Among the ashes of the burned libraries that floated like mist, there resided an entity known only as The Seer, armed with a petrified ribcage still with the spine attached, and a staff that helped it walk. Its head was a mass of eyeballs, each seeing different truths in the people it encountered and materializing them to torment them, and then feeding the ribcage with the blood of these people.
Its figure was that of a hunched and skeletal humanoid, with long arms and skin resembling old parchment paper, stretched over protruding bones. Some of the eyes were large and fixed, while others were small and bright like restless jewels, spinning and blinking in an endless dance.
The Seer was a predator of life and a collector of truth. Its obsession was the accumulation of all knowledge, especially that which humanity should not possess. When a curious soul ventured into the Ruins of these libraries, hoping to find forbidden tomes or ancient prophecies, The Seer moved. Its step was a grating shuffle over the gravel, its many eyes scrutinizing every shadow, every whisper of the wind.
Most intruders fell to their knees, their minds torn apart by the torrent of revelations. But for those few who tried to resist, who tried to close their minds or fight against the avalanche of knowledge, The Seer raised its bone sword. With a precise movement, it pierced the eye sockets and stole their eyes, leaving the individual as an empty shell, blind and incapable of any reasoning.
Once the truth had been delivered and the intruder executed, The Seer left them. Their bodies disintegrated over time, adding their atoms to the dust of the libraries, and in a poetic yet macabre way, they became one with the knowledge they so sought. Their truths, their last coherent thoughts, were added to the countless whispers that The Seer saw and preserved. Its collection of forbidden knowledge, devastating truths, and the madness of existence grew with each soul that succumbed to its gaze. The Seer, with its many eyes, continued its eternal vigil in the ruins, a living museum of all that humanity should never have known.
ESPAÑOL.
entre las cenizas de las bibliotecas quemadas que flotaban como niebla, moraba una entidad conocida solo como El vidente, armado con una caja toracica petrificada aun con la columna pegada a ella y un baston que lo ayudaba a caminar, su cabeza era una masa de globos oculares que cada uno veia verdades distintas en las personas que se encontraban con el y las materializaba para atormentarlos y luego alimentar la caja toracica con la sangre de estas personas.
Su figura era la de un humanoide jorobado y esquelético, con brazos largos y con una piel que recordaba el papel de pergamino viejo, estirada sobre huesos salientes, los ojos eran algunos grandes y fijos y otros pequeños y brillantes como joyas inquietas, girando y parpadeando en una danza interminable.
El Vidente era un depredador de vida y un coleccionista de la verdad. Su obsesión era la acumulación de todo el conocimiento, especialmente aquel que la humanidad no debía poseer. Cuando un alma curiosa se aventuraba en las Ruinas de estas bibliotecas con la esperanza de encontrar los tomos prohibidos o alguna de las antiguas profecías, El Vidente se movía. Su paso era un arrastre chirriante sobre la grava, sus muchos ojos escudriñando cada sombra, cada suspiro del viento.
La mayoría de los intrusos caían de rodillas, sus mentes desgarradas por el torrente de revelaciones. Pero para aquellos pocos que intentaban resistir, que intentaban cerrar sus mentes o luchar contra la avalancha de conocimiento, El Vidente levantaba su espada de hueso y Con un movimiento preciso, perforaba las cuencas oculares y robaba sus ojos y dejando al individuo como un cascarón vacío, ciego e incapaz de cualquier raciocinio.
Una vez que la verdad había sido entregada y el intruso había sido ejecutado, El Vidente los dejaba. Sus cuerpos se desintegraban con el tiempo, añadiendo sus átomos al polvo de las bibliotecas y de una manera poetica se hacian uno con el conocimiento que tanto buscaban pero a un nivel mas macabro y sus verdades, sus últimos pensamientos coherentes se sumaban a los innumerables susurros que El Vidente veía y conservaba. Su colección de conocimientos prohibidos, de verdades devastadoras, de la locura de la existencia, crecía con cada alma que sucumbía a su mirada. El Vidente, con sus muchos ojos, continuaba su vigilancia eterna en las ruinas, un museo viviente de todo lo que la humanidad nunca debió saber.
