Dos caminos, una lección: reflexiones de un corazón dividido

@esalazar26 · 2025-10-10 18:31 · Literatos

Él era un tipo joven. Buen tipo, sencillo, trabajador. Pero no había tenido suerte en el amor. Su última relación había terminado de forma abrupta, sin explicación ni despedida, como si alguien simplemente hubiera cerrado un libro a mitad de la historia. Aprendió a asimilarlo en silencio, refugiándose en relaciones pasajeras y aplicaciones de citas, sin la intención real de volver a enamorarse.

Durante la semana, convivía con sus compañeros de trabajo; los viernes por la tarde, jugaban vóleibol y compartían risas después de la jornada. Los fines de semana eran para sus amigos de siempre: fiestas, asados, escapadas a la playa. Todo estaba equilibrado, hasta que un día, la vida decidió mover las piezas.

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Era sábado, y su mejor amigo lo invitó a un asado en casa de un conocido. Llegó puntual, como de costumbre, y lo vio aparecer con una chica de cabello negro, sonrisa encantadora y mirada serena llamada Ely. Conversaron, rieron, se entendieron bien. Pero él notó el interés de su amigo y prefirió mantenerse al margen. Aun así, el grupo decidió volver a salir y todos intercambiaron contactos y redes sociales.

El lunes, entre mensajes, memes y conversaciones, descubrió que esa chica y él tenían más cosas en común de lo que imaginaban. El interés creció con naturalidad.

Aquella tarde, luego del trabajo, se reunió con sus compañeros para jugar vóleibol, pero solo uno apareció. Decidieron retirarse temprano, hasta que él vio a una chica sentada en las bancas del parque, con ropa deportiva y auriculares, de Nombre Mary. Sin pensarlo mucho, la invitó a jugar. Ella aceptó con timidez, aunque con el paso de los minutos la vergüenza se desvaneció entre risas y saques fallidos.

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Después del juego, él se ofreció a llevarla a su casa. Durante el trayecto, Mary le contó que era extranjera, llevaba algunos años en el país y vivía con dos amigas. Parecía disfrutar la conversación tanto como él.

Al día siguiente, salió a almorzar y, por casualidad, se encontró con Mary trabajando en un restaurante cercano. Se saludaron con alegría y quedaron de volver a jugar esa misma tarde. Intercambiaron números, redes sociales y, sin planearlo, comenzó a sentir algo distinto.

Pero la historia se complicaba: Ely, la primera chica seguía escribiéndole, y él, confundido, respondía. Así pasaron los días, alternando conversaciones con una y juegos con la otra.

Hasta que decidió invitar a la Mary, la segunda chica, al cine. Ella aceptó. La cita fue sencilla, tranquila, casi inocente. No hubo besos ni insinuaciones, pero sí una conexión genuina. Por otro lado, Ely, la primera chica lo había invitado a salir días antes; esa noche hubo risas, química, besos apasionados. Dos historias paralelas, dos versiones del amor que lo hacían dudar.

Comentó la situación con sus amigos más cercanos, entre risas y asombro. Algunos lo envidiaban, otros le advertían que el juego podía salirle caro.

Él lo sabía.

Sin embargo, antes de tomar cualquier decisión, habló con su mejor amigo —el mismo que había presentado a la primera chica—. Le contó todo con sinceridad: que estaban hablando seguido, que había surgido química, y que no quería entrometerse si entre ellos había algo.

El amigo, con una sonrisa tranquila, le respondió: —Tranquilo, no somos nada. Si te gusta, sal con Ely.

Aquella respuesta lo dejó desconcertado. No se lo esperaba. Durante días había cargado con la duda, pensando que podía traicionar una amistad, y de pronto todo parecía aclararse. Aun así, en el fondo, una pequeña voz le decía que ese tipo de historias siempre terminan dejando marcas.

Y sin embargo, continuó.

Los días siguientes fueron un ir y venir de mensajes con ambas chicas. Sin embargo, poco a poco las circunstancias comenzaron a marcar diferencias. Las dos tenían agendas complicadas, y no siempre podían coincidir para verse. Pero había algo en la Ely, algo sutil: era ella quien más insistía, quien buscaba espacio entre su rutina para hablarle, quien se interesaba genuinamente en cómo había estado.

Esa constancia silenciosa fue lo que, sin darse cuenta, lo hizo inclinarse hacia ella. No fue una decisión repentina, sino una suma de pequeños gestos. Mientras que Mary se desvanecía entre excusas y silencios, Ely se mantenía presente, sincera.

Una noche, mientras conversaba con Ely, le confesó sus intenciones: quería algo serio. Ella no respondió de inmediato, solo preguntó: —¿En serio quieres una relación conmigo? —Sí —respondió él, sin titubear.

No hubo respuesta clara, pero la tensión bajó. Siguieron hablando como si nada hubiera pasado.

Días después, en un karaoke por el cumpleaños de una amiga, él se encontraba algo pensativo. Uno de sus amigos le preguntó qué le pasaba.

—En ese edificio vive Ely —dijo, mirando al frente.

—¿Y por qué no la invitas?

—No creo que sea buena idea. Ya me decidí por Ely, no quiero seguir con esto.

Entraron al local y, pocos minutos después, vio entrar a Ely. pregunto si alguien la habia invitado, pero para su sorpresa, no venía sola. Su corazón se detuvo un instante. Llegó acompañada de otro hombre. Un balde de agua fría. Apenas unas noches atrás le había dicho que quería estar con ella. Se quedó helado al verla besar a su acompañante. La fiesta, para él, terminó en ese momento.

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Pasó frente a ella esperando alguna reacción, una mirada, algo. No hubo nada.

El fin de semana siguiente no salió de su casa. Estaba dolido, decepcionado, molesto consigo mismo. Días después, recibió un mensaje de Ely. Pedía disculpas, decía que no había querido lastimar a nadie, que simplemente no buscaba una relación formal. Él no respondió. Ya no valía la pena.

Buscó refugio en Mary, la chica del parque, con quien aún mantenía contacto. Pero el destino volvió a intervenir. Ella se disculpó por su ausencia: había estado trabajando horas extras y tramitando su regreso a su país. Un asunto familiar la obligaba a irse. No hubo tiempo para más.

Aun así, él la ayudó con su mudanza, la acompañó en los últimos días. No hubo reclamos ni tristeza. Solo comprensión.

Hoy, años después, Mary es madre y esposa. Siguen en contacto de vez en cuando. Él se alegra por ella. De Ely, la primera chica, no volvió a saber nada. Tampoco volvió a jugar al amor saliendo con más de una mujer a la vez.

Fue un golpe duro, pero una lección necesaria.

Porque a veces la vida te enseña —de la forma más humana y dolorosa— que no puedes abrir dos caminos cuando solo tienes un corazón.


Historia creada por mi. Me apoyo con la IA para redacción

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