A veces, la silueta de una mujer
se alza en la sombra, rota en su ser.
Frente a la noche, sin retroceder,
donde el alma sangra por florecer.
De perfil de mi madre, grave y fiel,
entre luz que hiere y sombra que acoge
Sueños que cuelgan como un laurel
marchito en días de recuerdos sobre el dintel.
Este poema, torpe en su intento,
no busca aplausos ni ornamento.
Sólo nombrarla como un reconocimiento,
como amor que arde interno
Convicción tejida con el error,
aciertos nacidos del mismo dolor.
Ella es presencia, sombra, fervor,
una llama que desafía al rencor.
Todos cambiamos, somos otro ser,
pero hay heridas que saben volver.
Y en su perfil, yo logro entender
que amar también puede doler.