
Si pensamos en lo que para nosotros representa actualmente el progreso y la autosuperación, definitivamente nos tiene que venir a la mente la susodicha «zona de confort». Hoy por hoy es prácticamente imposible dejar de ser impactados por mensajes que nos empujan a salir de ahí porque nos frena, nos limita y supone un obstáculo en la carrera de conseguir nuestros sueños y metas.
Tanto es así que se puede decir que se ha convertido en un mantra el tener que «salir de la zona de confort», y se repite como si de un conjuro mágico se tratara sin atender antes a muchísimos factores contextuales y personológicos que pueden haber de base. Lo cierto es que existe un amplio colectivo de personas motivadas por ser cada vez más productivas y alcanzar mayor rendimiento en sus vidas diarias que han satanizado de alguna manera a este concepto a tal punto que a la primera señal de que exista el mínimo atisbo de una zona de confort, pues les salta una alerta roja que los compulsa a salir pitando de ahí como si del disparo de los 100 metros planos se tratase. Pero, ¿siempre es necesario salir de dicha zona?, ¿es cierto que mantenerse ahí nos limita y obstaculiza nuestro desarrollo? Hoy vengo a proponer una narrativa un tanto diferente sobre este fenómeno.
El concepto de zona de confort nace en 1908 de la mano de los psicólogos Yerkes y Dodson, quienes descubrieron que el rendimiento óptimo no se alcanza en un estado de total comodidad, sino al salir de ella, en lo que llamaron «ansiedad óptima». Este principio, conocido como la Ley de Yerkes-Dodson, sentó las bases científicas de una idea que, décadas después, trascendería el laboratorio: el hecho de permanecer en contextos controlados y/o conocidos, incluso más allá de que puedan ser angustiantes, nos mantiene cómodos y estancados.
Dicha idea años más tarde sería muy bien recibida y adoptada por el *coaching* y la psicología positiva, quienes se la apropiarían por el gancho que tiene a la hora de atraer a la gente que de alguna manera sufre por no adecuarse quizás a un entorno altamente demandante. «Salir de la zona de confort...», nos ubica topológicamente en un terreno que se circunscribe a nosotros y a nuestra realidad, y de la cual se asume *a priori* que no salimos porque nos da comodidad el permanecer ahí. En otras palabras, el foco cae sobre nosotros dejando fuera todo lo que no sea el confort.

Sin embargo, el hecho de nombrar dicha experiencia solo la describe, pero no explica nada, no se toman en cuenta aquellos factores que, por ejemplo, convierten a esa zona como zona de confort, ni cómo se llega ahí y mucho menos por qué cuesta tanto trabajo salirse. Por lo tanto, la zona de confort es un constructo que desde el punto de vista comunicacional sirve para hablar de una realidad que nos puede resultar común en la mayoría de los casos —¿porque acaso la zona de confort es una sola?—, pero que no es útil desde el punto de vista operativo.
Habría que partir entonces de las personas no existen en el vacío, sino en un contexto relacional determinado que condiciona las respuestas que dará a las diferentes demandas que se le presente, y que, por tanto, la zona de confort no es una consecuencia directa de la propia persona, sino resultado de una historia de aprendizajes reforzados por el entorno. El foco del que hablamos antes habría que expandirlo. Ya no se trata tanto de que la persona quiera o no, deba o no salir de ahí, sino de analizar los factores contextuales que hacen que no salga. No es tanto la voluntad de salir, sino las cuestiones objetivas que están matizando dicha realidad que hacen posible o no el salir de ahí. Lo malo del discurso *mainstream* que se ha popularizado sobre la zona de confort es que pone toda la responsabilidad (presión) del salir de ahí sobre la propia persona, lo cual da al traste con mucho más malestar.
En ese sentido es válido hablar sobre una segunda cuestión: ¿por qué confort? Se entiende que este fenómeno queda descrito con la etiqueta de confort más allá de que produzca satisfacción o no. Se trata de que, si existen sentimientos negativos como producto, son sentimientos a los que la persona se acostumbra a tal punto que termina por normalizarlos e incluirlos en su repertorio de experiencias cotidianas. De ahí que se le llame confort a la experiencia de acondicionarse a un ambiente que puede ser hostil o no, y que producto de ello se haga difícil modificar la realidad.
Pero esto nos lleva a una tercera cuestión: ¿es siempre necesario salir de ahí? Vivimos en una cultura demasiado acelerada que premia el agotamiento, el sobreesfuerzo, la hiperproductividad, que hace que basemos nuestra valía en términos de optimización de la existencia y que no tengamos tiempo de procesar nada. El discurso de «salir de la zona de confort» es otra pieza más del juego, empujándonos cada vez más a violentar lo que pudiese ser, quizás, una ambiente seguro. Habría que plantearse la posibilidad de que a lo que muchas veces le llamamos confort, puede que de verdad lo sea, al fin y al cabo, hemos perdido tanto la capacidad de conectar tanto con los demás como con nuestro entorno físico que nos resulta preocupante contar con algo así porque no es compatible con el consumismo del que somos víctimas. El ser humano en su desarrollo primero tiene que partir de un ambiente seguro que le garantice el poder explorar nuevos entornos; primero tiene que conocer el confort de la zona. Tan difícil que es conseguir y mantener algo así hoy en día como para tener también que abandonarlo solo porque sí dicta el discurso de moda sin analizar antes la función que está cumpliendo en la persona.
English version

