calor raro que no debería estar allí.

La primera vez fue a mis 14 años. Veía la nieve por primera vez. Me emocioné tanto que ignoré la falta de aire en mis pulmones, que estaban como empequeñecidos. Intentaba tomar fotos con mi camarita Kodak Instamatic, pero en un punto ya no podía articular los dedos. Y cuando quise gritarle a alguien lo que me pasaba… me desmayé.

La segunda vez fue más loca. Subimos Anto, Cari y yo. Esta vez como “baquiana”: dando instrucciones, cuidando a mi gente. Hasta que empecé a sentir la ropa pegada a la piel. Me apretaba, me asfixiaba. Empecé a quitarme capa por capa: gorro, chaqueta, suéter, sudadera… Y los demás me miraban con terror.

—¿Qué hacés, mamá? —¡Me quito la ropa, me ahogo!

Un fuego incierto emergía desde el pecho hasta la cabeza. Yo, sintiéndome fuerte e invencible al frío, me convertí en imprudencia pura. Como si la desfachatez pudiera con la altura.

Por suerte, siempre aparece alguien más loco que el emparamado… que te brinda un calentaito y te ayuda a volver a la vida.

QVZnckpMV3ZGMU9LYUNwbHh2SndhcXJT.jpeg Mi hijo y yo en el páramo andino. (Foto de mi archivo familiar)

Dicen que el mal de páramo te roba el aliento sin avisar, pero yo creo que también te enseña algo: que la cordura no siempre es la mejor guía en la aventura de vivir. A veces, lo único que necesitamos para volver a la vida es una locura solidaria y un sorbito de calentaito.

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