Hay pensamientos que son semillas. Otros, como raíces viejas, se enredan en la carne. Lo que pensamos, al final, se convierte en lo que somos… Y lo que somos, moldea silenciosamente lo que sentimos, lo que hacemos, incluso cómo enfermamos o sanamos.
Vivimos dentro de una casa invisible: nuestra mente. Y muchas veces no reparamos en cómo las palabras que decimos por dentro—esas que nadie oye, pero que repetimos en silencio—tienen la fuerza de una oración o la herida de una lanza.
El cuerpo escucha. Cada célula responde. Lo que pienso no se queda en el aire, se convierte en química, en impulso, en tensión o alivio. No es poesía: es biología.
Un pensamiento de gratitud puede abrir el pecho como una flor. Un pensamiento de culpa puede cerrar los pulmones, curvar la espalda, llenar el estómago de nudos. La mente no es ajena al cuerpo, y el cuerpo no es una carcasa muda. Estamos tejidos por dentro con palabras.
He aprendido —y sigo aprendiendo— a observar mis pensamientos como quien cuida un jardín. No para forzar la alegría, ni tapar el dolor con frases bonitas. Sino para comprender que si riego todos los días la idea de que no valgo, crecerá una sombra. Pero si siembro conciencia, ternura y espacio para la duda sin juicio, entonces algo nuevo florece.
Nuestro cuerpo no miente. A veces, los pensamientos que evitamos se vuelven contracturas, insomnio, ansiedad o enfermedad. Y no es que el pensamiento sea “culpable” del dolor físico. Es que somos una totalidad: cuerpo, mente, emoción, historia.
Por eso escribir también es una forma de cuidar la salud. Porque cuando escribimos, ponemos orden, escuchamos desde otro lugar, nos damos permiso. A veces basta con nombrar lo que duele para que empiece a doler un poco menos. A veces basta con vernos con honestidad para que el cuerpo deje de gritar.
Hoy elijo este espacio para compartir algo que quizás muchas personas ya han sentido en su piel: Que la manera en que nos hablamos puede ser medicina o veneno. Y que podemos aprender, poco a poco, a transformar el lenguaje interior en refugio.
¿Dónde habitan tus pensamientos más frecuentes? ¿De qué están hechas tus conversaciones internas? ¿Te das permiso de ser amable contigo misma, contigo mismo? ¿Sabías que un solo pensamiento positivo puede generar más oxitocina que una pastilla?
Hoy quiero recordarte —y recordármelo— que cada pensamiento cuenta. Y que en medio de este ruido del mundo, crear una Green Zone interior puede ser el acto más revolucionario.
Gracias por recibirme en esta comunidad. Gracias por sembrar belleza, tolerancia, libertad y sueño. Aquí estoy, con palabras frescas y corazón abierto. Con cariño @florecemujer