Hay algo en correr por la montaña que nunca se compara con nada más. Cada vez que subo, siento cómo mi cuerpo recuerda el camino, como si cada zancada ya estuviera escrita entre raíces y piedras. Corro sin prisa, pero con el alma apurada por sentirlo todo. Las subidas me retan, me queman las piernas, pero también me hacen sentir fuerte, viva, parte de algo más grande que yo.
Me detengo a veces, por cansancio, por necesidad, porque Necesito escuchar el movimiento de las hojas, el silencio inmenso que solo existe allá arriba. En la montaña me escucho a mí misma, Me respeto, Me entiendo Aprendo cuándo seguir y cuándo parar. Todo fluye con un ritmo que no se encuentra en la ciudad.
Las bajadas son otra historia. Son juego…… son libertad pura. Mis pies vuelan buscando equilibrio entre raíces, mientras mi mente se suelta de todo lo que pesa. En ese momento, soy solo yo, corriendo, presente, sin meta ni reloj.
Cada entrenamiento en la montaña es un regreso a casa. A mi centro. A esa parte de mí que se siente invencible, salvaje y en absoluta paz…. Es conectar con mi escencia, conectar con mi alma y con mi amor