Esta semana de entrenamiento me exigió como pocas veces. Cada sesión me sacó de mi zona de confort. Las piernas pesaban, la fatiga aparecía desde temprano… pero aun así seguí. Me empujé. Me reté. Y eso, aunque me dejó agotada, también me hizo sentir más fuerte.
Sentí cómo mi resistencia crecía, cómo mi mente aprendía a no rendirse cuando el cuerpo quería parar. Fue una semana en la que, honestamente, terminé con el tanque casi vacío… pero con el corazón lleno. Porque supe que cada kilómetro valió la pena.
No se trató solo de correr. Fue una lección de constancia, de disciplina, de conocer mis límites… y atreverme a ir un poco más allá. Cada entrenamiento me dejó algo: una sensación de logro, de avance, de construcción interna.
Hoy cierro la semana cansada, sí, pero con una sonrisa. Porque sé que todo este esfuerzo me está preparando para algo más grande. Estoy creciendo. Estoy avanzando. Y aunque el camino no siempre es fácil, tengo claro que vale totalmente la pena.
Sigo. Porque lo mejor… todavía está por
La felicidad no necesita filtro