The Whispering Forest was not named for the sound of the wind through the leaves; it had a darker meaning. It was named for the faint laments that seeped from its depths. In its deepest reaches, among twisted trees whose branches resembled the claws of a cosmic horror, rose the creature "The Face Collector."
Its body was more akin to a gnarled, pale trunk than a human form, but it was not made of wood; rather, it was of whitish, cold, somewhat putrefied flesh with a penetrating odor. An opening in its chest revealed a dark void, without a heart, a void from which a pulsating light sometimes emanated, a macabre beacon in the gloom. But the most terrifying aspect was the faces. Dozens of them, of men and women, young and old, distorted by terror, clung to its head like a macabre crown. Each was a trophy, a story ripped from its bearer.
The Face Collector sought neither blood nor revenge. Its appetite was deeper, more personal. It sought identity, the very essence of the human that manifested in facial features. When someone got lost in the Forest, lured by a false promise of some desire or by the echo of a loved one, The Collector moved. It was not fast despite its many legs, but inevitable, its heavy shuffle making the ground vibrate.
Its long, slender hands would rise. There was no fight, no prolonged struggle. Just a moment of paralysis and a stolen breath. The victim's eyes would widen in horror as The Collector extended its cold fingers. It did not tear off the flesh. Instead, its touch peeled the soul from the expression and separated the individual's identity. The face would detach ethereally but visibly, floating for an instant before slowly joining the macabre crown of its captor.
Once the face was gone, what remained of the victim was an empty shell, a featureless doll that crumbled to dust or turned into another branch of the cursed forest. The Collector felt no remorse, for each new face added a layer to its own empty existence.
Its reign of terror had no end. The Face Collector existed in a cycle of eternal yearning and possession. Every night, the faces on its head whispered and moaned, a chorus of stolen identities mingling with the howling wind. And every dawn, The Collector, armed with its curved, rusted sword, returned to the shadows, awaiting the next unwary soul who dared to venture into the Whispering Forest, ready to add another piece to its endless collection. Its true horror lay not in death, but in the annihilation of what made a being... itself.
El Bosque Susurrante no era llamado así por el sonido del viento entre las hojas, tenia un significado mas oscuro, era por los lamentos debiles que se filtraban de sus profundidades. En lo mas profundo, entre árboles retorcidos cuyas ramas parecían garras de un horror cosmico, se alzaba la criatura "El Colector de Caras."
Su cuerpo, era mas semejante a un tronco nudoso y pálido que a un cuerpo humano pero no era de madera, sino de carne blanquecina y fría, algo putrefacta con un olor penetrante, Una abertura en su pecho revelaba un vacío oscuro, sin corazon, un vacio del que a veces emanaba una luz pulsante, un faro macabro en la penumbra. Pero lo más aterrador eran las caras. Docenas de ellas, de hombres y mujeres, jóvenes y viejos, deformadas por el terror, se aferraban a su cabeza como una macabra corona. Cada una era un trofeo, una historia arrancada de su portador.
El Colector de Caras no buscaba sangre ni venganza. Su apetito era más profundo, más personal. buscaba la identidad, la esencia misma del humano que se manifestaba en los rasgos faciales. Cuando alguien se perdía en el Bosque, atraído por una falsa promesa de algun deseo o por el eco de un ser querido, El Colector se movía. No era rápido a pesar de sus muchas piernas, sino inevitable, su paso un arrastre pesado que hacía vibrar la tierra.
Sus manos, largas y delgadas se alzaban, No había una pelea, no había una lucha prolongada. Solo un momento de parálisis y un aliento robado. Los ojos de la víctima se abrían en horror mientras El Colector extendía sus dedos fríos. No arrancaba la carne. En cambio, su toque despegaba el alma de la expresión y separaba la identidad del individuo, La cara se desprendía de manera etérea pero visible, flotando por un instante antes de lentamente unirse a la macabra corona de su captor.
Una vez que la cara se había ido, lo que queda de la víctima es un cascarón vacío, un muñeco sin rasgos que se desmoronaba en polvo o se convertía en una rama más del bosque. El Colector no sentía remordimiento pues cada nueva cara añadía una capa a su propia existencia vacía.
Su reinado de terror no tenía fin. El Colector de Caras existía en un ciclo de eterno anhelo y posesión. Cada noche, las caras en su cabeza susurraban y gemian, un coro de identidades robadas que se mezclaban con el aullido del viento. Y cada amanecer el Colector, armado con su espada curva y oxidada, volvía a las sombras, esperando al próximo incauto que osara adentrarse en el Bosque Susurrante, listo para añadir otra pieza a su interminable colección. Su verdadero horror no estaba en la muerte, sino en la aniquilación de lo que hacía a un ser... él mismo.