Ella era una chica alegre, a pesar de haber vivido, desde muy pequeña, el divorcio temprano de sus padres. Le resultó difícil comprender que su padre tuviera otra familia: no solo otra esposa, sino también una hija. Tampoco entendía cómo sus padres podían mantener una relación amistosa y cordial, aunque fuera por el bien de sus hijos. Quizás le costaba más a ella que a sus hermanos mayores, quienes ya estaban en la universidad y, aunque también sintieron el impacto de la noticia, contaban con una madurez que les ayudó a sobrellevarlo.
A sus 12 años, en pleno inicio de la adolescencia, vivía un torbellino de confusión. Sin embargo, había algo que tenía muy claro: sus gustos particulares por la moda. Como muchas chicas de su edad, leía revistas juveniles, soñaba con boybands y se dejaba llevar por la imagen de chicos guapos. Esas pequeñas ilusiones servían de refugio, un bálsamo que la alejaba de las emociones grises que a veces se respiraban en su hogar.
Físicamente era una chica guapa, pero distinta a los estándares que dictaban las revistas: no era rubia ni de piel pálida, tenía un cabello negro intenso, una tez ligeramente bronceada y una estatura que, aunque llamativa, no encajaba en la delgadez extrema que se promovía entonces. Sin embargo, eso jamás la acomplejó; para ella, la moda era un lenguaje que iba más allá de los estándares.
El paso de la primaria a la secundaria implicó también un cambio de colegio, donde terminaría cursando la preparatoria. No era particularmente buena con los números —matemáticas, física y química fueron siempre sus grandes retos—, y aunque era cordial y sociable, en ocasiones fue blanco de burlas por sus calificaciones o por su estilo de vestir, “extraño” según algunos compañeros varones e inmaduros. Hubo discusiones, sí, pero nunca más allá de lo necesario para defenderse. Con el tiempo, aquel grupo pequeño de estudiantes, con el que compartió toda la secundaria y la preparatoria, se volvió casi una familia: entre problemas, risas y vivencias, aprendieron a quererse y a apoyarse.
La relación con sus padres mejoró con los años. La madurez, inevitablemente, fue quitando la venda que cubría ciertas verdades. Poco a poco entendió lo que antes parecía incomprensible. Incluso, la hija del segundo matrimonio de su padre ingresó al mismo colegio, y la relación entre ambas fue cordial y cercana: al final, ella no tenía culpa alguna.
Cada año, el colegio organizaba actividades artísticas, ferias y eventos deportivos. El deporte no era su fuerte, pero siempre estaba ahí para animar a los equipos. En cambio, brillaba en el arte: diseñaba vestuarios, creaba escenografías y, en una ocasión, lideró una pasarela de modelaje en un talent show para recaudar fondos para la graduación de su grupo. Fue todo un éxito.
Es de admirar: enfrentó un quiebre familiar, cambió de colegio, defendió su identidad, superó con esfuerzo las materias que más le costaban y vivió intensamente una de las etapas más importantes de su vida. Y lo más inspirador es que, hoy en día, vive su sueño: es asesora de modas y diseñadora de interiores, con su propia marca, imponiendo su estilo en televisión, revistas y pasarelas.
Porque no solo salió adelante… Logro convertir su mundo soñado en su propio destino.
Esta historia es de mi autoría. me apoye en la IA para ajustar la semántica en algunos puntos