If we think about what progress and self-improvement mean to us today, the so-called "comfort zone" undoubtedly comes to mind. Nowadays, it’s practically impossible to avoid being bombarded by messages urging us to leave it because it holds us back, limits us, and becomes an obstacle in the pursuit of our dreams and goals.
This idea has become such a mantra—"get out of your comfort zone"—that it’s repeated like a magical incantation, often without considering the many contextual and personal factors that may underlie it. The truth is, there’s a large group of people motivated to be increasingly productive and achieve higher performance in their daily lives who have, in a way, demonized this concept to the point that at the first sign of even the slightest hint of a comfort zone, a red alert goes off, compelling them to bolt as if fired from a starting pistol in a 100-meter dash. But is it always necessary to leave that zone? Is it true that staying there limits and hinders our development? Today, I propose a slightly different narrative about this phenomenon.
The concept of the comfort zone originated in 1908 with psychologists Yerkes and Dodson, who discovered that optimal performance isn’t achieved in a state of total comfort but rather by stepping outside of it—into what they called "optimal anxiety." This principle, known as the Yerkes-Dodson Law, laid the scientific foundation for an idea that, decades later, would transcend the lab: the fact that staying in controlled and/or familiar contexts, even if they may be distressing, keeps us comfortable and stagnant.
Years later, this idea was eagerly adopted by coaching and positive psychology, who embraced it for its appeal in attracting people who suffer from not fitting into highly demanding environments. "Get out of your comfort zone..." topologically places us in a space defined by ourselves and our reality, where it’s assumed *a priori* that we don’t leave because staying is comfortable. In other words, the focus falls entirely on us, leaving out everything that isn’t about comfort.

However, labeling this experience only describes it—it doesn’t explain anything. It doesn’t account for the factors that, for example, turn that space into a comfort zone, how one arrives there, or why leaving is so difficult. Therefore, the comfort zone is a construct that, from a communication standpoint, helps discuss a reality that may be common in most cases—*is there really only one comfort zone?*—but it’s not useful from an operational perspective.
We must start from the understanding that people don’t exist in a vacuum but within a specific relational context that shapes their responses to various demands. Thus, the comfort zone isn’t a direct consequence of the individual but the result of a history of learning reinforced by their environment. The focus we mentioned earlier needs to be expanded. It’s no longer just about whether the person wants to or should leave but about analyzing the contextual factors that keep them there. It’s not just about the will to leave but the objective factors shaping that reality, making it possible—or not—to step out. The problem with the mainstream discourse around the comfort zone is that it places all the responsibility (and pressure) to leave on the individual, which only leads to greater distress.
In this sense, it’s worth addressing a second question: *why call it comfort?* This phenomenon is labeled as "comfort" regardless of whether it brings satisfaction. The point is that if negative feelings arise, the person becomes so accustomed to them that they normalize and incorporate them into their daily experiences. Hence, "comfort" refers to the conditioning to an environment that may or may not be hostile, making it difficult to change that reality.
But this leads us to a third question: *is it always necessary to leave?* We live in an overly accelerated culture that rewards exhaustion, overexertion, and hyperproductivity, making us base our self-worth on optimizing existence and leaving no time to process anything. The "get out of your comfort zone" rhetoric is just another piece of this game, pushing us further to violate what might actually be a safe space. We should consider the possibility that what we often call "comfort" might genuinely be just that. After all, we’ve lost so much ability to connect—both with others and our physical surroundings—that having something like this feels unsettling because it clashes with the consumerism we’re victims of.
In human development, one must first start from a safe environment that guarantees the ability to explore new spaces. First, one must know the comfort of the zone. It’s already hard enough to achieve and maintain something like that today without also having to abandon it just because the trendy discourse says so—without first analyzing the role it plays for the individual.

Si deseas agendar una cita para iniciar un psicoanálisis online, no dudes en tocar sobre mi tarjeta de presentación
⬇️⬇️

Créditos | Credits
Imágenes utilizadas | Images used
Todas las imágenes utilizadas son de mi propiedad y fueron generadas utilizando ChatGPT y editadas en Canva | All images used are my own property and were generated using ChatGPT and were edited using Canva.
Traducción | Translation
DeepSeek
Te puede interesar | You may be interested in
¿Pensamos como vivimos o vivimos como pensamos? | Do we think as we live or live as we think? [ES/EN]
La cara oculta de las navidades | The hidden face of Christmas [ES/EN]
Decisiones: ¿rutas o raíces? | Decisions: routes or roots? [ES/EN]
Depresión, ¿calamidad o estereotipo? | Depression, calamity or stereotype? [ES/EN]
Lanzando modalidad de sesiones online de psicoanálisis | Launching online psychoanalysis session modality [ES/EN]
Las personas introvertidas: volviendo sobre el tema | Introverted people: returning to the topic [ES/EN]
Las identificaciones como armas de doble filo | Identification as double-edged weapons [ES/EN]
¿Empatía o narcisismo? | Empathy or narcissism? [ES/EN]
Género, ¿ventaja o desventaja? | Gender, advantage or disadvantage? [ES/EN]
La procrastinación más allá de la pereza | Procrastination beyond laziness [ES/EN]
Las normas sociales y la grupalidad: reflexiones | Social norms and groupness: reflections [ES/EN]
Sígueme en mis redes sociales | Follow me on my social media platforms
[](https://bsky.app/profile/genrigp.bsky.social)