"As far as the eye can see, where mountains disappear into the horizon, merging with the ground and, in turn, touching a sky that rarely shows its perfect blue, and the air resonates with the whispers of dry trees, lies the Sanctuary of Song. It is not a temple built by human hands but a monastery carved by time and the erosion of the elements into the heart of a mountain of the most brilliant rock, whose interior captures and amplifies every vibration, every sound, and every emotion.
There, beneath a natural opening that only reveals itself to capture the sunlight, lived Eloise.
Eloise was neither a priestess nor a queen. She was the Chosen by Resonance, a solitary figure whose sole purpose was to be a channel, a living echo of the world's primordial song. Her skin, almost translucent, glowed with an inherent luminosity, and her hair, as black as a moonless night, cascaded down her back, an ebony mantle contrasting with the light of her skin.
From a very young age, Eloise felt the call of the Sanctuary. The rocks spoke to her in a language only she could hear, the echoes of winds traveling from afar resonated in her chest. After her pilgrimage to the source of the call, she spent her days in the great hall, with her eyes closed, listening to the planet's heartbeat, the murmur of subterranean currents, the agony of slowly shifting mountains. And in the nights, under the faint moonlight, she shed everything, raising her arms and her voice, receiving the blessing.
Her song was an offering; with outstretched arms, she tried to embrace the universe itself, or perhaps, draw all its truths from it. Eloise became a bridge. Her body, tensed and vulnerable, transformed into an antenna for the monastery's vibrations. Her open hands, her extended fingers, seemed not only to receive but also to emit a tangible energy. It was the moment she connected with the world's Pulse and felt the deep breath of the universe.
In those moments, shadows lengthened and swirled around her, the moonlight filtered through her body, accentuating every curve, every tense muscle. There was no shame nor vulgarity, only absolute surrender. The tears, when they fell, were not of sadness but from the overwhelming sensation of existence's vast and complex symphony. Eloise could feel the joy of a seed sprouting in the farthest forest, the pain of a melting glacier, and the ecstasy of a new star being born in another galaxy. Eloise was the resonance of the echo of a world that continued to sing and loved to be heard.
ESPAÑOL
En lo mas lejano que pueda llegar la vista, donde las montañas se pierden en el horizonte y se hacen una con el suelo y a su vez tocan un cielo que rara vez muestra su azul perfecto y el aire resuena con los susurros de arboles secos, se encuentra el Santuario del Canto. No es un templo construido por manos humanas sino una monasterio tallado por el tiempo y la erosión de los elementos en el corazón de una montaña de la roca mas brillante cuyo interior capta y amplifica cada vibración, cada sonido y cada emoción.
Allí, bajo un orificio natural que se abre solo para atrapar la luz del sol, vivía Eloise
Eloise no era una sacerdotisa, ni una reina. Ella era la Elegida por la Resonancia, una figura solitaria cuyo unico propósito era ser un canal, un eco viviente del canto primordial del mundo. Su piel, casi traslucida, brillaba con una luminosidad propia y su cabello, tan negro como una noche sin luna, caía en cascada por su espalda, un manto de ebano que contrastaba con la luz de su piel
Desde muy joven, Eloise sintió el llamado del Santuario. Las rocas le hablaban en un lenguaje que solo ella podía escuchar, los ecos de los vientos que viajaban de tan lejos resonaban en su pecho. luego de su peregrinacion hacia el origen del llamado, Pasaba sus días en el gran salon, con los ojos cerrados, escuchando el latido del planeta, el murmullo de las corrientes subterráneas, la agonía de las montañas que se movian lentamente. Y en las noches, bajo la débil luz de la luna, se despojaba de todo, elevando sus brazos, y alzando su voz, recibia la bendicion.
su canto era una ofrenda que con los brazos extendidos intentaba abrazar el universo mismo, o quizá, tomar de él todas sus verdades, Eloise se convertía en un puente. Su cuerpo tensado y vulnerable se transformaba en una antena para las vibraciones del monasterio. Sus manos abiertas, sus dedos extendidos, parecían no solo recibir, sino también emitir una energía tangible. Era el momento en que se conectaba con el Pulso del mundo y sentia la respiración profunda del universo.
En esos momentos, las sombras se alargaban y giraban alrededor de ella, la luz de la luna se filtraba por su cuerpo, acentuando cada curva, cada músculo tenso. No había pudor ni era vulgar, solo una entrega absoluta. Las lágrimas, cuando caían no eran de tristeza, sino del abrumador sentir de la vasta y compleja sinfonía de la existencia. Eloise podía sentir la alegría de una semilla brotando en el bosque mas lejano, el dolor de un glaciar que se derretia y el éxtasis de una nueva estrella naciendo en otra galaxia, Eloise era la resonancia del eco de un mundo que seguia cantando y que amaba ser escuchado.
