Treinta y dos años

Leonardo y Yadira se convirtieron en una leyenda viviente sin proponérselo. Él, con el cabello salpicado de canas y una barba que le daba un aire de sabio; ella, con su cabellera de color rojizo tenue, y unos lentes que avivaban la intensidad de sus hermosos ojos.   Treinta y dos años de matrimonio. No cualquiera. Treinta y dos años de fidelidad, de compartir silencios, discusiones mínimas y carcajadas infinitas. Lo curioso no era solo que seguían juntos; era que se veían enamorados.   Quienes les conocían y los amigos de toda la vida, no ocultaban su desconcierto. ¿Cómo era posible que, después de tanto tiempo, siguieran mirándose de forma traviesa, acariciándose la mano en mitad de una conversación o incluso de un silencio? Era como si emergieran del paraíso terrenal.   Cuando les preguntaban, ellos solo sonreían. Algunos pensaban que la respuesta estaba en la paciencia, otros que eso era cosa de suerte, y los más románticos creían que habían nacido el uno para el otro. Pero quienes los conocían de cerca sabían que había algo más. Eran, ante todo, “el mejor grupo de amigos”. Un grupo mínimo en su cantidad, pero grupo al fin. No son dos mitades que se completan, sino dos individuos que se eligen cada día.   Y quizá ese era el verdadero milagro. No sobrevivir al paso de los años, sino construir juntos, sin importar si es hasta la eternidad.