Hello, friends.
I exist on a fine line. It's not a metaphor; it's a physical and tangible reality in my brain, in my neural connections, and in my internal chemistry.
This line separates functioning from collapse, clarity from fog, and I've learned, sometimes the hard way, that walking it can be life's most complex balancing act for all of us.
My mind is powerful. I know this because I've felt it work in my favor with almost magical efficiency, solving problems, creating strategies, propelling me forward.
But that same power, if diverted, can turn against me. It's as if the very fire that drives me begins to burn me from within. Of course, it's not an external enemy; it's my own most prized tool sabotaging me from within.
What I'm talking about isn't about being strong or weak, but about being prepared. And when I say "I," I also speak for all of you, for everyone.
I prepare myself by trying to know my limits, practicing rest, and identifying the thought patterns that push me to the edge.
Psychological training, my friends, is as necessary, or even more so, than physical training.
For a long time, I believed that mental illness was something that could be avoided with positive thinking or willpower. It goes without saying that I was wrong.
Unlike the flu, where you avoid the cold or viruses, this doesn't work that way. Any event, even a seemingly positive one like a job promotion or an anticipated move, can be the trigger.
A casual comment, a date on the calendar, a song, can activate an anxiety mechanism you didn't know was there. There's no vaccine for the brain.
The line is so thin that one day, without warning, you can find yourself on the other side without quite understanding how you got there.
And that brings me to another crucial issue: invisibility. I've suffered from chronic stress for months without calling it by its name, thinking it was just "being very busy."
I've normalized anxiety, mistaking it for "nervousness." I've seen the apathy of incipient depression as simple "tiredness."
These afflictions are masters of disguise and feed on silence and a lack of recognition. They don't always shout; often, they whisper.
And if you don't listen to them and name them, they settle in, growing stronger.
That's why support isn't a luxury, it's a therapeutic necessity. I've tried to heal myself. I believed it was my battle and mine alone, that asking for help was a burden on others or an admission of failure.
That was the biggest mistake. Loneliness magnifies the problem. The mind, when it's sick, isn't a fair judge and needs external points of reference.
I need my friend who listens without judgment, the family member who makes me go for walks, the professional who gives me the tools I couldn't find on my own. It's not about someone "saving" me; it's about someone holding my hand while I save myself. Solitary healing is possible, but it's slower, more painful, and far more treacherous.
Walking this fine line therefore requires three pillars: self-awareness to recognize my own warning signs, humility to accept that my brain can become ill just like my stomach or my skin, and the courage to reach out and say, "I'm on the other side, help me get back."
Mental health is not a fixed state; it's an active and fragile balance. And today I consciously choose to do what's necessary to maintain it.
**Versión en español
Hola, amigos.
Existo en una delgada línea. No es una metáfora, es una realidad física y tangible en mi cerebro, en mis conexiones neuronales y en mi química interna. Esta línea separa el funcionamiento del colapso, la claridad de la niebla, y he aprendido, a veces de la manera más difícil, que caminar sobre ella puede ser el acto de equilibrio más complejo de la vida para todos nosotros.
Mi mente es poderosa. Lo sé porque la he sentido trabajar a mi favor con una eficiencia casi mágica, resolviendo problemas, creando estrategias, impulsándome hacia adelante. Pero ese mismo poder, si se desvía, se puede volver contra mí. Es como si el mismo fuego que me impulsa comenzara a quemarme en todo mi ser. Por supuesto, no es un enemigo externo; es mi propia herramienta más preciada saboteándome desde dentro. Esto de lo que hablo no se trata de ser fuerte o débil, sino de estar preparada. Y, cuando digo yo, también hablo por todos ustede, por cualquier persona. Me preparo intentando conocer mis límites, practicando el descanso, identificando los patrones de pensamiento que me llevan al borde. El entrenamiento psicológico, amigos míos, es tan necesario, o más, como el físico.
Durante mucho tiempo creí que las enfermedades mentales eran algo que se podía evitar con pensamiento positivo o con fuerza de voluntad. De más está decir que staba equivocada. A diferencia de una gripe, donde evitas el frío o los virus, esto no funciona así. Cualquier suceso, incluso uno aparentemente positivo como un ascenso laboral o una mudanza esperada, puede ser el detonante. Un comentario casual, una fecha en el calendario, una canción, puede activar un mecanismo de ansiedad que no sabía que estaba allí. No hay una vacuna para el cerebro. La línea es tan delgada que un día cualquiera, sin aviso, puedes encontrarte al otro lado sin entender bien cómo llegaste allí.
Y eso me lleva a otra cuestión crucial: la invisibilidad. He padecido estrés crónico durante meses sin llamarlo por su nombre, pensando que era solo "estar muy ocupada". He normalizado la ansiedad, confundiéndola con "nerviosismo". He visto la apatía de una depresión incipiente como simple "cansancio". Estos padecimientos son maestros del disfraz y se alimentan del silencio y la falta de reconocimiento. No siempre se gritan; a menudo, susurran. Y si no los escuchas y los nombras, se instalan, haciéndose más fuertes.
Por eso, el apoyo no es un lujo, es una necesidad terapéutica. He intentado curarme sola. He creído que era mi batalla y solo mía, que pedir ayuda era una carga para los demás o una admisión de fracaso. Fue el error más grande. La soledad magnifica el problema. La mente, cuando está enferma, no es un juez justo y necesita puntos de referencia externos. Necesito a mi amiga que escucha sin juzgar, al familiar que me obliga a salir a caminar, al profesional que me da las herramientas que yo por mí misma no podía encontrar. No se trata de que alguien me "salve", se trata de que alguien me sostenga la mano mientras me salvo a mí misma. La curación solitaria es posible, pero es más lenta, más dolorosa y mucho más traicionera.
Caminar esta delgada línea requiere, por tanto, de tres pilares: el autoconocimiento para reconocer mis propias señales de alarma, la humildad para aceptar que mi cerebro puede enfermar como lo hace mi estómago o mi piel, y el coraje para extender la mano y decir "estoy al otro lado, ayúdame a volver".
La salud mental no es un estado fijo, es un equilibrio activo y frágil. Y hoy elijo, conscientemente, hacer lo necesario para mantenerme en pie.