La cita | Relato

Después de tanta espera, por fin llegó el día de la cita. Estaba un poco nervioso, quizá por el tiempo que tenía sin hacerlo o quién sabe si por la juventud e inexperiencia de la chica; pero igual había llegado hasta allí ya no había marcha atrás. Es increible cómo con los años uno se va volviendo más susceptible y temeroso ante las cosas que antaño asumía sin temor y valentía. Antes de entrar, me detuve por un instante frente a la puerta, respiré profundo y sin más, giré el picaporte. Una ráfaga de aire frío salió de la habitación como si fuera el soplido de un dios que me advertía de los misterios y peligros que me aguardaban del otro lado, pero la imagen de la pequeña chica frente a mi, terminó dándome la autoconfianza que necesitaba. *-Pasa adelante y ponte cómodo-* me dijo con una vocecita nasal que raya entre lo ronco y lo tierno. Esa pequeña criatura de cuerpo elegante y bien contorneado, de ojos achinados y cachetes rellenitos resaltados por un par de huequitos que estiran su boca como si siempre estuviera sonriendo, me lanzó una mirada que no supe definir si era de nerviosismo o compasión por lo que me aguardaba. Mientras ella terminaba de arreglar algunas cosas, ya con más confianza me apoltroné cómodamente en el gran sillón con los pies elevados, no sin antes aflojar mis zapatos como es mi maníaca costumbre. Mis pies la apuntaban a ella como si fueran la mirilla del rifle de un francotirador, y al verla en su afán para que todo fuera perfecto y terminara bien, no pude evitar darle rienda suelta a mi mente para imaginar todo lo que esa chica debió haber pasado para llegar hasta donde estaba. Podría haber nacido en un pueblito rural de humildes agricultores, donde habría vivido hasta su adolescencia, hasta que decidió trasladarse a la ciudad para licensiarse en una profesión que le permitiera cambiar el destino que seguramente le aguardaba como a tantas otras de su poblado. Nada fácil para una mujer -casi niña- de bajos recursos, residenciada en casa de familiares, y teniendo que trabajar aquí y allá, para poder costear su sustento y estudios y, dentro de lo posible, también aportarle algo a sus padres. Qué orgullo para ellos, quienes seguramente le enseñaron que los logros que se adquieren con sacrificio suelen ser más valorados que aquellos que se obtienen con facilidad, y ella a todos luces había sido exitosa y ahora disfrutaba del goce de sus esfuerzos. Cuando volví de mis cavilaciones especulativas, practicamente tenía a la chica sobre mi, y no me quedó más remedio que relajarme, abrir la boca lo más grande que pude, y permitir que esa bella odonotóloga me realizara el tratamiento de conducto.