Día 2: Frontera
Un conjunto de anotaciones salteadas y sin orden cronológico de lo que fue mi segundo día de viaje por las tierras de América Latina en la cordillera. En este caso, mi estadía en la frontera colombo-venezolana y mitad del viaje dentro de Colombia.
Confieso que el viaje dentro de Venezuela fue de lo más deprimente. Somos un país de autómatas, zombies que actuamos por inercia y sin motivación alguna por el abrumador contexto. Eso logré ver en las dos paradas dentro del país y en el camino hacia la aduana venezolana. Cúcuta y San Antonio del Táchira, ambos pueblos fronterizos, muy parecidos y de una cultura muy folklórica, pocas diferencias se ven en su cielo, sus calles y movimientos. La diferencia clave está en su gente. Colombia está llena de gente amable y muy atenta, Venezuela, llena de trabajadores que trabajan sin recompensa, que mueren día a día de hambre y algunos se rebuscan maliciosamente.
Soy una cifra, una estadística más, alrededor de 3000 venezolanos cruzan diariamente sin retorno esta frontera. Hoy me toco ser el 1943 de ese número a tempranas horas de la noche. Confieso que no digo esto triste o desmotivado, más bien soy uno de los pocos que está logrando y pudo salir del pozo séptico en el que han convertido unos narcotraficantes embriagados de poder a la Venezuela de oportunidades.
Una vez en San Cristóbal agarramos un bus hasta San Antonio. Ahí iba acompañado de una mujer, su esposo y dos hijos chipilines, entre 4 y 5 años tendrían ambos. El bus arrancó y la mujer me dijo con una sonrisa quebrada y con unos ojos cristalinos: "Ay Dios, que fuerte todo, yo no creo que llegue jaja" la vi y no dije nada en palabras pero si el entendimiento con la mirada y un gesto de torcer un poco la cabeza con una leve sonrisa melancólica. La mujer entró en llanto, yo boté dos lágrimas y le pregunté hacia dónde se dirigía, ella se secó la cara y me dijo que Argentina... Son 11 días de viaje en bus, recorrido que ella haría con sus hijos y esposo. Internamente maldije al comunismo, bendije su fortaleza que ante las adversidades igual no separó a su familia. Le dije: "Vas a poder ¡La venezolanidad es muy fuerte!" No la volví a ver en el viaje hasta una parada en Colombia donde volvimos a reencontrarnos.
Para intercalar el extenso texto con imágenes, estaré compartiendo fotografías que no necesariamente están en orden cronológico ni tienen que ver con lo escrito más arriba o abajo.
La cola en la aduana venezolana fue horrible, larga, nos cayeron varias lluvias y a cada rato se nos acercaban personas a ofrecernos viajes, modos de saltarnos las colas, "sellos vip" y demás que a leguas se notaban que eran estafas. Pasar la frontera venezolana sin que nada malo pasara, ningún percance, fue de lo mejor que me pudo pasar. Una vez que el sellado pasó a ser parte de la autoridades colombianas, la calle también pasó a ser otra, no sé si era real dicha sensación o si el psico terror ya había pasado, pero se caminaba más tranquilo. Solo pensaba en: "¡Ya pasé Venezuela!" De ahí fuimos al terminal, la línea de bus nos dio un refrigerio y mientras imprimían nuestros boletos, nos duchamos y repusimos energías. Una vez esa etapa terminada, debimos ir a la zona de inmigración colombiana a que nos sellaran el pasaporte de entrada a Colombia con pasaje en mano. Esta fue otra cola larga, fue aquí que me enteré en números de la cantidad de venezolanos que día a día entran a Colombia sin retorno. Antes de verlo aquí en cifras, solo podía imaginar números aleatorios y extensos reunidos en la plaza de San Antonio del Táchira con los mensajes irónicos del lema de la Guardia Nacional: "El honor es nuestra divisa".
Lastimosamente la desorganización e ineficiencia por parte de la supuesta agencia de viajes que nos facilitaría toda la travesía, sigo en el terminal de Colombia, a menos de unos kilómetros de lo que se supone ser mi país. Nuestro bus ha retrasado sus horas de partida tres veces dándonos hasta un día de retraso de todo el viaje. Aún me cuesta acostumbrarme al nuevo reloj, a veces ni sé si tengo hora venezolana u hora colombiana. Es solo una hora de diferencia, incluso en la frontera, a pesar de que el cielo que nos cubre es el mismo.
Salimos a las cinco de la mañana del viernes.
La vía fue toda una odisea llena de curvas que tenía a media tripulación mareada. No sé si fue la distracción visual o lo inapetente que estaba pero las curvas y el mareo no me afectaron. A diferencia de mi compañero de viaje (el que se sentaba a mi lado), él vomitó casi todo el camino.
Recorrer Colombia fue una aventura muy interesante, llena de micro-climas en todos sus rincones nos hacían bajarnos en ciertas paradas con tres chaquetas y en otras paradas un poco más húmedas y calurosas. Creo que de todos estos espacios logré captar una cierta esencia que la ventana del bus me permitía. Espero algún día poder visitar de nuevo todos estos lugares pero mejor, tomarme un tiempo para apreciar y observar lo que la inmediatez de la ventana y el viaje me hacía actuar rápido sin digerir bien lo que mis ojos veían.
Mi mejor opción para hacer más llevadero el viaje (que ahora es que falta)
es levantarme cada vez que el bus haga una parada, así sea para cargar combustible, no importa. Sentir otra noche, otro frío, otro aire, todo nuevo era la experiencia que más adelante valdrá la pena de todo el sueño acumulado.
—FIN—
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