¿Evolución o Madurez? La memoria selectiva del alma

@esalazar26 · 2025-07-22 20:58 · Holos&Lotus

¿Qué tal todos? ¿Alguna vez les ha pasado que, de la nada, un recuerdo equis —aparentemente trivial— aparece como una ráfaga en la mente, y terminan meditando durante minutos, incluso horas, sobre lo que fue… y lo que pudo haber sido?

Imagen creada en ChatGPT

Eso justo me pasó esta mañana. Estaba revisando mis redes sociales sin mayor expectativa, cuando me llegó un mensaje de mi madre. Un clásico mensaje suyo: un carrusel infinito de fotos que le tomó a un viejo álbum familiar desde su celular. Ya se imaginarán: encuadres torcidos, brillo rebotando en el plástico protector de las páginas, y esa calidad borrosa que ya es parte del encanto de los años 90 (tampoco tan lejanos, pero sí lo suficiente como para despertar nostalgia).

Y fue justo eso lo que sentí: una nostalgia que me abrazó el pecho. Ahí estaba yo, con apenas unos años, sonriendo en una piscina inflable, o jugando en una casa ajena con primos que hace décadas no veo, o cargado por mi abuelo, que ya no está. Me detuve. Respiré. Cerré los ojos y agradecí. Agradecí a mi madre por haberme compartido esas imágenes. Agradecí esos momentos que en su momento no sabía que serían valiosos. Agradecí incluso haber tenido una infancia tranquila y amorosa, donde la diversión era tan sencilla como correr descalzo por el patio o jugar con una manguera.

Después de ese viaje corto pero intenso, decidí seguir navegando en mis redes, y me entró la curiosidad: “¿Qué habrá en mis fotos etiquetadas?”. Empecé a mirar. Al principio, algunas risas. Muy buenos recuerdos. Fiestas, paseos, celebraciones. Pero luego, algo cambió. Las emociones comenzaron a mezclarse. Había fotos con personas que, aunque en su momento fueron cercanas, hoy no están. No por tragedia, sino porque simplemente dejaron de formar parte de mi presente.

No me malinterpreten. No siento rencor ni tristeza. Pero tampoco nostalgia. Solo una especie de neutralidad emocional. No los extraño. No me hacen falta. Fueron parte de una etapa… ¿inmadura?, tal vez. Una época en la que me dejaba llevar por la inercia, por la pertenencia, por las ganas de encajar. Y mientras leía los comentarios de aquellas fotos, sentí un poco de vergüenza. Propia y ajena. Comentarios que hoy me parecen absurdos. Tontos. Impulsivos. Desconectados de lo que soy hoy.

Pero ahí está lo interesante. A medida que avanzaba por esas imágenes, noté una tendencia. Cada vez había menos personas en las fotos. Pero no era soledad, era depuración. Los lugares cambiaban. Las situaciones también. Ya no era el adolescente inquieto con un círculo de amistades que no aportaban mucho más que ruido. Ahora veía fotos de caminatas en la montaña, almuerzos sinceros con amigos que valen oro, tardes en la playa donde el silencio compartido era más valioso que cualquier fiesta.

Me di cuenta de que no se trataba solo del paso del tiempo, sino de una evolución personal. Un cambio de vibración. De frecuencia. Pasé de relaciones superficiales a vínculos reales. De estar rodeado de personas por costumbre, a compartir con quienes realmente suman. Y no digo que aquellas personas del pasado fueran malas. Para nada. Simplemente ya no resonaban conmigo. No teníamos una visión de vida compatible. No vibrábamos igual.

Parte del crecimiento —uno silencioso, no siempre evidente— es justamente eso: aprender a rodearse de personas que nutran tu alma. Que te impulsen. Que te desafíen de forma sana. Que estén, no porque tienen que estar, sino porque quieren estar.

Y si hoy prefieres estar solo, o sientes que tu vida está llena sin necesidad de otros, también está perfecto. Cada quien tiene su camino, su ritmo, su necesidad de compañía o de silencio. No hay una forma correcta de vivir. Solo hay formas auténticas.

Volviendo a las fotos… ¿Las borré? No. Ahí siguen. Porque me gusta ver ese contraste. Esa especie de línea de tiempo emocional que me recuerda cuánto he cambiado. En cuanto a los comentarios ridículos, por más que me tiente, no los eliminé. Sé que en el futuro los volveré a leer. Y probablemente vuelva a reírme, a sentir un poco de bochorno, y también a recordarme que fui joven, impulsivo, soñador… y que está bien.

La memoria, a veces, tiene su propia lógica. Selecciona. Elimina. Exagera. Pero también nos enseña. Porque mirar atrás no siempre es un ancla, puede ser también un espejo. Y al vernos reflejados en quienes fuimos, comprendemos un poco más quiénes somos hoy.

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