In the wind-battered desolate lands that were once battlefields, where the metallic echo of swords and the war cries of commanders refused to completely fade, wanders the Lady in Red. Her name in life was Teresa, a warrior of renown whose skill with the sword and bravery in combat were legendary. She led her clans through valleys filled with blood and tears and snowy mountains, always enveloped in white garments, as bright as the life she defended.
But war, like everything in life, has an end. For Teresa, it came in the last and most cruel of battles, defending the final stretch towards her people. She fell, not for lack of skill, but due to the overwhelming number of enemies. Her white garments turned red, soaked with the blood of her enemies and, finally, her own.
However, her spirit was too strong and her will too untamable to simply vanish and succumb to death. When the last breath escaped her body, Teresa found herself, not in the afterlife, but tethered to the earth, a specter wrapped in the crimson shroud of her last battle. Her clothes, which in life were made of fabric, are now an ethereal manifestation of her passion and fury, and the red color of her enemies' blood was the sin that would haunt her forever, always waving in the wind. Her hair, once a deep brown, now flows white and wild, like the morning mist clinging to the fields, a reflection of her incorporeal existence.
The sword she used to wield with such skill is now a mere echo, a shadow of metal that barely touches the ground. At times, she clings to it with such force that it vibrates as if she still awaited the next combat. Her eyes, though unseen in her shadowy face, seem to gaze at the horizon with an infinite nostalgia, longing for the fight she can no longer wage.
Teresa, the Lady in Red, is not a ghost who seeks vengeance or frightens the living. She is an eternal sentinel of the innocent. Some say that on stormy nights, when the winds howl like the souls of the fallen, she can be seen atop a hill, her red attire waving like a warning flag. She does not speak, she does not scream, but her presence is a warning to those who seek war without understanding its true cost. She is the incessant memory of a warrior who lived and died for her people, and whose spirit still watches, a prisoner of her own loyalty and the weight of her bloody legacy
ESPAÑOL
En los páramos golpeados por el viento de los que una vez fueron campos de batalla y donde el eco metalico de las espadas y los gritos de guerra de comandantes se negaban a desaparecer por completo, deambula la Dama de Rojo. Su nombre en vida fue Teresa, una guerrera de renombre cuya habilidad con la espada y su valentía en combate eran legendarias. Lideró a sus clanes a través de valles llenos de sangre, lagrimas y montañas nevadas, siempre envuelta en vestiduras blancas, tan brillante como la vida que defendía.
Pero la guerra como todo en la vida tiene un final. Para Teresa, llegó en la última y más cruel de las batallas, defendiendo el último tramo hacia de su pueblo, Cayó, no por falta de habilidad, sino por el abrumador número de enemigos, su vestidura blanca se torno roja empapada con la sangre de sus enemigos y finalmente, la suya propia.
Sin embargo, su espíritu era demasiado fuerte y su voluntad demasiado indomable para simplemente desvanecerse y dejarse llevar por la muerte. Cuando el último aliento escapó de su cuerpo, Teresa se miro a sí misma, no en el más allá, sino atada a la tierra, una espectro envuelto en el sudario carmesí de su última batalla. Su ropa, que en vida era de tela, ahora es una manifestación etérea de su pasión y su furia y el color rojo de la sangre de sus enemigos era el pecado que la perseguira por siempre, siempre ondeando al viento. Su cabello, antes de un castaño intenso, ahora fluye blanco y salvaje, como la neblina que se aferra a los campos por la mañana, un reflejo de su existencia incorpórea.
La espada que solía blandir con tal destreza ahora es un mero eco, una sombra de metal que apenas toca el suelo. A veces, se aferra a ella con tal fuerza que la hace vibrar como si aún esperara el próximo combate. Sus ojos, aunque invisibles en su rostro sombrío, parecen observar el horizonte con una nostalgia infinita, añorando la lucha que ya no puede librar.
Teresa, la Dama de Rojo, no es un fantasma que busca venganza o asusta a los vivos. Ella es una centinela eterna de los inocentes. Algunos dicen que en las noches de tormenta, cuando los vientos aúllan como las almas de los caídos, se la puede ver en la cima de una colina, su ropaje rojo ondeando como una bandera de advertencia. No habla, no grita, pero su presencia es una advertencia para aquellos que buscan la guerra sin comprender su verdadero costo. Es el recuerdo incesante de una guerrera que vivió y murió por su gente y cuyo espíritu aún vela prisionero de su propia lealtad y el peso de su sangriento legado.
