Hello friends, I hope you are all doing great!🌻
As I mentioned in previous posts, I recently had the pleasure of visiting several parts of western Venezuela✨ and among all the destinations that excited me, there was one that I had been waiting to visit for a long time: Adícora. I had always heard about its shallow beaches, crystal clear waters, and constant wind that seems to have a life of its own. Adícora is a small coastal town located in the northeastern region of the Paraguaná Peninsula, in Falcón state. It is located about 83 kilometers north of Coro and is famous for being a paradise for windsurfing and kitesurfing enthusiasts, thanks to its strong winds that blow throughout most of the year. But beyond water sports, Adícora has a quiet, almost poetic essence that you feel as soon as you arrive.
I arrived just as the sun was setting... the sky was still clear, but in a matter of minutes it turned a deep orange that seemed to embrace everything—the houses, the sea, the trees. It was as if nighttime in Adícora had its own color palette made up of warm, reddish tones. As a die-hard lover of sunsets, I couldn't have asked for a better welcome. I took lots of photos of the moment, of course, but I also took the time to simply be there, without rushing, letting that magical moment envelop me.
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After settling in, I went for a walk around the village, sat down by the sea under a lit tree, and let the sound of the waves and the breeze do their work: comforting my body after a long journey. There is something deeply healing about moments like these, where all you need to do is be present.
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The next day, with the sun already high in the sky, I didn't hesitate to go out to sea. The water was so clear that it seemed as if the seabed was talking to you. I let myself be carried away by the calm of the morning and then went to have breakfast at a simple inn, where the coffee had that comforting flavor that you can only find in coastal towns.
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If you're thinking of visiting Adicora, I recommend doing so between December and April, which according to locals is when the weather is driest and the winds are ideal for water sports. But even if you don't kitesurf, Adicora offers something even more valuable: the chance to disconnect, reconnect with simplicity, and let the wind ruffle your hair.
I left with my heart full and my camera filled with postcards that need no filters, because in Adícora, beauty is not edited, it is lived.
Hola amigos, espero se encuentren super bien!🌻
Como ya les conté en post anteriores, hace poco tuve la dicha de recorrer varios rincones del occidente venezolano✨ y entre todos los destinos que me emocionaban, había uno que llevaba tiempo esperando conocer, Adícora. Siempre había escuchado hablar de sus playas poco profundas, sus aguas cristalinas y ese viento constante que parece tener vida propia. Adícora es un pequeño pueblo costero ubicado en la región noreste de la Península de Paraguaná, estado Falcón. Se encuentra a unos 83 kilómetros al norte de Coro, y es famoso por ser un paraíso para los amantes del windsurf y kitesurf, gracias a sus vientos que soplan con fuerza durante gran parte del año. Pero más allá de los deportes acuáticos, Adícora guarda una esencia tranquila, casi poética que se siente apenas uno llega.
Mi llegada fue justo al atardecer... el cielo aún estaba claro, pero en cuestión de minutos se tornó de un naranja intenso que parecía abrazarlo todo 🤩 las casas, el mar, los árboles. Era como si la noche en Adícora tuviera su propia paleta de colores hecha de tonos cálidos y rojizos. Yo, que soy amante empedernida de los atardeceres no pude haber pedido un mejor recibimiento, tomé muchas fotografías del momento y claro, pero también me tomé el tiempo de simplemente estar ahí, sin prisa, dejando que ese instante mágico me envolviera.
Después de acomodarnos, salí a caminar por el pueblo, me senté a orillas del mar debajo de un árbol iluminado y dejé que el sonido de las olas y la brisa hicieran su trabajo; reconfortar mi cuerpo después de un largo viaje, hay algo profundamente sanador en ese tipo de momentos, donde no hace falta más que estar presente.
Al día siguiente y con el sol ya alto, no dudé en salir al mar las aguas eran tan claras que parecía que el fondo te hablaba. Me dejé llevar por la calma de la mañana y luego fui a desayunar en una posada sencilla, donde el café tenía ese sabor que solo se consigue en pueblos costeros, reconfortante.
Si estás pensando en visitar Adicora, te recomiendo hacerlo entre diciembre y abril que según los locales es cuando el clima es más seco y los vientos son ideales para deportes acuáticos, pero incluso si no practicas kitesurf, Adícora te regala algo más valioso: la posibilidad de desconectarte, de reencontrarte con lo simple, de dejar que el viento te despeine.
Yo me fui con el corazón lleno y la cámara repleta de postales que no necesitan filtros, Porque en Adícora, la belleza no se edita, se vive.