El grito que no era mio
Me despertó un grito que no era mio. "¡Caramba!", dijo la voz de mujer y en ese eco reconocí la urgencia de algo que llevo tiempo callando. Permanecí quieta y pensativa un instante, con el corazón agitado y un hormigueo helado recorriéndo todo mi cuerpo. No había nadie, o eso me decía la lógica, pero el silencio tenía forma. No la vi, pero la sentí y de eso si estoy segura. Una presencia suspendida en el aire, justo al borde de mi cama, como si el silencio se hubiera hecho cuerpo, como si las verdades que esquivo hubieran encontrado un modo de manifestarse.
No hubo más palabras, ni aliento, ni roce; solo esa certeza de que algo o alguien estaba ahí, mirándome desde un lugar que no se nombra, desde una dimensión que se oculta a plena luz del día. No tuve miedo, solo una extraña paz, como si esa voz viniera a recordarme que incluso en la soledad más profunda hay compañía que no se ve, que existen hilos invisibles que conectan lo que está despierto con lo que permanece dormido. A veces lo que nos despierta no es el ruido, sino la verdad que ya no cabe en el sueño. Hay presencias que no vienen a asustar, sino a abrazar desde el silencio.
De pronto, un murmullo suave y distante, como un eco de mi propia mente, me hizo saber que no estaba sola, no eran fantasmas, ni espíritus, eran los recuerdos que había enterrado, las esperanzas que había abandonado. La voz me habló, no con palabras, sino con la urgencia de una vida que me había prometido y que había olvidado. Me recordó la pasión que había dejado de lado, los sueños que había guardado en un cajón. "Es hora", susurró el eco, esa fue mi traducción y de inmediato el hormigueo se convirtió en un calor agradable, una energía que me empujó a levantarme, a actuar, a vivir de nuevo.
El sol empezaba a entrar por la ventana y la presencia se disipó con el amanecer, dejando un aroma a tierra mojada y a promesas renovadas. Me quedé sentada en la cama, con el corazón en calma, con una certeza nueva. La voz no había venido a juzgarme, sino a liberarme. A mostrarme que el miedo y la negación solo crean un vacío en el que el silencio se vuelve tangible, un espacio donde nuestras verdades olvidadas nos esperan.
Me levanté y, con cada paso, sentí que recuperaba un trozo de mí misma. La voz me había despertado, pero no solo del sueño. Me había despertado a la realidad de que la vida que evitamos nos persigue en el silencio, esperando que le demos permiso para regresar. Comprendí que esa noche, en lugar de asustarme, el universo me había regalado un reencuentro conmigo misma, un despertar que se había disfrazado de grito para que no pudiera ignorarlo. Desde entonces, ya no temo a los ruidos de la noche, porque sé que, a veces, lo que más nos asusta es lo que más necesitamos para vivir de verdad.
El programa usado para la ilustración ha sido Inkscape
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