En medio de la tormenta, a veces mi fe se tambalea. Cuando los desafíos se amontonan y los caminos se oscurecen, es fácil sentir que las fuerzas me abandonan. He pasado por procesos tan complicados que en ocasiones, la duda se ha convertido en mi única compañía. Esos momentos en los que parece que nada tiene sentido, que el esfuerzo es en vano y que la recompensa está más lejos que nunca.
Pero hoy, algo hizo clic. Hoy, entendí que cada obstáculo, cada lágrima y cada revés tienen un propósito. No son castigos ni casualidades; son piezas de un rompecabezas mucho más grande. Comprendí que estoy construyendo algo, que estoy creciendo. Y sé que mi Dios, está de mi lado, levantandome.
Ahora sé que mi tarea no es controlar el resultado, sino aprender a esperar. Entender que hay un plan mayor que el mío y que mi papel es confiar, ser paciente y seguir adelante, paso a paso. He aceptado que el tiempo de Dios, es perfecto, y que mi impaciencia solo me aleja de esa verdad.
Hoy me aferro a la certeza de que, al final de todo este camino, me espera una gran recompensa. Que Cada herida se convertirá en una cicatriz de fortaleza, cada tropiezo en una lección de resiliencia. Dios mediante todo pasará
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