Una cosa chiquita que me cambió el día (y me pintó de azul)

@eleidap · 2025-04-17 21:42 · Freewriters

*Hola! Esta pequeña historia forma parte de un ejercicio de escritura autodidáctico. Estoy explorando mi voz narrativa desde lo cotidiano, lo íntimo y lo sencillo. Espero que lo disfruten. *

_6958ac5d-b220-463e-8d5e-f09ccc15e81b.jpeg Imagen creada con Generador de imágenes de Bing

Una cosa chiquita que me cambió el día fue darme cuenta de que me quedé con las uñas azules. Desde ayer, cuando Fiorella me las pintó.

Hoy salí sola, por mi cuenta. Ya lo había pensado, pero no decidido. Vi a Marcelo, mi hermano, alistando el carro y le pregunté si podía darme la cola hasta el supermercado. Me dijo que sí.

Corrí a cambiarme. Me puse algo ligero porque el calor de Semana Santa es agobiante. El sol es indestructible, inevitable, incluso si estás en la sombra o bajo capas de protector UV.

Rapidito junté mis cosas. Hasta el cuaderno y el lápiz me llevé, por si acaso me tropezaba con la inspiración. La idea de saborear un helado cremoso de chocolate hacía spoiler en mi mente.

Sentí una alegría subversiva. Una chispa que me recordaba que sí puedo, cada vez que me lo propongo.

Le di un beso a Cari. Leí mi mantra al lado de la puerta de mi cuarto y salí.

El cielo blanco, como una pantalla inmensa de luz solar, encandilaba la calle. La brisa, caliente como salida de horno. Carros y motos rodaban sobre el asfalto como si lucharan contra una fiera de fuego.

Por suerte, el supermercado tiene aire acondicionado. Y allí todo es distinto. Casi que otro país. Nadie suda. Nadie frunce el ceño. Las mujeres están maquilladas, los hombres bien peinados.

Fui a la sección de farmacia. Puse las manos sobre el mostrador. A mi lado, otra señora, quizás mayor que yo. No lo sé. Me pasa que no sé calcular quienes son mis contemporáneas por distintas razones: primero no me siento vieja cuando hago cosas por mi cuenta, ni mucho menos cuando nada me duele. Segundo, no hablo temas de viejos, ni de tratamientos permanentes, ni de nietos, ni de pensiones, ni de catástrofes. Tercero, mi esposa Carinel no me deja.

Exhibí mis manos con su hermoso enchastre de azul eléctrico. Me pareció que sacaban sonrisitas a la cajera, o por lo menos eso asumí.

Rápido, me excusé: —Esta fue mi sobrina, que ayer me invitó a jugar con la pintura de uñas.

La señora, que buscaba un sobrecito de bicarbonato, vestía colores pasteles y tenía una mirada tierna, sonrió. Pero también se lamentó: —Por lo menos tienes quien te divierta el día. Yo vivo solita. Mis nietos están lejísimo en Santa Elena de Uairén.

En una fracción de segundo pensé: ¿la consuelo? ¿Le agradezco? ¿Le digo un chiste?

Pero algo dentro de mí me llevó a decir la verdad: —Bueno… no es mi sobrina-sobrina, es de mi esposa. Dice que quiere que yo sea su madrina. Salga, dese una vueltica… A veces, basta una sonrisa para que alguien se antoje de uno.

Gracias por leerme. Si te gustó este texto, te invito a conocer más sobre mi proyecto de escritura y estilo de vida consciente. Sígueme en Instagram como @3l3ida. Vivo bonito, escribo bonito.

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