¿Qué tal, comunidad? Hoy quiero compartir algo muy personal. Ya en publicaciones anteriores les he hablado de ciertos altibajos emocionales que he atravesado, pero esta vez quiero ir un poco más profundo. Tal vez porque lo he postergado demasiado. Tal vez porque, como muchos, he caído en la trampa de normalizar el malestar interno, como si fuera parte de la rutina, como si fuera un precio a pagar por seguir adelante.
Y lo cierto es que no estoy pasando por un mal momento. Mi matrimonio está bien. Mi hijo está sano, mi madre también, y en el trabajo me estoy preparando para dar un salto, posiblemente hacia un nuevo cargo, ya sea en la empresa en la que estoy o en otro lugar donde se abran nuevas oportunidades. Todo parece estar bien desde afuera… pero por dentro, hay algo que no fluye del todo.
Hace unos días, después de una jornada especialmente larga y emocional, en la que fui el principal sostén para mi esposa —emocionalmente hablando—, me encontré manejando al final del día. En medio del silencio de ese trayecto, sentí la necesidad de decir en voz alta algo que ya venía sintiendo hace rato. Le dije: —“¿Sabes? Creo que necesito ir al psicólogo.”
Ella se me quedó mirando, algo sorprendida, y me preguntó: —“¿Por qué piensas eso?”
Mi respuesta fue directa: —“Siento que hay cosas dentro de mí que están reprimidas. Y creo que sería una buena oportunidad para soltar.”
Ella no dudó. Me dijo que era verdad, que incluso ya me lo había comentado antes. Me recordó que en varios momentos ella ha sentido que soy emocionalmente distante, como si algo dentro de mí estuviera encapsulado o congelado. Ha llegado a decirme que probablemente viví algún tipo de trauma en la infancia, algo que bloqueé sin darme cuenta.
Y aunque no tengo un recuerdo claro o específico que lo confirme, sí reconozco que he normalizado muchas situaciones a lo largo de mi vida. Tal vez por eso, me cuesta identificar mis propias heridas. Y al no saber nombrarlas, mucho menos sé cómo sanarlas.
Estar aquí, en esta comunidad, me ha ayudado más de lo que puedo expresar. Me ha dado un espacio seguro para escribir y liberar pensamientos que, por alguna razón, no me atrevo a compartir en voz alta. No porque sean oscuros o “malos”, sino porque a veces temo abrumar a los demás. Y otras veces, porque no quiero enfrentar las preguntas que podrían venir después. Me doy cuenta de que aún me estoy conociendo… y quizás también me estoy cuidando en exceso.
Pero leerlos, recibir respuestas, palabras de aliento, experiencias similares... eso me ha hecho sentir que no estoy solo en este viaje emocional. Y me reconforta. Me da paz. Me permite abrir ventanas internas que pensé que siempre debían permanecer cerradas.
Aclaro algo importante: no es que mi esposa rechace mis pensamientos, al contrario. Ella valora profundamente mi manera de reflexionar y de escribir, y muchas veces me anima a seguir haciéndolo. Pero he notado que cuando se tocan ciertos temas que son muy íntimos o que remueven emociones muy guardadas, me pongo a la defensiva. A veces me altero o me amargo sin razón aparente. Reacciono de formas que ni yo mismo comprendo.
Y ahí es cuando ella, con esa sabiduría amorosa que tanto admiro, me hace ver que algo no está bien. Que hay emociones que necesitan ser atendidas, no reprimidas. Que no todo puede resolverse con silencio, con trabajo, con distracciones. A veces hay que mirar hacia adentro con honestidad y valor.
Lo curioso es que, al escribir esto, me pregunto si quizás lo estoy haciendo para ahorrarme unos dólares de terapia, hablando aquí con ustedes… y aunque suene gracioso, lo digo con cariño. Porque este espacio, más allá de lo virtual, se ha convertido en una especie de refugio para mí. Un rincón donde puedo ser yo sin filtros. Donde puedo compartir sin que se me juzgue. Donde sé que cada palabra será leída desde la empatía.
Y eso vale oro.
A veces me descubro imaginando cómo sería estar frente a un terapeuta, contándole algunas cosas que ni siquiera me atrevo a decir en voz alta frente al espejo. Cosas que quizás nunca he dicho. Cosas que ni siquiera sé cómo formular. ¿Cómo se empieza a contar lo que uno ni siquiera sabe que guarda?
Pero creo que el simple hecho de haberlo reconocido ya es un primer paso. Tal vez el más importante. Decir: “necesito ayuda” no es fácil. Sobre todo cuando llevas años convenciéndote de que puedes con todo, de que no es para tanto, de que ya pasará. Decirlo es un acto de humildad, de coraje, de amor propio.
Hoy no escribo para buscar consejos, ni para recibir soluciones. Escribo porque necesitaba hacerlo. Porque en la escritura encuentro una forma de respirar cuando siento que algo dentro de mí se aprieta sin razón. Y porque ustedes, esta comunidad, han sabido sostener con palabras lo que otros quizás pasarían por alto.
Gracias por estar, por leer, por compartir también sus procesos. Porque todos cargamos algo. Todos llevamos batallas internas que no se ven. Pero cuando alguien se atreve a hablar, a escribir, a contar… se genera algo mágico. Una conexión. Una red invisible que nos recuerda que la vulnerabilidad también es fuerza.
Gracias por acompañarme, otra vez.