Hello, ladies!
Throughout my life, I've heard many times that being cautious is a euphemistic way of being afraid. For some, it's an excuse for not daring to live life to the fullest. However, over time, I've learned that there's a big difference between being prudent and being excessively reckless.
Caution is not a barrier, but a bridge to more conscious decisions and, paradoxically, to more authentic freedom.
We need to view caution as wisdom, not as a brake on our actions. Being cautious doesn't mean being paralyzed by the unknown, but rather carefully assessing risks before acting. For example, when I decided to invest my time and money in #hive, I didn't jump right in without doing my research first.
I read, asked questions, and analyzed the pros and cons. Some might say that's a "waste of time." For me, it was about making sure I didn't make avoidable mistakes. Prudence didn't stop me from taking risks; it simply helped me do so intelligently.
It turns out that something happened to me with Hive that has happened to me before. Some people encouraged me, others told me it was a waste of time. But I had to listen to everything and study how those variables applied to my case. Well, everyone is a separate universe, and what doesn't work for you may be the best for me, and vice versa.
On the other hand, excessive recklessness is often disguised as courage. I know people who act impulsively, without considering the consequences, believing they are thereby demonstrating courage. But what courage is there in ignoring obvious dangers? True boldness lies in moving forward despite the risks, not in denying them.
We must have a real awareness of our actions and their consequences. We often confuse irrational fear with conscious caution. Fear makes us avoid opportunities out of anxiety; caution leads us to better prepare to take advantage of them.
For example, when I travel alone, I don't stop out of fear (that would be letting fear control me), but I do research safe routes, share my itinerary, and am aware of my surroundings. It's not paranoia, it's responsibility. Especially since, when I travel alone, I leave my children at home.
I must be doubly responsible: for myself and for them.
Recklessness, on the other hand, ignores these signs. I've seen friends venture into dangerous situations just to prove that nothing happens to them... until it does.
They act as if luck were an infallible and everlasting shield. But life isn't a constant gamble; it's a balance between exploring and protecting what we value.
Being cautious is also a way of respecting and loving myself. I don't accept any job without reviewing the contract. I don't blindly trust people I barely know, and I don't spend money without planning.
This doesn't make me distrustful or rigid; it makes me the owner of my decisions. Recklessness, on the contrary, often leads to regret. How many times have we said "if only I'd thought things through better" after acting on impulse?
However, this doesn't mean living in a bubble. Caution doesn't eliminate risks, but it does reduce them. And when things go wrong (because, unfortunately, Murphy's Law exists and sometimes happens, no matter how much we prepare), at least I know I did everything possible to avoid it.
That gives me peace.
In the end, the difference between being cautious and reckless lies in intention, in our preparation, and in our maturity.
Prudence seeks to preserve without giving up on life. Recklessness seeks excitement regardless of the cost.
I choose the middle ground: acting boldly, but with open eyes. Because taking care of myself is not synonymous with cowardice, but with strength.
Versión en español
¡Hola, chicas!
A lo largo de mi vida, he escuchado muchas veces que ser precavida es una forma eufemística de tener miedo. Para algunos llega a ser una excusa para no atreverse a vivir plenamente. Sin embargo, con el tiempo he aprendido que hay una gran diferencia entre ser prudente y ser temeraria en exceso.
La precaución no es una barrera, sino un puente hacia decisiones más conscientes y, paradójicamente, hacia una libertad más auténtica.
Es necesario mirar a la precaución como sabiduría, no como freno a nuestras acciones. Ser precavida no significa paralizarse ante lo desconocido, sino evaluar los riesgos con cautela antes de actuar. Por ejemplo, cuando decidí invertir mi tiempo y dinero en #hive, no me lancé de lleno sin informarme primero.
Leí, pregunté y analicé los pros y contras. Algunos podrían decir que eso es "perder tiempo". Para mí fue asegurarme de no caer en errores evitables. La prudencia no me impidió arriesgarme; simplemente me ayudó a hacerlo con inteligencia.
Resulta que con Hive me sucedió algo que me ha sucedido en otras ocasiones. Algunas personas me embullaban, otros me decían que era una pérdida de tiempo. Pero yo tenía que escuchar todo y estudiar cómo esas variables se aplicaban a mi caso. Pues, cada uno es un universo aparte y lo que no te funcione a ti, puede ser lo mejor para mí, y viceversa.
En cambio, la temeridad desmedida suele disfrazarse de valentía. Conozco personas que actúan impulsivamente, sin medir consecuencias, creyendo que así demuestran valor. Pero, ¿qué valentía hay en ignorar los peligros evidentes? La verdadera audacia está en avanzar a pesar de los riesgos, no en negarlos.
Hay que tener conciencia real de nuestros actos y de las consecuencias. A menudo confundimos el miedo irracional con la precaución consciente. El miedo nos hace evitar oportunidades por ansiedad; la precaución nos lleva a prepararnos mejor para aprovecharlas.
Por ejemplo, cuando viajo sola, no dejo de hacerlo por temor (eso sería permitir que el miedo me controle), pero sí investigo rutas seguras, comparto mi itinerario y estoy atenta a mi entorno. No es paranoia, es responsabilidad. Sobre todo porque, cuando viajo sola, dejo a mis hijos en casa.
Debo ser doblemente responsable: por mí y por ellos.
La temeridad, en cambio, ignora estas señales. He visto a amigos adentrarse en situaciones peligrosas solo para probar que a ellos nada les pasa… hasta que les pasa.
Actúan como si la suerte fuera un escudo infalible y perenne. Pero la vida no es una apuesta constante; es un equilibrio entre explorar y proteger lo que valoramos.
Ser precavida también es una forma de respetarme, quererme. No acepto cualquier trabajo sin revisar el contrato. No confío ciegamente en personas que apenas conozco, y no gasto dinero sin planificar.
Esto no me hace desconfiada o rígida; me hace dueña de mis decisiones. La temeridad, por el contrario, suele llevar al arrepentimiento. ¿Cuántas veces hemos dicho si lo hubiera pensado mejor las cosas después de actuar por impulso?
Sin embargo, esto no significa vivir en una burbuja. La precaución no elimina los riesgos, pero los reduce. Y cuando las cosas salen mal (porque, por desgracia, la Ley de Murphy existe y a veces sucede, sin importar cuánto nos preparemos), al menos sé que hice lo posible para evitarlo.
Eso me da paz.
Al final, la diferencia entre ser precavida y temeraria está en la intención, en nuestra preparación y madurez.
La prudencia busca preservar sin renunciar a vivir. La temeridad busca emociones sin importar el costo.
Yo elijo el punto medio: actuar con audacia, pero con ojos abiertos. Porque cuidar de mí misma no es sinónimo de cobardía, sino de fortaleza.