El arte de la tormenta
Para mi Dida
Hubo una mágica época cuando el mundo no era viejo Yo era un simple jovencito me sentía en el destierro de una realidad ingrata divorciada de mis sueños. Las hazañas de los héroes dentro de libros añejos, los númenes y los dioses, los dragones y los elfos; la exploración del Ecumen y de la Tierra, su centro me habitaban en las noches y eran mis largos anhelos. El arte del ajedrez, la estocada de los celos hacia Romeo y Julieta hacia Eurídice y Orfeo en noches de soledad me causó muchos desvelos.
Un buen día regresaba de una granja hacia mi pueblo sobre una bicicleta vieja que andaba si había viento. En medio de un descampado cayó un rayo, el aguacero se precipitó enseguida sin darme el más breve tiempo a esconderme bajo un árbol y árbol no había, por cierto. Arreció la blanca lluvia como si fuese un deshielo, avalancha de montaña que caía desde el cielo. Rápido estuve empapado rápido me agarró el miedo rápido dejé de ver todo: mis manos y el pavimento, la bicicleta y el mundo y me quedé sin recuerdos. El manto blanco del agua y las ráfagas de viento me cubrieron como hechizos y disolvieron mi cuerpo. Del miedo pasé al asombro ya no sentía los truenos que rompían en su rabia el vitral del universo. Al asombro siguió el júbilo un éxtasis tan tremendo que sentí que yo era yo y era Todo al mismo tiempo.
"Si alguien me amara así", me dije después, ya seco en el calor del hogar un fuerte café bebiendo. Han pasado tantos años de intentos y desencuentros con bellas que no me amaron o que yo no amé (confieso). Pero han valido las guerras y los viajes al infierno, pues ahora llegas tú has hecho caer el cielo y tu líquida blancura ya difuminó mi cuerpo en éxtasis demorado que no existe ni en mis sueños.