Imagen creada con Inteligencia Artificial. Arte en taza: @vivobonito.ve
Es que hoy no pasó nada. Llevo tiempo así: todo alrededor se mueve y yo siento que no ocurre nada. Los gatos ronronean, mi esposa me da un beso por la mañana, yo les miro y sonrío, pero no me pasa nada. Como rico, me relajo, agradezco a Dios. Pido perdón por este nadismo que me cae encima sin avisar y que, a pesar de mis esfuerzos, no se deja convencer. Y no pasa nada.
Respiro. Medito. Intento visualizar la nada, verla y nombrarla como quien señala una nube. La nada se me queda mirando, con esa risa traviesa, y se burla de mis respiraciones. Abro el celular y una tormenta de autoayuda, tutoriales, noticias y ridiculeces me cae encima: dopamina desde mis pulgares. La nada, para colmo, se engorda.
Es curioso: escribo, pinto, tejo, canto, diseño, decoro, limpio. Hago cosas. Y la nada entra en todas ellas, como quien se sienta a la mesa sin pedir permiso.
¿Qué hago? Me llegan frases sosas: “todo pasa…”, “todo estará bien”, “el tiempo de Dios es perfecto”. Respiro de nuevo. Mi fe es más grande que la nada —no porque lo diga alto, sino porque insiste en levantarse cada mañana. Así que espero. No por resignación, sino porque a veces esperar es la forma más obstinada de seguir viva. Y mientras tanto, los gatos ronronean, mi esposa me mira y yo espero que, por fin, algo pase.
Gracias por leer. Comparte, comenta y vota. Nos vemos en la próxima anécdota.