Hace justo un año, mi mundo se sacudió por completo. No por algo que me pasó a mí directamente, sino por algo aún más profundo: lo que le pasó a alguien que amo. Esta historia no es solo mía, ni solo suya. Es de todos los que, alguna vez, hemos sentido que el alma se nos rompe… y que, aun así, seguimos adelante. Hoy comparto este testimonio con el corazón en la mano. Porque hay palabras que necesitan ser dichas, emociones que deben ser nombradas y una fe que merece ser contada.
1. Antes del huracán
Fueron días de incertidumbre, largas esperas y conjeturas. Esperaba frente a mi laptop algún mensaje, un chat, un email… una señal. Mis latidos, duros como golpes en el pecho. Seca la piel, la garganta y la fe… porque tenía miedo. Cada minuto me restregaba los ojos, borrosos de cansancio.
Otros tenían sospechas, pero yo no me di por aludida. Seguía pensando que sería leve, que todo pasaría rápido.
2. El anuncio
Hasta que sonó el teléfono. Atendí… y entre megabytes volé, me puse frente a mi tía, que llorando me anunció el diagnóstico. Su voz fue un huracán que barrió mi ser. No quedó nada en pie. No supe quedarme entera. Me desmoroné. Grité un vacío, un porqué. Todo era un desierto.
Cari me hablaba y yo no escuchaba. Caminé sin rumbo dentro de un cuarto. Necesitaba hablar con mi familia, pero no podíamos. Teníamos que esperar. Pero mi instinto pedía un abrazo, una mirada como la mía. Estar con quien sepa mis genes.
3. El abrazo
Esperé más. Escuché a mi hermano llegar a la casa. No había cerrado la puerta del carro cuando, como una aparición, yo estaba detrás de él.
—¿Has hablado con alguien de la familia? —le pregunté. —No —me respondió de espaldas, sin mirarme, ni dejar de hacer sus cosas en el carro.
Entonces me le acerqué. Lo abracé desde su espalda. Recosté mi cabeza en su hombro y lloré.
—Valentina tiene leucemia.
Nuestras almas se amalgamaron. Lloramos. No entendimos. Nos desexplicamos. Nos rendimos. Cada uno siguió atendiendo su descontrol.
4. La centella
Más tarde recibí un mensaje:
—Prima, mi hija tiene leucemia.
—Y la va a superar —le respondí, como una centella que salía de mi convicción. Como si Dios mismo me hiciera su mensajera, porque ella así lo necesitaba.
5. Lo que vino después
Tres días tardé en volver de ese trance: Sin bañarme, sin dormir, apenas comiendo. Trabajando, comunicando, avisando, rogando ayuda para cubrir los gastos.
Todo a cambio de lo que hasta hoy han sido 365 días de amor, solidaridad y fe. Solo Dios pudo acompañarnos a todos. Solo la mirada de Jesucristo alivió la pena y ordenó mi pensamiento.
Orar, agradecer, rogar… me hicieron pensar en Cristo todo el tiempo. Reaccionar ante la misericordia y las maravillas de Dios.
> Este no es solo un testimonio. Es una forma de agradecer. De recordar que a veces, cuando todo se derrumba, lo que queda en pie es el amor. Gracias por leer. Si esta historia tocó alguna fibra en ti, te invito a dejarme tu sentir en los comentarios.