
Version en castellano
El Vampiro Carlos
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Un grupo pardusco de amigos de los años de la escuela de arte —que además de artistas teníamos ínfulas de escritores— nos pusimos de acuerdo y nos congregamos en la licorería de turno, la que quedaba al lado de la farmacia.
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Por aquellos años, los billares eran la moda. Nada de “raves” ni fiestas por el estilo.
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De la licorería, con algo más de seis birras cada uno en el estómago, nos fuimos a un pool cercano, a unas dos cuadras, llegando a la avenida Bolívar. Era “seguro”, tanto como puede ser seguro reunir a cincuenta fanfarrones con motocicletas y carros con carburadores de ocho bocas en un lugar cerrado, lleno de humo, con las mesas de billar apiladas como estantes de quincalla de chino.
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Pedimos una mesa para jugar una partida lo más lento posible, así como una cerveza cada uno, como dando besos de quinceañera.
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—¿Quieres otra? —preguntó alguien, y frente a los ojos de Carlos apareció una cerveza de tercio, morena, vertida como novia. —Claro —contestó, tan educadamente como se puede después de darle un trago a una cerveza perfectamente fría. Sentí envidia.
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Recuerdo que Carlos pronunció algo con una voz tan sedosa, y con un ademán hermoso que no he visto antes. Ella tomó pintura de sus labios rojos —que contrastaban con ese prieto color de piel— y manchó sus labios con el pulgar, a modo de sello escolar. Lo estampó en los de Carlos.
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Entre bromas cordiales de mis colegas, una, dos, tres y más cervezas corrieron por la garganta de Carlos. Y entre cada trago se deslizaba más que la cerveza. La situación, aparte de rara, era incómoda. Pero para no enfriarle la noche al menos agraciado del grupo (como si alguno de nosotros tuviera novia en ese entonces), la dejamos fluir. Vimos cómo sus labios rozaban la oreja de Carlos, mientras esa mano negra de uñas rojas desaparecía por el borde del pantalón.
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El afortunado Carlos —o “Carso”, como lo llamábamos entre bromas— con la boca abierta, se fue cual perrito faldero tras la morena. Al cerrarse la puerta con el tintineo de la campana, casi de inmediato, por la pared de vidrio del local traspasó el cuerpo sutil de Carlos.
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Vidrios por todos lados. Botellas volaban como palomas de guerra. Agachados entre las mesas de billar —que agradecimos estuvieran tan juntas— evitamos un botellazo de gratis. Nos acercamos a la mesa donde estaba el cuerpo de Carlos tendido. Cuando lo agarramos, parecía un vampiro: se le veían solo los colmillos, estaba pálido y bañado en sangre.
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A los días nos contó: al salir, un negro de no menos de dos metros lo esperaba afuera. Bueno, no a él, sino a cualquiera que saliera de la mano con su mujer.
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Gracias por leerme. Agradezco profundamente cada visita, cada lectura, cada voto y cada gesto de apoyo. Este espacio es mi refugio creativo y me alegra compartirlo con ustedes. Todos los miércoles publico un cuento, y cada viernes comparto un nuevo capítulo de mi novela El Onironauta, que ya va por el segundo capitulo. Gracias, Caro, por estar siempre cerca, y gracias a todos los que dejan un voto como si fueran una flor en el camino. Su presencia hace que cada palabra valga la pena. Nos vemos en la próxima publicación.
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English version
Carlos the Vampire
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A dusty group of friends from our art school days —who, besides being artists, fancied ourselves writers— agreed to meet up at the usual liquor store, the one next to the pharmacy.
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Back then, pool halls were all the rage. No “raves” or parties like that.
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From the liquor store, with more than six beers each in our bellies, we headed to a nearby pool hall, about two blocks away, just before hitting Bolívar Avenue. It was “safe,” as safe as it can be to gather fifty show-offs with motorcycles and cars sporting eight-barrel carburetors in a closed space full of smoke, with pool tables stacked like shelves in a Chinese hardware store.
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We asked for a table to play the slowest game possible, each of us nursing a beer like a shy teenager’s kiss.
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“Want another?” someone asked, and in front of Carlos appeared a dark brown beer, poured like a bride. “Sure,” he replied, as politely as one can after sipping a perfectly chilled beer. I felt jealous.
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I remember Carlos spoke with a voice so silky, and with a gesture so graceful I’d never seen before. She took the red paint from her lips —which contrasted beautifully with her dark skin— and stained her thumb, pressing it onto Carlos’s lips like a school stamp.
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Between friendly jokes from our crew, one, two, three, and more beers slid down Carlos’s throat. And with each sip, more than just beer was flowing. The situation was not only strange but uncomfortable. But to avoid ruining the night for the least lucky of us (as if any of us had a girlfriend back then), we let it be. We watched her lips brush Carlos’s ear while her dark hand with red nails disappeared past the edge of his pants.
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Lucky Carlos —or “Carso,” as we teasingly called him— mouth agape, followed the brunette like a puppy. As the door closed with the jingle of the bell, almost instantly, Carlos’s slender body crashed through the glass wall of the place.
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Glass everywhere. Bottles flew like war pigeons. Crouched between the tightly packed pool tables —thankfully so— we dodged stray bottles. We reached the table where Carlos lay. When we grabbed him, he looked like a vampire: only his fangs were visible, pale and drenched in blood.
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Days later, he told us: as he stepped out, a black man no less than two meters tall was waiting outside. Not for him, but for whoever walked out holding his woman’s hand.
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Thank you for reading me I’m deeply grateful for every visit, every read, every vote, and every gesture of support. This space is my creative refuge, and I’m happy to share it with you. Every Wednesday, I publish a short story, And every Friday, I share a new chapter of my novel El Onironauta, now reaching chapter two. Thank you, Caro, for always being close, and thank you to everyone who leaves a vote like placing a flower along the path. Your presence makes every word worthwhile. See you in the next post.
